Ciudad del Vaticano (Jueves, 11-10-2012, Gaudium Press) «Un día espléndido» y de «extraordinaria espera» es la imagen del 11 de octubre de 1962 que permanece en la memoria del joven profesor alemán de teología, Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI. El «L’Osservatore Romano» publicó hoy el preámbulo del Santo Padre para los dos volúmenes con los escritos conciliares de Ratzinger. La obra curada por el arzobispo Mueller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y publicados por la Herder saldrá en Alemania a mediados de noviembre con el título «Zur Lehre des Zweiten Vatikanischen Konzils».
«L’Osservatore Romano» publicó hoy el preámbulo del Santo Padre para los dos volúmenes con los escritos conciliares de Ratzinger. |
Son los escritos de los cuales «traspasa el propio proceso de aprendizaje que el Concilio y su recepción significaron y todavía significan para mí», explica el Pontífice en el preámbulo firmado el 2 de agosto, en la fiesta del santo obispo Eusebio de Vercelli.
«Fue impresionante ver entrar a los obispos provenientes de todo el mundo, de todos los pueblos y razas: una imagen de la Iglesia de Jesucristo que abraza todo el mundo, en la cual los pueblos de la tierra se sienten unidos en su paz». La imagen colectiva de la impresionante procesión de casi 3 mil Padres conciliares tocó también al joven Joseph Ratzinger.
En el Cardenal Frings -recuerda el Pontífice de 85 años- tuve un «padre» que vivió de modo ejemplar este espíritu del Concilio. Era un hombre de significativa apertura y grandeza, pero sabía también que solo la fe guía para hacerse a lo largo de aquel horizonte amplio que permanece impedido al espíritu positivista. Es esta fe que quería servir con el mandato recibido a través del sacramento de la ordenación episcopal. No puedo dejar de estarle siempre agradecido por haberme traído -a mí, el profesor más joven de la Facultad teológica católica de la universidad de Bonn- como su consultor en la gran asamblea de la Iglesia, permitiendo que yo estuviese presente en esta escuela y recorriese desde el interior el camino del Concilio».
En el preámbulo Benedicto XVI recuerda la motivación del Concilio y habla sobre los documentos importantes e históricos. «El cristianismo, que construyera y plasmara el mundo occidental, parecía perder cada vez más su fuerza eficaz. Se mostraba cansado y parecía que el futuro fuese determinado por otros poderes espirituales. Esta percepción del cristianismo de haber perdido el presente y de la tarea que de ahí derivaba estaba bien resumida por la palabra «actualización»: el cristianismo debe estar en el presente para poder dar forma al futuro. Para que pudiese volver a ser una fuerza que modela el porvenir, Juan XXIII convocara el Concilio sin indicarle problemas concretos o programas. Fue ésta la grandeza, y al mismo tiempo la dificultad, de la tarea que se presentaba a la asamblea eclesial».
«Fue impresionante ver entrar a los obispos provenientes de todo el mundo, de todos los pueblos y razas», recordaba Ratzinger. |
«Un tema fundamental era la eclesiología, que debía ser profundizada bajo los puntos de vista de la historia de la salvación, trinitario y sacramental; a esto venía a juntarse la exigencia de completar la doctrina del primado del Concilio Vaticano I a través de una valorización del ministerio episcopal. Un tema importante para los episcopados del centro de Europa era la renovación litúrgica, que Pío XII ya había comenzado a realizar».
El Papa hace una reflexión interesante sobre la libertad religiosa, recordando la Declaración conciliar sobre la libertad religiosa. «La fe cristiana reivindicaba la libertad para la convicción religiosa y su práctica en el culto, sin con esto violar el derecho del Estado en su propio ordenamiento: los cristianos rezaban por el emperador, pero no lo adoraban. Bajo este punto de vista, se puede afirmar que el cristianismo, con su nacimiento, trajo al mundo el principio de la libertad de religión. Todavía la interpretación de este derecho a la libertad en el contexto del pensamiento moderno aún era difícil, porque podía parecer que la versión moderna de la libertad de religión presupusiese la inaccesibilidad de la verdad al hombre y, consecuentemente, desplazase a la religión de su fundamento para la esfera de lo subjetivo. Ciertamente fue providencial que, trece años después de la conclusión del Concilio, hubiese llegado el Papa Juan Pablo II de un país donde la libertad de religión era contestada por el marxismo, o sea, a partir de una forma particular de filosofía estatal moderna. El Papa venía casi de una situación que se parecía con la de la Iglesia antigua, de modo que se tornó de nuevo visible el íntimo ordenamiento de la fe al tema de la libertad, sobre todo la libertad de religión y de culto».
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