sábado, 27 de abril de 2024
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Lo que le falta al mundo es poesía – II parte

Redacción (Viernes, 02-05-2014, Gaudium Press) Sí, reiteramos: lo que le falta al mundo es poesía, el mundo de hoy perdió la poesía, aunque ya comienza nuevamente a añorarla, ya la extraña con ansia.

Es una cierta poesía que se puede recitar mientras se trabaja y se ‘produce’; es decir, estamos aquí bien lejos de cierto cliché romántico de algunos poetas, de esos que abstraían del mundo circundante para adentrarse en sus divagaciones y sueños interiores, mejor si era en la penumbra de la noche, en un altillo de una vieja casa que evidenciara sus años, con un óculo en el tejado desde donde se podía mirar furtivamente la luna.

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Es la poesía de ese en el cual el egoísmo no anuló la capacidad de maravillarse con un bello atardecer, como el de la foto adjunta, capturado por un sensible lente en Falerna Marina, Italia. Ocaso en el que el astro rey horada con su resplandor una espesa y orgullosa nube que quiere impedir su paso, su soberanía; una nube que termina dividiendo el horizonte en dos cuadros: el del azul claro ya un tanto frío de encima, donde los rayos del sol que se oculta se van diluyendo en agonía. Y el de abajo, más amarillo-naranja, cálido pero no quemante, en el que el sol todavía domina y proyecta sus luces que abrigan, que crean algo a la manera de portal a un reino mítico de luz, al Reino de Dios.

Cuantos atardeceres para contemplar, mientras se navega en esta tierra, mientras se medita, mientras se camina rumbo a las luchas de la vida.

Es la poesía del ejercicio de lo que la filosofía cristiana ha llamado la Cuarta Vía para llegar a Dios, la Vía tomista de las Perfecciones, o de las Participaciones, o de la Eminencia «pues se trata en ella de reconocer que las perfecciones que se hallan en las cosas se encuentran en Dios de modo eminente». (1)

En nota anterior recordábamos que Balzac, a la zaga de muchos literatos, decía que en la vida de todos los días el hombre puede encontrar grandes realidades, grandes dramas, grandes realizaciones, incluso en cosas aparentemente pequeñas. Sin embargo, es indiscutible que esta ‘poesía’ de la que estamos hablando -trascendencia hacia el Absoluto- se puede realizar más fácilmente cuando la realidad que nos sirve de escalera es particularmente especial, es significativamente bella.

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Castillo de Chambord, Francia

Mientras más esa realidad sea eminente, más nos puede llevar a la Eminencia Absoluta; mientras más bello sea el objeto contemplado, más fácilmente puede guiarnos a la Belleza Eterna e Increada, pues como decía Fabro, «en todas las cosas en que haya más o menos belleza, hay que encontrar algún principio de belleza, por la proximidad al cual una cosa se diga más bella que otra» (2). Si es más bello, está más próximo de Dios en su belleza.

Así, alguien podría preguntarse de qué le sirvió al mundo el dinero y el tiempo que los hombres emplearon en construir Chambord, o los esfuerzos y largos años que se tardó en edificar la magnífica catedral de Orleans, aquella espléndida, con sus torres también inconclusas, pero que ya van mostrando una originalidad de puntas con base cilíndrica que predecían conos, a la manera los sombreros de velos de las damas medievales. Mejor con ese dinero se hubiera aliviado las necesidades materiales de muchas personas, diría ese alguien.

Entretanto, como ya lo dijo el Maestro, no solo de pan vive el hombre. El ser humano también necesita de poesía, de elementos que le faciliten la escala ascensional rumbo a la Divinidad, de objetos que le hablen ya en esta tierra de ese «Más allá dorado» que tanto ansía, elementos con los cuales en esta tierra pueda entonar verdadera poesía celestial.

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Catedral de Orleans, Francia – Foto: Diego R. Lizcano

Poesía como la que se podría hacer con la Catedral de Orleans, imaginándola por ejemplo con sus torres terminadas, diciendo al transeúnte que enfrente pasa:

«Para y ve si una hay alegría mayor a la mía, que constantemente subo a Dios. Yo cobijo al Dios Sacramentado, pero también mis torres, mis bóvedas y naves son escaleras que te pueden ir llevando al Paraíso, porque es hacia allá adonde conducen en su impulso ascensional. Es un impulso que no es el de un rayo, sino que es delicado, de encaje balaustrado, al tiempo que decidido y constante. ¿Estás meditando sobre el pan para llevar a casa? Es esa una preocupación legítima, necesaria. Pero para unos instantes y contémplame. Reconforta tu espíritu, descansa y recobra las fuerzas; sube conmigo unos instantes hasta el cielo…».

Por Saúl Castiblanco
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1 González, Ángel Luis. Ser y Participación. 3ra. Edición. EUNSA. Baranáin – España. 2001. p. 18
2 Fabro, Cornelio. L’uomo e il rischio di Dio. Roma. 1967. p. 226.

 

 

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