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Cómo entrar en contacto con el Creador

Redacción (Lunes, 23-01-2012, Gaudium Press) Dios creó al hombre con la capacidad de comunicarse [1] y, a través de manifestaciones exteriores, expresar aquello que va en su interior. Podrá hacerlo a través de palabras, gestos, señales, o incluso expresiones fisionómicas que expresen una reacción, actitud, deseo o postura delante de algo o alguien. Esta disposición lleva inclusive a que él se desprenda del egoísmo y de la autosuficiencia, y a una apertura con relación a aquello que lo rodea, y hasta a lo sobrenatural. [2]

258_Media.jpgDe este modo, entre todos los seres vivos, él es el único dotado de una tal creatividad que, a partir de un número finito de palabras pasibles de ser contenidas en un determinado diccionario, es capaz de elaborar infinitos sistemas, sin contar el recurso a la fantasía y a sentencias que pueden incluso llegar a la agramaticalidad [3] sin embargo, fácilmente reconocibles y hasta descifrables por parte de otro hablante oyente que comparta la misma lengua o domine idéntico conjunto de códigos lingüísticos. Y hasta el final de su vida, él podrá emitir o recibir formulaciones siempre nuevas y fecundas, capaces de sorprender y abrir nuevas perspectivas, contribuyendo de este modo a un renovado impulso de la comunicatividad y apertura tanto al próximo como a lo transcendental.

Entretanto, fue el propio Dios que tomó la iniciativa y quiso comunicarse a los hombres. Lo hizo por medio de la creación, estableció una alianza con los hombres, «muchas veces y de muchos modos habló a nuestros padres, en los tiempos antiguos», y en estos tiempos, que son los nuestros, «nos habló por medio del Hijo» (cf. Hb 1, 1-2). Es más, nadie mejor que Él para decirnos quién es el Padre. La Exhortación Apostólica Verbum Domini nos recuerda también el papel de su esposa mística, la Iglesia, como transmisora de la Revelación, «a través de la obra del Espíritu Santo y bajo la guía del Magisterio»:

«La Iglesia vive en la certeza de que su Señor, habiendo hablado alguna vez, no cesa de comunicar hoy su Palabra en la Tradición viva de la Iglesia y en la Sagrada Escritura. De hecho, la Palabra de Dios se da a nosotros en la Sagrada Escritura, como testimonio inspirado de la revelación, que, juntamente con la Tradición viva de la Iglesia, constituye la regla suprema de la fe» (n. 18).

En cuanto a otras formas del Señor comunicarse a los hombres, el Catecismo de la Iglesia Católica no deja de señalar los sacramentos, siendo Cristo quien en ellos actúa y comunica la gracia que significan (cf. n. 1127). Y para no delimitar el tema, que jamás se encierra aquí, bastaría considerar que el Espíritu hace oír su voz y actúa donde quiere, conforme explica el propio Jesús por ocasión de su conversación nocturna con Nicodemo (cf. Jn 3, 8).

Ahora, una vez que Dios es pródigo en comunicarse, cabe al hombre estar atento, no solo vigilante, sino también orante, (cf. Mt 26, 41) o sea, respondiendo a la interpelación que le es dirigida y cuya fe exige, más allá, las obras (cf. Tg 2, 14-26). Es inherente al hombre, como ser simultáneamente corporal y espiritual, una necesidad de entrar en contacto con el Creador. Deberá hacerlo por medio de «señales y símbolos materiales», conforme nos explica el Catecismo: «Como ser social, el hombre precisa de señales y símbolos para comunicarse con los otros, por el lenguaje, por gestos, por acciones. Vale lo mismo para su relación con Dios» (CIC 1146).

Santo Tomás de Aquino afirma ser nuestro peculiar lenguaje obra propia de la razón, una puerta para el hombre manifestar qué hay en su interior. [4] Y describe el recto proceso del lenguaje de esta forma:

«[La potencia intelectiva] primero, aprende simplemente algo y ese acto se llama inteligencia. Después, ordena lo que ella aprendió para conocer u obrar alguna otra cosa, y es la intención. Mientras persiste en la investigación de aquello que se propone, piensa. Al examinar lo que reflexionó en función de principios correctos, conoce o sabe; entonces la sabiduría lleva a juzgar […] Cuando ya posee alguna cosa como correcta, porque fue comprobada, piensa en la manera de comunicarla a los demás: y es la disposición de la palabra interior, de la cual procede el lenguaje». [5]

De modo semejante, sobre el proceso mismo, surge la elevación de la mente hacia Dios, o sea, la oración, que podrá ser vocal, y manifiesta la fe del creyente como «rationabile obsequium» (cf. Rm 12, 1). El primer término aparece también en la oración eucarística del Canon Romano, donde se reza para que Dios acepte la ofrenda como «rationabile». Pero esta disposición interior parece no ser suficiente, íntegra o incluso coherente, si no se manifiesta y comunica a los demás, a través del testimonio y la autenticidad en la vida y en los actos del creyente. Se entiende entonces la necesidad de prestar a Dios un culto que no sea meramente interno, lo que lo tornaría incompleto, sino de un culto externo, que debe repercutir en la esfera pública, dado que toda la sociedad es deudora de Dios, y de esta forma, debe rendirle un culto público. [6]

MG_5343-300x200.jpgY como recordaba Pablo VI, basándose en la Sacrosanctum Concilium (n. 13), ya en el último año de su pontificado: «¿Qué es la liturgia sino el culto público de la Iglesia, su voz comunitaria dirigida al misterio de Dios Padre, por medio de Cristo, en el Espíritu Santo?». [7] Y agrega la necesidad no solo de la expresión colectiva de las voces de los fieles, como también la «obligación y posibilidad del diálogo personal con Dios». [8] La interactividad que debe existir en el diálogo entre Dios que interpela, y la respuesta del creyente, deberá llevar a que la «semilla del Reino produzca su fruto en la tierra fértil». Y por eso «las acciones litúrgicas significan lo que la Palabra de Dios expresa: la iniciativa gratuita de Dios y al mismo tiempo la respuesta de fe de su pueblo» (CIC 1153).

Aunque nuestro lenguaje parezca ser insuficiente, no solo para explicarnos quién es Dios, sino también para dirigirnos a Él, no nos olvidemos de que el «Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14), y asumiendo la condición humana (cf. Fl 2, 7), semejante a nosotros en todo excepto en el pecado (Hb 4, 14), habló a los hombres (cf. Hb 1, 2). Por eso afirma la Dei Verbum: «Las palabras de Dios con efecto, expresadas por lenguas humanas, se tornaron íntimamente semejantes al lenguaje humano, como alguna vez el Verbo del eterno Padre se asemejó a los hombres tomando la carne de la debilidad humana» (n. 13).

«Así hablando de Dios, nuestro lenguaje se expresa, sin duda, de manera humana, pero él alcanza realmente al propio Dios, aunque sin poder expresarlo en su infinita simplicidad» (CIC 43). Y para Santo Tomás de Aquino, esta simplicidad no queda comprometida cuando a Dios se atribuyen algunas cosas, una vez que parten del conocimiento que posee nuestro intelecto relativamente a los efectos divinos, cuya relación tiene en Él su fin. [9]

Y en cuanto a dirigirnos a Dios, es siempre posible, inclusive recurriendo al empleo de palabras humanas, pues la mejor referencia y el ejemplo fueron ofrecidos por la segunda persona de la Santísima Trinidad, que así nos enseñó a orar: «Padre nuestro…» (Cf. Mt 6, 5-15; Lc 11, 1-4).

Por el P. José Victorino de Andrade, EP

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1 Adan nombra todos los seres vivos (cf. Gn 2, 20), se dirige a Eva, mujer que le fue dada para que no quedase solo y que constituía con él una sola carne (cf. Gn 2, 23-24) y ella, a su turno, responde la indagación de la serpiente (Gn 3, 2). Están comprendidas, en estos tres pasajes, las primeras palabras registradas en las Sagradas Escrituras.

2 Santo Tomás de Aquino se refiere varias veces a la naturaleza social del hombre. Ver, por ejemplo, S. Th. I, q. 96, a. 4; S. Th. I-II, q. 61, a. 5. Cont. Gent. III, c. 128; 129; 131.

3 Cuanto a esa cuestión, ver o excelente capítulo a ella dedicada en el manual de GOUVEIA, Carlos et al.Introdução à Linguística Geral e Portuguesa. 2. ed. Lisboa: Caminho, 2006.

4 Cf. S. Th. I-I, q. 91, a. 3; S. Th. I-I q. 107, a. 1.

5 S. Th. Q. 79, a. 10, resp. 3.

6 Autores clásicos de filosofía tomista como recientes defienden la necesidad del culto público: Jolivet, Collin. Ver también CHALMETA, Gabriel. Ética social: familia, profesión y ciudadanía. 2a. ed. Pamplona: Eunsa, 2003. Asimismo la  constitución conciliar Sacrosanctum Concilium, y los decretos Apostolicam Actuositatem y Christus Dominus.

7 PAOLO VI. Udienza Generale, 12 abr. 1978. Disponível em: . Último acesso em 5 set. 2011. (Tradução nossa).

8 Loc. cit.

9 Cf. Cont. Gent. II, c. 13-14, 3-4.

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