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La explicación de las ceremonias del Jueves Santo

Redacción (Jueves, 05-04-2012, Gaudium Press) El Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía y el sacramento del Orden.

Dos instituciones que bien merecerían celebración y alegría. Sin embargo, los festejos se evitan. El clima de dolor, el ambiente de luto de la Semana Santa lleva a que estas manifestaciones de júbilo no sean exteriorizadas. Por lo tanto, la fiesta por la institución de la Sagrada Eucaristía fue trasladada a la Solemnidad del Corpus Christi, algún tiempo después de la fecha de su institución en la Santa Cena.

La Bendición de los Santos Óleos

El Jueves Santo, durante la misa de la mañana, también llamada Misa Crismal, el obispo en la catedral celebra el rito de la bendición de los Santos Óleos.

Los óleos que el obispo bendice son:

1 – El óleo de los enfermos, que se utiliza para la extrema unción y la bendición de las campanas;

2 – El Santo Crisma, con el que son ungidos los bautizados, son marcados con el signo de la cruz los que recibirán el sacramento de la confirmación, son ungidas las manos de los sacerdotes y la cabeza de los obispos, así como las iglesias y los altares en su dedicación;

3 – El óleo de los catecúmenos, aquellos que preparan y se disponen a recibir el sacramento del bautismo.

Así se desarrolla el rito de la bendición de los santos óleos:

bendición de óleos.JPGDespués de la homilía, entra en la iglesia una procesión de ministros o diáconos que llevan consigo los santos óleos en el siguiente orden:

En primer lugar, el ministro con el recipiente de los perfumes, caso el Obispo personalmente quiera hacer la mezcla del crisma; a seguir, otros ministros con el recipiente del óleo de los catecúmenos, si necesita ser bendecido; luego otro ministro lleva el recipiente con el óleo de los enfermos. Y, por último, dirigido por un diácono o un sacerdote, el aceite destinado al Crisma.

El diácono que lleva el recipiente para el santo crisma lo presenta al obispo, diciendo en voz alta: ¡He aquí el aceite para el Santo Crisma!

El obispo lo recibe y lo entrega a uno de los dos diáconos asistentes, que lo pone sobre una mesa preparada para este fin. Lo mismo hacen los que llevan los vasos del óleo de los catecúmenos y los enfermos.

El primero dice: Aquí está el óleo de los enfermos, y el otro: He aquí el óleo de los catecúmenos. Y el obispo los recibe en la misma forma en que recibió el óleo para el Santo Crisma.

Se bendicen los óleos en diferentes momentos.

La bendición del óleo de los enfermos se lleva a cabo antes del final de la Plegaria Eucarística; la bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración del crisma, después de la comunión. Pero se permite bendecirlos a todos, después de la Liturgia de la Palabra.

Originalmente, se administraba el bautismo solemne de los catecúmenos en el Sábado Santo, y tal sea esta la razón principal por la que se bendice a este aceite en el Jueves Santo.

Es probable que naciese de ahí el rito del Sábado de Aleluya, que manda bendecir, con óleos recién consagrados, el agua bautismal.

La Misa Solemne del Jueves Santo

La Iglesia parece olvidar por un momento su dolor para celebrar el gran misterio de la Eucaristía: las canciones son alegres, las campanas repican.

En el comienzo de la misa, celebrada en la tarde, se nota el carácter jubiloso: toca el órgano y las campanas repican con las notas del Gloria in excelsis Deo, para callarse inmediatamente después hasta el Gloria del Sábado de Aleluya.

Este silencio de las campanas recuerda el mutismo de los apóstoles: permanecieron en silencio durante toda la pasión en lugar de levantar la voz para defender a su Maestro, como les competía.

Después del Gloria in excelsis Deo, ya no toca más el órgano. No se tocan las campanas en señal de gran tristeza a causa de la pasión y muerte del Salvador. No se canta el Aleluya.

Tampoco se da el beso de la paz, lo que significa la repugnancia que inspira el beso de Judas el traidor, exactamente en las circunstancias del Jueves Santo.

Es bueno recordar que las cruces de los altares son cubiertas, salvo la del altar mayor. Esta será cubierta con velo blanco, durante la misa. Y así ellas serán mantenidas hasta el Sábado Santo.

Para que sea más pungente y sugestivo el recuerdo de la Cena suprema en la que Nuestro Señor -único consagrante- se dio por sus propias manos a los apóstoles, se celebra una sola misa en cada iglesia.

Los sacerdotes que no celebran la Misa, asisten a ella portando sus estolas y reciben la comunión de la mano del obispo o del principal dignatario presente, que normalmente es quien celebra. De este modo, se recuerda la comunión que los apóstoles recibieron de las manos de Nuestro Señor, el día en que se instituyó el sacramento de la Eucaristía.

El Jueves Santo es conservada una hostia consagrada:

1 – A fin de que se tributen especiales adoraciones al sacramento de la Eucaristía en el día de su institución;

2 – Con el fin de poder celebrar la liturgia del Viernes Santo, día en que los sacerdotes no consagran.

La ceremonia del lavapiés

Después de la homilía de la misa vespertina del Jueves Santo, se sigue la ceremonia llamaba antiguamente «mandato», un nombre tomado de la palabra inicial de la primera antífona: «Mandatum novum», también llamada lavapiés, porque se lavan los pies a 12 hombres pobres. Ya San Agustín conocía esta ceremonia, que se realizaba sin embargo en otro día.

DSC02777-rt.jpgEl «lavatorio de los pies» se realiza generalmente en la noche. En Roma, el Papa lava los pies a doce sacerdotes, en recuerdo del acto que Nuestro Señor practicó antes de instituirla Sagrada Eucaristía, lavando los pies de los doce apóstoles (Jn 13, 1-17).

Nuestro Señor quería enseñar a los apóstoles que la pureza y la humildad son dos virtudes esenciales, muy convenientes para la digna recepción del sacramento de la Eucaristía.

En las catedrales, el obispo lava los pies a doce pobres. A continuación, los seca. Los besa con respeto y entrega a cada pobre una limosna, con los mismos sentimientos de humildad y caridad que tenía Jesús el Salvador.

La costumbre del Lava-pies, es antigua tradición de la Iglesia. Desde el siglo IV, aparece en todas las liturgias.

Esta ceremonia se lleva a cabo:

1 – Para renovar la memoria de ese acto de humillación con que Jesucristo se rebaja a fin de lavar los pies de sus apóstoles;

2 – Porque Él mismo los instó, y en la persona de ellos a todos los fieles, a imitar su ejemplo;

3 – Para enseñarnos que debemos purificar nuestros corazones de toda mancha, y practicar, unos con otros, los deberes de la caridad cristiana y la humildad.

El traslado del Santísimo Sacramento

Durante el Jueves y el Viernes Santos el tabernáculo debe estar completamente vacío.

Por esta razón, se consagran el Jueves la cantidad de hostias suficientes para la comunión de estos dos días. De este modo, será tributado especial culto al sacramento de la Eucaristía en el día de su creación, y la liturgia podrá ser celebrada el Viernes Santo, ocasión en la que el sacerdote no consagra.

2.jpg2051.jpgAl final de la misa, el sacerdote de pie ante el altar, pone incienso en el incensario, y de rodillas, inciensa el Santísimo Sacramento en tres ocasiones. Recibiendo el velo humeral, toma el copón, y lo recubre con un velo.

Entonces, en procesión, bajo un palio y con gran pompa, el Santísimo Sacramento es llevado a una capilla decorada convenientemente en un lugar aparte, llamada Santo Sepulcro. Durante la procesión, se canta el himno «Pange lingua.»

Al llegar al lugar de la reposición, el sacerdote coloca el copón en el tabernáculo, pone incienso en el incensario, se arrodilla, e inciensa el Santísimo Sacramento. A continuación, se cierra el tabernáculo.

Después de algunos momentos de adoración, el sacerdote y los ministros hacen una genuflexión y regresan a la sacristía.

Desmontaje de los altares

La alegría se mezcla con el luto. Es el silencio de los órganos, de las campanas y las campanillas, que son sustituidos por la matraca durante la misa, para recordar la traición de Judas, y por el desnudamiento de los altares, en el oficio, lo que significa el desnudamiento de Jesús para ser azotado y clavado en la cruz.

Regresando del altar de la exposición, se cantan las Vísperas.

Inmediatamente después, el oficiante, con una estola morada, y con la asistencia de sus ministros, comienza la ceremonia, quitando de los altares los manteles con todos los elementos que adornan. Se dejan abierta la puerta del tabernáculo, para indicar que no está presente el Divino Huésped.

Nuestras adoraciones se dirigirán por tanto, de ahí en adelante, a la cruz y es ante ella que haremos todas nuestras genuflexiones.

Mientras que se hace el desnudamiento de los altares, se recita el Salmo 21. En él, David profetizó la Pasión de nuestro Salvador con las circunstancias de su muerte en el Calvario: «Se repartieron mis vestidos entre sí, echaron suertes para mi túnica. «

El simbolismo conmovedor de esta ceremonia nos recuerda una de las horas más dolorosas de la Pasión, cuando Jesús fue abandonado por los suyos, y despojado por los verdugos de su túnica inconsútil, para rifársela.

El Divino Maestro nos enseña de ese modo que, para celebrar dignamente su Pasión, debemos despojarnos del viejo hombre, es decir, de todo afecto mundano y volvernos hacia Dios.

Por Emílio Portugal Coutinho

 

 

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