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"Pequeña vía" y bohemia

Redacción (Martes, 10-06-2013, Gaudium Press) Bohemia no es solamente una región de la actual república checa, ni una ópera de Puccini o una canción de Aznavour. Sobre todo fue un fenómeno sociológico que surgió en la Francia del siglo XIX y se extendió por el mundo entero, de tal manera que hasta los meandros más recónditos de otras culturas como la rusa, la japonesa y la de nuestra américa, fueron permeados por ese estilo, esa mentalidad, esa forma de ver la vida y sus alrededores, que termina convirtiendo a la persona en un ser perdido en los ensueños y fantasías de un autismo crónico severo. Todo parece indicar que la fuerza centrífuga del fenómeno fue una deformación de algo más alto que un sentimiento lindante con la mística nacido del realismo de santa Teresa del Niño Jesús.

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Santa Teresita no pasaba 3 minutos

sin pensar en Dios

Es que no pudo haber sido coincidencia que mientras se gestaban en la historia del alma de esta joven y bella carmelita contemplativa -tan francesa como la catedral de Notre Dame- el abandono y la renuncia para alcanzar la libertad, una especie de ‘troupé’ perdida en la auto-conmiseración y la pusilanimidad vagabundeaba por las calles del barrio Latino en Paris al estilo de los gitanos (los llamaban ‘Bohemes’ porque la mayoría venían de Bohemia) lamiéndose las heridas de la vida, proclamándose libres, viviendo en buhardillas sucias, reuniéndose en cafetines y componiendo poemas, obras teatrales e incluso partituras musicales, esculturas y pinturas buscando evadirse de un mundo con el cual no conseguía acoplarse. De esta errante compañía de desadaptados sociales surgió una contestación a la vida estacionada y soporífera de una burguesía pesada que creía haber descubierto con el liberalismo del «Rey-paraguas» (1) la fórmula mágica para vivir cómodamente en la tierra en una especie de «limbolatría»(2) eterna, donde Dios y su Iglesia eran algo así como un pacífico sedante.

Henri Murger fue el escritor y dramaturgo tuberculoso, fallecido a los 39 años de edad, que atrapó en el aire del París de aquel entonces algo que flotaba no solamente en la atmósfera francesa sino en la de Europa entera y buena parte del mundo. Era un deseo profundo de ofrendarse a algo infinito con un amor intenso y un compromiso definitivo. La proliferación de novelas sentimentales (Roman, novela en francés, raíz del romanticismo) y las poesías de caballería galante de Schiller (El Caballero de Toggenburg) fueron los enloquecedores cantos de sirena que atrajeron la joven imaginación a terrenos sentimentales y apasionados donde no pocas veces se caía en el alcoholismo, los narcóticos y el suicidio. «Héroes y heroínas» del romanticismo como los califica el Prof. Plinio Correa de Oliveira, especialmente aquellos que posaban de delicados a la ‘mignon’, flacos, debiluchos y pálidos, de miradas melancólicas y poético desaliño en el traje y el peinado procurando la comprensión amorosa de una alma hermana. (3) La bohemia se los llevó a casi todos por un abismo de auto-contemplación y profundidad insondable, y tal vez por ese oscuro hueco se fueron también almas de un gran llamado místico e innegables cualidades sobrenaturales. Resistieron comprobadamente Santa Teresa de Liseux y otras pocas almas seguramente en distintos cuadrantes de la tierra, hombres y mujeres, aristócratas y plebeyos que por gracia de Dios finamente correspondida, nunca dejaron de verlo a Él en todo lo que los rodeaba y en lo que hacían cotidianamente con el anhelo de unirse totalmente a ese Amor que les ofrecía: «Creo que nunca he pasado tres minutos sin pensar en Dios»(4) decía Santa Teresita, todo lo contrario de lo que se podría decir de un Delacroix, un Victor Hugo o la pobre Camille Claudel, etc, que no dejaron de pensar en ellos mismos ni un minuto.

Por Antonio Borda

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(1)Luis Felipe de Orleáns, 1773-1849.
(2)Culto al Limbo. Término acuñado por Mons. Joao Clá caracterizando un anhelo de eternidad naturalista y sin visión beatífica./(Homilía).
(3)»Romanticismo y divorcio», Catolicismo, No.10/octubre de 1951.
(4)Sumario del proceso de canonización de Santa Teresa del Niño Jesús, pag.1626, Roma, 1920.

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