Redacción (Viernes, 06-12-2013, Gaudium Press) ¿Existió Papá Noel? Más temprano o más tarde, todo niño hace esta pregunta. Y los padres pueden responder fácilmente a sus hijos contandoles la bella historia de la vida de San Nicolás.
En los centros comerciales frecuentemente, se ve un personaje con traje de colores vivos, despertando la curiosidad general y en los niños, la alegre expectativa de los regalos y las golosinas.
Es Papá Noel. ¿Cómo nació esta tradición? En realidad, existió una persona mucho más importante que el legendario Papá Noel. Fue San Nicolás, quien falleció como Obispo de Mira, Turquía, en el año 324.
Este gran Santo que va de casa en casa, llevando regalos, para los niños piadosos y que se han portado bien. Narrando a los hijos, la bella vida de este gran Santo, los padres despiertan en las almas infantiles, el sentido de lo maravilloso y estimulan la práctica de la virtud. Con la gran ventaja de que, en este caso, la realidad supera la leyenda.
Pocos Santos gozan de tanta popularidad, y a muy pocos son atribuidos tantos milagros. De él San Juan Damasceno, hace el siguiente elogio «Todo el universo tiene en ti, un rápido auxilio en las aflicciones, un estimulante en las tristezas, un consuelo en las calamidades, un defensor en las tentaciones, un remedio en las enfermedades».
Nicolás era bastante joven, cuando perdió a sus padres, here dando de ellos una gran fortuna, que le hizo posible practicar la caridad en gran escala.
Un día, conoció a tres jóvenes, que por ser pobres, no encontraban pretendiente para casarse y el padre pretendía encaminarlas hacia una mala vida. Entonces, Nicolás fue por la noche y tiró dentro del cuarto del hombre, una bolsa con monedas de oro. Pocos días después, se casaba la hija mayor. Repitió Nicolás el gesto, y poco después se casaba la segunda hija. En el momento, en que se preparaba para hacerlo por tercera vez, fue descubierto. Saliendo de las sombras donde estaba escondido, el padre se lanzó a los pies de su benefactor, llorando de arrepentimiento y gratitud. Desde entonces, no se cansó de pregonar por todas partes los favores recibidos.
En otra ocasión, al embarcarse en un navío, informó al comandante que tendrían una violenta tormenta por el camino. El viejo lobo de mar, recibió con irónica sonrisa esa previsión de un simple pasajero. Sin embargo, la tormenta no tardó.
Era tan terrible, que todos creyeron que había llegado su fin. Sabiendo que un pasajero había previsto lo que estaba ocurriendo, corrieron hacia él pidiéndole ayuda.
Nicolás imploró a Dios y luego cesó la tormenta, se calmó el mar y el sol apareció resplandeciente… Se volvió así, el patrono de los marineros, que lo invocan en los momentos de peligro.
San Buenaventura narra, que en una posada, el dueño había asesinado a dos estudiantes, que se habían apoderado de su dinero. Horrorizado por ese vil crimen, San Nicolás, resucitó a los jóvenes y convirtió al asesino.
El día en que fue consagrado Obispo de Mira, recién acabada la ceremonia, una mujer se lanzó a sus pies, con un niño en sus brazos, suplicando «¡Dale la vida a mi hijito! El se cayó al fuego y tuvo una muerte horrible. ¡Ten piedad de mí, dale la vida!» Emocionado y compadecido de los dolores de aquella madre, hizo la señal de la cruz, sobre el niño, que resucitó en presencia de todos los fieles presentes en la ceremonia de la consagración.
En algunos países de Europa, es costumbre de las personas cambiar regalos el día de su fiesta, el 6 de Diciembre. A nosotros, también San Nicolás, no dejará de ayudarnos, en nuestras necesidades.
Pidámosle, pues, no sólo bienes materiales, sino sobretodo grandes dones espirituales. Que él obtenga de la Santísima Virgen y de San José, la gracia de que en esta Navidad, haga nacer en nuestras almas, al Niño Jesús -el mayor regalo dado a los hombres-, con el fin de llevarnos a la Patria celestial, para la cual fuimos creados.
(Revista Heraldos del Evangelio)
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