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Prudencia: ¿arte de retroceder o avanzar? – I Parte

Redacción (Miércoles, 24-06-2014, Gaudium Press) LA PRUDENCIA: es una virtud que nos hace discernir qué nosotros debemos hacer y qué nosotros debemos evitar para ir a Dios y buscar su gloria. A través de ésta virtud nosotros distinguimos lo verdadero de lo falso, el bien del mal, lo mejor de lo peor. Ella debe tener el timón de nuestras vidas, pues ella debe dirigir nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras palabras y nuestras acciones, según el fin, el orden y la medida que les conviene.

Todas las virtudes tienen su importancia, pero hay especialmente una sin la cual, no alcanzaremos las otras: se trata justamente de la virtud cardinal de la prudencia. Como nos explica Santo Tomás de Aquino, ella es el «auriga virtutum»[1], la guía de las demás virtudes, pues es la que se encarga de decirnos a cada momento y en cada caso particular, lo que debemos hacer, o lo que debemos omitir para alcanzar la vida eterna, como también fue dicho arriba. La importancia de esta virtud nos es manifestada en varios pasajes de las Sagradas Escrituras. El propio Nuestro Señor nos advirtió para que seamos «prudentes como las serpientes e inocentes como las palomas» (Mt. 10, 16).

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A lo largo de su vida, el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira repitió reiteradamente un pensamiento que siempre fue una constante en su espíritu: dice él que las virtudes son hermanas indisociables, que no se puede vivir acariciando a unas y abofeteando otras. Por causa de esta interrelación de las virtudes entre sí, sobre todo en el caso de la prudencia, insistimos en el hecho que: quien posee esta virtud, ciertamente tendrá los medios para practicar también otras; y quien no la posee, cierto es que tampoco poseerá las otras. Así constatamos una de las importancias de esta bella virtud. Veamos la opinión de Aristóteles respecto a la imbricación de la prudencia con las demás virtudes: «Es ya el pensamiento de Aristóteles, quien precisaba, con su técnica filosófica la más elaborada: ellas (las virtudes) son solidarias en la prudencia, pues ninguna virtud está completa si ella no se junta a la prudencia, y ésta no es verdaderamente ellas misma si ella no se acompaña de todas las otras virtudes». [2]

Por ejemplo, un mártir que esté dispuesto a perder su vida haciendo profesión exterior de fe, y que es muerto por odio a la fe, hace, en suma, un bellísimo acto de prudencia. [3]

Con efecto, ¿qué actitud tomó el mártir? Enfrentó todos los riesgos para no perder su fe y así no ofender a Dios; discernió lo que él debía evitar: renegar la fe. De hecho, ¿cuánta gloria no da a Dios un alma que a Él se ofrece como ofrenda, venciendo su instinto de conservación y de sociabilidad para no ofenderlo? En este conjunto de actos del mártir engloba varias virtudes tales como la fortaleza, la constancia, etc… Y todas ellas son unidas en la prudencia que rigió el proceder del mártir, haciéndolo discernir lo que en la ocasión debería ser hecho, para alcanzar la gloria de Dios.

Habiendo visto cómo hay una indisociable ligación entre las virtudes, en la prudencia, veremos como ella también es indispensable para alcanzar la santidad [4]. Como se sabe, la santidad implica también la práctica de las virtudes en grado heroico. Y justamente la prudencia es el medio de alcanzar este grado heroico. Ella nos ayuda a practicar las demás virtudes del modo más perfecto, una vez que, incluso siendo una virtud moral intelectual, es eminentemente práctica e indispensable para la recta vida cristiana, como nos muestra ROYO MARÍN: «La importancia y necesidad de la prudencia queda de manifiesto en multitud de pasajes de la Sagrada Escritura. El mismo Jesucristo nos advierte que es menester ser ‘prudentes como serpientes y sencillos como palomas’ (Mt. 10, 16). Sin ella, ninguna virtud puede ser perfecta. A pesar de ser una virtud intelectual, es, a la vez, eminentemente ‘práctica’ […]. La prudencia es absolutamente necesaria para la vida humana. Sobre todo en el orden sobrenatural o cristiano nos es indispensable.» [5]

El verdadero orden sobrenatural cristiano es la santidad, y, a respecto de ella nos dice el gran teólogo Cornelio a Lápide: «La santidad es el estado al cual se llega por la fidelidad a todos los deberes; ella es, verdaderamente, la práctica de todas las virtudes; la santidad las encierra todas» [6].

Este «estado por el cual llegamos a todos los deberes», o sea, la santidad, solo es posible con la prudencia, pues es ella quien nos indicará el camino certero, nos hará evitar el pecado, y nos llevará al bien, como nos demuestra TANQUEREY: «La prudencia no es menos necesaria para nuestro gobierno personal, que para la dirección de los demás. 1° Para nuestro gobierno personal, o para nuestra santificación. Es ella efectivamente, la que nos permite evitar el pecado y practicar las virtudes. A) Para evitar el pecado, como ya dijimos, es necesario conocer sus causas y ocasiones, buscar y manipular bien los remedios. Ahora, es precisamente lo que hace la virtud de la prudencia, como podemos concluir del estudio de sus elementos constitutivos: inspirándose en la experiencia del pasado y el estado actual del alma, ve lo que para nosotros es o podría ser en el futuro causa u ocasión de pecado; y por eso mismo sugiere los mejores medios que se debe tomar, para suprimir o atenuar esas causas, la estrategia que mejores resultados da para vencer las tentaciones y hasta inclusive para de ellas sacar provecho. Sin esta prudencia, ¡cuántos pecados no se cometerían! ¡Cuántos se cometen por falta de prudencia!» (1961, p. 486-87)

Por tanto, nos damos cuenta que es la virtud de la prudencia la que más nos ayuda en la práctica de las demás virtudes, alcanzándose así, más fácilmente la santidad: deber de todos los bautizados.

Habiendo visto como esta virtud es indispensable para alcanzar este estado de perfección, resta profundizarnos en el concepto de santidad. Con efecto, en el sentido más profundo, ser santo es parecerse con Nuestro Señor Jesucristo. Realizar plenamente el plan inicial de Dios, que creó al hombre a su imagen y semejanza [7], es poner en práctica todas las enseñanzas de Él y tener en sí la vida de Cristo, como afirma MARMION: «Comprendamos que no seremos santos sino en la medida en que la vida de Jesucristo esté en nosotros: Es sola esta santidad la que Dios pide de nosotros, no hay otra. No seremos santos sino en Jesucristo o simplemente no lo seremos». [8]

Por tanto si la prudencia es imprescindible para alcanzar la santidad, y si la santidad, a su vez es estar unido a Nuestro Señor Jesucristo, la prudencia es la virtud por excelencia que nos une al Verbo de Dios hecho Hombre, el poseedor de las virtudes en esencia.

Entretanto hoy en día no es difícil percibir que hay en el mundo una acentuada decadencia de la moral, de las costumbres. Este efecto se espeja también en la esfera intelectual. Muchas palabras hoy en día pierden su sentido original, adquieren nuevos «predicados». Así se dio con la palabra «prudencia». De hecho, para el común de las personas esta bella virtud, en realidad es tenida como siendo cobardía, mediocridad, pusilanimidad, o entonces comedimiento.

Por el P. Michel Six, EP

(Mañana: Tergiversación del concepto Prudencia – Verdadero sentido cristiano de la Prudencia)

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[1] Cf. IV Sent., d. 17, q. 2, a. 2, d.c.o.

[2] C’était déjà la pensée d’Aristote, qui précisait, avec sa technique philosophique plus élaborée: elles (les vertus) sont solidaires dans la prudence, car aucune vertu n’est accomplie si elle n’est jointe à la prudence, et celle-ci n’est vraiment elle-même que si elle s’accompagne de toutes les autres vertus. (VV.AA. 1952 p. 702, tradução minha).

[3] Cf. VV.AA., 1952, p. 716.

[4] Deve-se ressaltar que antes de tudo a santidade é uma graça concedida pela dádiva de Deus. Porém, de nossa parte devemos nos exercitar na prática das virtudes, com o intuito de obter da Providência tal graça.

[5] La importância y necesidad de la prudencia son manifiestas en diversos pasages de la Sagrada Escritura.

[6] «La sainteté est l’état auquel on arrive par la fidélité à tous les devoirs ; elle est, à vrai dire, la pratique de toutes les vertus ; la saiteté les renferme toutes… » (BARBIER, 1885, p. 337).

[7] Cf. G. 1, 26- 27.

[8] «Comprenons que nous ne seront saints que dans la mesure même où la vie de Jésus-Christ sera en nous : c’est cette sainteté seule que Dieu demande de nous ; il n’y en a pas d’autre; nous ne seront saints qu’en Jésus-Christ ou nous ne le serons pas du tout.» (1946, p. 28).

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