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Santo Tomás de Aquino y la Eucaristía

Redacción (Lunes, 07-05-2012, Gaudium Press) El 28 de enero pasado, Mons. Benedito Beni Dos Santos, obispo de Lorena, inauguraba el año lectivo en el Seminario de los Heraldos del Evangelio en Brasil con una eucaristía. Sigue a continuación un trecho de su importante homilía, referente a la devoción de Santo Tomás al Cuerpo Eucarístico de Cristo:

Un teólogo apasionado por la Eucaristía

Hoy la Liturgia celebra la memoria de Santo Tomás de Aquino, que vivió en el siglo XIII, en la Plena Edad Media.

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Además de teólogo, fue un gran santo. Pero no es sólo un teólogo, sino el Teólogo de los teólogos, el maestro de todos los teólogos de la Iglesia. Enseñé Teología durante treinta y un años y estoy convencido de que quien no ha leído la obra de Santo Tomás, por lo menos la Suma Teológica, no puede llamarse teólogo. Conocer la obra de Santo Tomás es una condición para ser teólogo católico.

 

Siempre me ha emocionado mucho su doctrina sobre la Eucaristía. La consideraba el centro de su vida. Era un apasionado por la Eucaristía. Y es interesante destacar que, en la Suma Teológica trata de los sacramentos después de haber expuesto la cristología, después de tratar de Cristo. Esto es significativo. Al explicar los sacramentos después de la cristología, Santo Tomás quiso mostrar que los sacramentos son los canales de la gracia, y estos canales están vinculados a una fuente: Cristo, del que proviene la gracia salvífica que recibimos en los sacramentos.
Jesús es la fuente, los sacramentos son los canales por los que la gracia llega hasta nosotros.

La Eucaristía: una continuación de la Encarnación

Y para el Doctor Angélico la Eucaristía es el sacramento central. Todos los demás tienen de referencia a la Eucaristía. Porque los otros sacramentos nos comunican la gracia salvífica del misterio pascual, y en la Eucaristía tenemos la presencia misma de Cristo resucitado. Para él, la Eucaristía es semejante a la Encarnación, es en cierto modo una continuación de la Encarnación. Y en la humildad de Jesucristo, el Verbo Encarnado, en esa humildad que los ojos humanos podían ver, estaba presente la divinidad oculta a los ojos humanos. La divinidad presente y actuando en la humanidad de Jesús. Lo mismo ocurre en la Eucaristía: en las especies pan y vino, que nuestros ojos ven, está presente Cristo resucitado, que nuestros ojos no pueden ver. A través de las especies eucarísticas Él viene hasta nosotros, viene a nuestro corazón.

Y de hecho podemos decir que la Eucaristía es una continuación de la Encarnación. Jesús no podría haber dicho nunca en la Última Cena: «Esto es mi Cuerpo, éste es el cáliz de mi Sangre», si no hubiera asumido en la Encarnación, en el vientre de la Virgen, un cuerpo humano verdadero.

Existe un himno a la Eucaristía, en latín, en melodía gregoriana, que empieza con estas palabras: «Ave verum corpus natum de Maria Virgine» (¡Salve!, verdadero cuerpo nacido de la Virgen María). Podemos pronunciar estas palabras cuando nos acerquemos a la Eucaristía para recibirla, cuando contemplemos y adoremos a la Eucaristía: «¡Salve!, verdadero cuerpo nacido de la Virgen María».

«Ave verum corpus natum de Maria Virgine». Podemos pronunciar estas palabras cuando contemplemos y adoremos a la Eucaristía.

La Eucaristía anticipa en cierto modo la vida eterna

Además de indicar esta semejanza de la Eucaristía con la Encarnación, Santo Tomás de Aquino nos muestra que tiene varias dimensiones: pasado, presente y futuro. La dimensión del pasado: la Eucaristía hace presente la inmolación de Cristo en el Calvario, para nuestra salvación.

Esta inmolación está presente en el sacramento de la Eucaristía. La Eucaristía tiene una dimensión presente: es un signo de que Cristo nos acompaña en nuestra peregrinación terrena. Podemos entrar en contacto con la verdad de su Cuerpo y de su Sangre, nos alimentan en esta peregrinación.

Pero en la Eucaristía también hay una dimensión dirigida hacia el futuro: es el anticipo y anuncio de la vida eterna. La vida eterna consiste en la comunión con Dios, y en la Eucaristía entramos en comunión con Él. Por lo tanto, anticipa en cierto modo la vida eterna.

Para concluir esta reflexión, me gustaría recordar las últimas palabras pronunciadas por Santo Tomás de Aquino cuando, unas horas antes de su muerte, le trajeron la Eucaristía como Viático. Mirando a la Sagrada Hostia dijo: «Te recibo, alimento; te recibo, precio de la redención de mi alma, te recibo, Viático de mi peregrinación. Por tu amor viví, trabajé y estudié». Amén

(Texto extraído de la grabación, no revisado por su autor)

 

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