Redacción (Jueves, 04-04-2013, Gaudium Press) Presentamos a nuestros lectores la continuación del artículo sobre la Resurrección del Señor, en la primera semana de Pascua. La primera parte del texto de las reflexiones Monseñor João Clá Dias, EP, está disponible en el presente vínculo.
III – Un aspecto poco comentado… …en la narrativa de la Resurrección de Jesús.
Aunque no lo hayan afirmado los Evangelistas, es de sentido común, y los buenos autores son concordes a ese respecto, que Jesús apareció en primer lugar a su Madre, luego después de la Resurrección. En la secuencia, apareció a santa María Magdalena (Mc 16,9; Jo.11-17) y, después, a otras santas mujeres. (Mt 28, 9-10).
Entonces, Jesús apareció a María, su Madre, luego de salir del sepulcro. En segundo lugar, a Magdalena (Jn 20,16), con enorme ternura, llamándola por e nombre. Y, en tercer lugar, apareció as otras mujeres, también con mucha bondad, dejando que a Él se aproximasen y hasta besasen sus pies (Mt. 28,9-10).
¿Por qué motivo habría escogido las mujeres para manifestarse, antes de los propios Apóstoles?
Parece incomprensible la actitud de Nuestro Señor, encargando a las mujeres transmitir la Buena Nueva a los propios Apóstoles, a fin de que estos la anuncien por el mundo; tratándose del más importante de todos los milagros, el fundamento de nuestra fe, ¡la Resurrección del Señor!
Y, para colmo, ellos ni siquiera llegan a darles crédito…¡no quisieron creer! (Mc.16, 11)
1 – ¡El fervor es un tesoro!
A esta altura nos preguntamos por qué esa diferencia de actitud, para con ellas, de un lado, y para con los Apóstoles, de otro. El trato del Señor para con los Apóstoles es bien descrito por San Marcos: «Finalmente apareció a los once, cuando estaban en la mesa, y les censuró su incredulidad y dureza de corazón, por no haber dado crédito a los que lo vieron resucitado» (Mc 16,14). Sus primeras palabras, por tanto, según el evangelista, es de censura para con ellos. ¡Qué diferencia! ¿Por qué?
No habría entendido nada de esa sublime lección quien afirmase que Jesús quiso dar preeminencia a la mujer sobre el hombre. No es este el caso. En verdad, tales episodios dejan transparentar claramente la esencia del Evangelio, que Nuestro Señor había resumido en los siguientes términos: «Os doy un nuevo mandamiento: amaos unos a otros. Como yo os he amado, así también debéis amaros unos a otros»(Jn 13,34). Es en el perfecto amor a Dios y al prójimo que está la síntesis del Evangelio.
Era tan grande el amor que aquellas mujeres tenían por Jesús que hasta su instinto de conservación se había reducido, pues corrían riesgo ir. Cargaban imperfecciones, pero el amor por el Señor era puro. Y cuando ese amor es así depurado, Cristo mismo toma sobre sí la tarea de perfeccionar las acciones que la naturaleza humana decaída venga a realizar.
Con esa afirmación, no es nuestra intención hacer el elogio de la imprudencia como tal, sino resaltar cómo las actitudes irreflexivas de las santas mujeres del Evangelio eran compensadas por el puro amor de Dios – la caridad.
Es oportuno recordar que también el corazón del joven acostumbra moverse por el amor, sobre todo cuando arrebatado por el fervor primaveral. Tal como las santas mujeres, muchas veces no se guía por la prudencia, ni por la razón, sino por la audacia. Si se trata de un amor desinteresado y puro, Dios lo premia.
Esa llama es un tesoro, que precisa ser tratada con cariño. (1)
2 – La felicidad está en buscar a Jesús
En el primer día de la semana fue María Magdalena al sepulcro, de mañana, siendo todavía oscuro, y vio la piedra removida del sepulcro. Corrió, pues, y fue a ver a Simón Pedro y otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: Llevaron al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde lo pusieron¨ (Jn 20, 1-2).
«Luego en el primer momento que ella pudo, porque estaba prohibido según la ley de Moisés, dar más de doscientos pasos en el sábado. Ella estaba afligida esperando que el sábado pasase para poder ir a la tumba donde estaba el cuerpo de Jesús. Ella lo amaba tanto que quería verlo aunque muerto y estaba dispuesta a enfrentar la madrugada, pues, está dicho en el Evangelio – de mañana temprano – cuando todavía estaba oscuro. Ella partió y no esperó a clarear el día. Así debemos ser nosotros. Cuántas veces tenemos una moción interior de la gracia para buscar a Nuestro Señor en el Tabernáculo, para entrar a una iglesia, rezar un poco, parar por un momento nuestras actividades y dirigirnos a Dios y nos viene al pensamiento: No, en este momento no estoy sintiendo nada, no me siento propenso. . .
Era oscuro, madrugada, era arriesgado una dama en aquella circunstancia salir por las calles, todo indicaba que no era prudente ir al sepulcro en aquella hora. Con todo, ella lo hace, y hace porque está tomada de entusiasmo, de ardor, está tomada de devoción. Ejemplo para nosotros…
¨Vio la piedra removida del sepulcro¨; ella se dio cuenta que allí había pasado algo, la piedra fue a parar lejos, el propio camino en que corría la piedra fue arrancado. ¿Ella qué hizo? ¿Habrá regresado a casa?
Cuántas veces encontramos en nuestra vida hechos sobrenaturales impresionantes y envés de pararnos para considerarlos y colocarnos inmediatamente en oración, no hacemos como Santa María Magdalena que corrió, ella podía haber caminado por las calles, no, ella corrió.
Después de ella haber visto el milagro, sentido de jerarquía, fue avisar al Jefe de la Iglesia, el Papa. ¨Fue a decir a Simón Pedro y a otro discípulo a quien Jesús amaba¨. Ella escogió bien las dos personas: Uno era el Jefe y el otro el más amado; uno era el que más amaba el otro era el más amado.
¨…y les dijo: Llevaron al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde lo pusieron¨.
Es bien la situación de quien no había oído decir que Nuestro Señor resucitaría al tercer día. Si ella supiese de la resurrección ella ciertamente creería, pero a ella no fue dada esta noticia, porque Dios quería esta actitud de alma y consecuentemente los méritos, el mérito de estar afligida, buscando con ansiedad, con emoción.
Así debemos ser nosotros, y por eso dirigirnos siempre a Nuestra Señora y pedir a Ella este estado de espíritu:
Oración: ¡Oh Madre! Vosotros cuando supisteis de la actitud de Santa María Magdalena, te pusiste alegre, porque era exactamente lo que pasaba en Vuestro corazón, Vos queréis encontrar a Vuestro Divino Hijo cuánto antes, y si Vos no os movisteis de vuestra casa fue porque el propio Jesús os apareció en primer lugar, las primicias de la resurrección os fueron ofrecidas por Vuestro propio Hijo.
Mi Madre, viendo yo este ejemplo de Santa María Magdalena, nosotros os pedimos: Dadnos la gracia de siempre buscar a Jesús aunque yo esté en la aridez, porque el símbolo de la muerte está exactamente en la aridez, en aquella hora en que no sentimos nada en el corazón, todavía así salíamos de prisa y con todo el énfasis a la búsqueda de Jesús. (4)
3 – ¡Dios hace de nuestros deseos la medida de sus beneficios!
Cómo es admirable el amor ardiente de Santa María Magdalena: corre al sepulcro, y no encontrando allá el sagrado cuerpo de Jesús, imagina que lo sacaron. ¿Dónde lo pusieron? Quiere a todo costo saber; y en vez de retirarse como los discípulos y las otras mujeres, se queda allí, retenida por el amor, para buscar a Aquel que ella no puede encontrar. Se queda allí sin nada temer, porque después de haber perdido a Jesús, nada hay que recele perder.
Para un deseo vehemente nada parece imposible y torna al hombre capaz de todo. ¡Cómo es intenso su deseo de encontrar a Jesús! ¡Bienaventurada el alma que ama a Jesús hasta desearlo así! Dios hace de nuestros deseos la medida de sus beneficios, y junto a Él los mayores bienes no cuestan muchas veces más que un suspiro. Nuestra gran desgracia es no amar; y, por eso, no desear con intensidad nuestra perfección. Supliquemos a Nuestra Señora de toda la santidad, la gloriosa Reina de los Ángeles que aleje de nosotros los obstáculos que nosotros mismos colocamos para nuestra santificación. (3) ¡Así sea!
CORAZÓN DE MARÍA, INUNDADO DE INEFABLE CONSOLACIÓN EN LA ASCENSIÓN DE JESÚS, ¡Rogad por nosotros!
Monseñor João Clá Dias, EP
Referencias:
(1) Revista Arautos do Evangelho – Mons. João Clá Dias, nº 4 – abril 2002 págs. 13-17
(2) Exposição sobre o Credo – Santo Tomás de Aquino- Ed. Loyola, 2a.edição, págs.54-55
(3) Meditações – M.Hamon , Lello & Irmãos Editores- Porto, Tomo II, págs. 250-251
(4) Meditação do Mons. João Clá Dias – Catedral Metropolitana da Sé de São Paulo – 3 de julho de 2004 (sem revisão do autor)
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