Redacción (Martes, 26-02-2013, Gaudium Press) «Cuando me siento débil, entonces es que soy fuerte». Pensando sobre este pasaje de San Pablo, la primera impresión que nos asalta es la de contradicción. ¿Cómo puede ser que, en el momento en que siento mi insuficiencia, mi debilidad, solamente de esta forma es que soy fuerte?
En la vida de todos los días, verificamos que muchos de nuestros quehaceres no alcanzan la meta esperada o, si la alcanzan, no producen el efecto que deseábamos. Cualquiera de nosotros al sentir, constantemente, este peso de las dificultades tendría la voluntad de abandonar el deber. Pero si analizamos todo lo que sucede en nuestra vida con ojos sobrenaturales, acabamos entendiendo que nada es por acaso, o fruto de un ‘destino’.
Cuando todo parezca perdido y sin esperanzas, debido a nuestra contingencia, ¡qué alegría debemos tener de llevar adelante nuestras vidas! Este es el modo propio con que la Providencia trata a los que ella ama. Sí, Ella permite que, por medio de las capacidades naturales, de las cualidades, de los esfuerzos empleados, no siempre obtengamos el resultado deseado, para que así nos reconozcamos contingentes y necesitados de auxilio.
A partir de la percepción de que nada de bueno podemos hacer sin la ayuda de la Providencia, comenzamos nuestro caminar rumbo a la verdadera fuerza, la del alma. Exactamente a través de este principio, el cual es un excelente medio para adquirir la humildad, podemos unirnos más intensamente a Dios.
De esto podemos sacar una gran lección de moral.
Quien, con sus capacidades, juzga innecesarias todas las formas de ayuda, muy especialmente de la Gracia, éste, por su orgullo, se torna el más débil de todos. Entretanto, quien se reconoce pecador, miserable y contingente, éste es objeto de la bondad y de la fuerza de Dios.
Cuando sintamos -diariamente todos la sentimos- nuestra insuficiencia, no perdamos la confianza, sino recordemos siempre que Dios quiere auxiliarnos, y que «cuanto mayor sea tu miseria, cuanto menos sólida tu virtud, tanto más necesidad tienes de Él; y, cuanto más estrechamente te apegares con Dios, más harás por ti». (José Tissot. El arte de aprovechar las propias faltas según San Francisco de Sales. 5. ed. Petrópolis: Vozes, 1964, p. 83)
Por Daniel Zehnpfennig
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