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¿Una Ley en el corazón humano? La sindéresis, como Santo Tomás la entiende

Redacción (Martes, 03-05-2014, Gaudium Press) El Apóstol San Pablo, en la Carta a los Romanos, trata largamente sobre la cuestión de la ley, la justicia y el error. En los versículos 14 y 15 del segundo capítulo leemos: «Los paganos, que no tienen la Ley, haciendo naturalmente las cosas que son de la Ley, aunque no tengan la Ley, a sí mismos sirven de ley; ellos muestran que el objeto de la ley está grabado en sus corazones, dándoles testimonio a su consciencia, así como sus raciocinios, con los cuales se acusan o se excusan mutuamente.» (Rom 2, 14-15)

El Catecismo de la Iglesia Católica, al hablar de los actos humanos, resume la doctrina del Apóstol Pablo diciendo que todo hombre nace con la capacidad de distinguir entre el bien y el mal, y con el deber moral de escoger uno y evitar el otro, grabado en el corazón. «Presente en el corazón de la persona, la conciencia moral (cf Rm 2, 14-16) le ordena, en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga también las opciones concretas aprobando las que son buenas y denunciando las que son malas (cf Rm 1, 32). Atestigua la autoridad de la verdad con referencia al Bien supremo por el cual la persona humana se siente atraída y cuyos mandamientos acoge.» (CIC n° 1777)

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¿Qué es esta ley escrita en el corazón humano? ¿Cuál es la relación con su conciencia? ¿Y cuál es el papel de la razón y sus raciocinios en este juicio? En su célebre encíclica ‘Libertas Prestantíssimum’, donde se expone la doctrina católica sobre la cuestión de la libertad de los actos humanos, León XIII lanza una amplia luz sobre esta cuestión. El demuestra que el primer lugar en la escala de valores del hombre, ayudándolo a escoger el camino recto para sus actos, está ocupado por la «Ley Natural, que está escrita y grabada en la mente de cada hombre; y que es nada más que nuestra razón, obligando a hacer el bien y prohibiendo el pecado.» (n° 8.)

Así, León XIII identifica la Ley Natural presente en el hombre con la propia razón humana. Para entender bien lo que esto significa, recurrimos al Doctor Angélico, pues, en su realismo, el supo encontrar la objetividad de la verdad.

Santo Tomás explica que [1] en el universo hay un orden entre los seres de manera que existe una continuidad entre sus varios grados.

Así, no hay una caída abrupta, a la manera de un escalón de una escalera, entre dos órdenes diversas de seres, sino que hay una continuidad en forma de una rampa: Las naturalezas de los seres inferiores tocan, por así decir, en su ápice, el punto más ínfimo de la naturaleza superior. Para entender esta afirmación, basta analizar las diversas naturalezas. Las plantas y los animales constituyen dos grandes reinos. Los animales -seres más perfectos que las plantas- poseen, además de las potencias llamadas vegetativas -nutrición, crecimiento y reproducción-, las potencias sensitivas, apetitivas y locomotoras. [2]

Entretanto existen ciertos seres ‘intermediarios’ entre los animales y las plantas que hacen como que una transición entre estos dos órdenes de seres. En el reino animal, hay toda una graduación en la cual las potencias de locomoción o las potencias sensitivas son limitadas. Por ejemplo, existen animales que no poseen vista, olfato o audición, o estas potencias son en ellos muy sumarias. [3]

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Finalmente, existen ciertos animales, como los unicelulares, que sin dejar de ser animales, poseen tan primitivamente las potencias propias del reino animal, que casi parecen plantas. Por otro lado, existen plantas que, por algunos lados, parecen ser animales y como que se acercan -en la gama de los seres- al reino animal, como por ejemplo las plantas carnívoras.

Pues bien, en el universo de seres dotados de inteligencia, se puede distinguir dos tipos de seres: los hombres, compuestos de espíritu y materia, y los ángeles, puros espíritus. La inteligencia humana, considerada bajo el prisma de pura naturaleza, es mucho menos perfecta que la angélica, pues es discursiva y precisa de la investigación a través de los sentidos para llegar a conocer la verdad. En contraste con el modo natural de conocer propio a la inteligencia angélica.

Ahora, concluye Santo Tomás, por causa del principio más arriba citado, «el alma humana, en aquello que es supremo superior a ella, toca en algo que es propio de la naturaleza angélica, a saber, tener conocimiento de algunas cosas instantáneamente y sin investigación, además que también en esto es inferior al ángel, pues de estas cosas también, solo puede conocer la verdad recibiéndola de los sentidos.» (De Veritate. q. 17, a. 1. sol.)

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«Pero en el ángel se puede distinguir dos tipos de conocimiento: el especulativo, por donde el ángel contempla de modo simple y absoluto, la misma verdad de las cosas; y el practico (…). De esto, se debe concluir que en la naturaleza humana, en cuanto esta toca a la angélica, es necesario que el conocimiento de la verdad, tanto en las cosas especulativas, como las cosas prácticas, sea sin investigación. Es, del mismo modo, necesario que este conocimiento sea el principio de todo conocimiento posterior -especulativo o práctico- pues es necesario que los principios sean más verdaderos y estables.» (q. 17, a. 1. sol.)

Así, afirma Santo Tomás, existe en el alma (o más propiamente, acoplado a la razón) un hábito natural ligado a la razón especulativa, por donde ella intuye los primeros principios de las ciencias especulativas -llamado entendimiento de los principios (intellectus principorum)[4]-, y otro hábito natural de los primeros principios operativos (ligado a la razón práctica), que son los principios universales del derecho natural, llamado la sindéresis. Estos hábitos dan un conocimiento correcto y sin investigación de los primeros principios. Ahora, los principios universales del derecho natural son los principios de la moral. Luego, la sindéresis es un hábito de la razón práctica que da una intuición de los principios morales.

(Extraido de la monografia: A Sindérese: Fundamento da Moral, por el P. Joshua Alexander Sequeira, EP, Instituto Filosófico Aristotélico-Tomista, São Paulo, 2007.)

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[1]cf. De Veritate. q. 17, a. 1. sol.
[2]Aristóteles, em el De Anima, ya hizo esta distinción entre los diferentes tipos de seres y de las potencias de los vários seres. Para las potencias de los animales, ver Livro II. a.3
[3] Aristóteles, curiosamente, llama a estes animais de ‘animais imperfeitos’ (ver De Anima. Livro III. a. 11).
[4] El entendimento de los princípios é mencionado por Aristóteles en Ética a Nicómaco, liv. VI, cap. VI, 2. El término fue adoptado por Santo Tomás para expresar el hábito de los primeros principios del intelecto especulativo.

 

 

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