Redacción (Viernes, 19-09-2014, Gaudium Press) Con el pecado de nuestros primeros padres y su expulsión del Paraíso, fruto de su desobediencia, Dios dejó para ellos, en el momento de la punición, la esperanza de que por la raza de la mujer sería aplastada la cabeza de la serpiente (cf. Gn 3,15). En su infinita Bondad, quiso Dios reforzar a los hombres esa promesa suya, a través del profeta Isaías: «Es que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y su nombre será Dios con nosotros» (Is 7, 14) [1]. ¿Quién sería esta mujer misteriosa que aplastaría la cabeza de la serpiente y que, en una paradoja humanamente irreconciliable, concebiría permaneciendo siempre virgen, conforme la profecía de Isaías?
Esta mujer, que la Santa Iglesia proclama Madre Purísima y Virgen Gloriosa, al anuncio de que concebiría el Hijo del Altísimo por la virtud del Espíritu Santo sin conocer hombre alguno (Cf. Lc 1,28-37), y segura de que «a Dios ninguna cosa es imposible» (Cf. Lc 1,37) [2], realizó «de la manera más perfecta la obediencia de la fe» [3], de que nos habla San Pablo (cf. Rm 1,5), cuando dijo: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra» (Cf. Lc 1,38). [4]
De este modo, con su consentimiento, abrazando de todo corazón la voluntad divina de salvación, María se tornó Madre de Jesús y «se consagró totalmente, como esclava del Señor, a la persona y obra de su Hijo», para servir, en la dependencia de Él y con Él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención. [5] «Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora de la salvación humana, por la libre fe y obediencia». [6]
Así, comenta San Ireneo: «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María. Lo que una hizo por incredulidad lo deshizo la otra por la fe». [7] A este respecto, es interesante notar, con un autor francés, el modo como Dios transmitió su voluntad a ambas, siendo mucho más claro, incisivo y categórico con relación a Eva, lo que no era necesario con María, ya que sabía entender la voluntad divina incluso sin un mandato expreso, lo que es el más alto grado de obediencia, como vimos en el capítulo precedente: [8]
«En el Paraíso Terrestre, el propio Dios hizo a la primera Eva una prohibición expresa, con la amenaza de una terrible sanción: «No comas del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal; porque, en cualquier día que comas de él, morirás indudablemente» (Gn 2, 17) [9]. Con todo, la infortunada madre de los hombres desobedeció a su Creador.
«A María, al contrario, por su mensajero celeste, Dios se limita a expresar un deseo del cual Ella podría eximirse sin incurrir en su maldición: ‘Encontraste gracia delante de Dios; es que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a Quien colocarás el nombre de Jesús’ (Lc 1, 30-31)». [10] Ahora, si vemos a la dulce Virgen quedar atónita por un instante, no es por la duda delante de la voluntad de Dios, pues solamente su incomparable humildad y delicada pureza la hacen temer a la insigne honra de la maternidad divina.[11]
La obediencia de María en algunos pasajes bíblicos
Y así, toda la vida de María no fue sino un continuo descubrir la voluntad de Dios para someterse lista y dócilmente a ella. Y si es verdad que «la obediencia de María inspiró la concepción del Verbo de Dios; la obediencia de María presidirá también al nacimiento del Salvador de los hombres» [12] y a su infancia.
Así, junto a San José, su castísimo esposo, se observa a María obedeciendo al decreto de registro promulgado por César Augusto (Lc 2,2-5), sufriendo con humildad y sin reclamar el infortunio de no encontrar una puerta abierta para abrigar su pobreza, llegando a refugiarse en un establo, donde se completó el gran misterio de amor. Todo esto porque veía en aquella prueba la manifestación de la voluntad divina. [13] Allí, en la más absoluta privación, «María obedece siempre y, susurrando el ‘Fiat’ de la Encarnación, prepara a su recién nacido». [14]
Cuarenta días después del nacimiento de Jesús, la voz de Dios habla nuevamente a María invitándola a presentarse en el Templo para purificarse. Pero, siendo Virgen Inmaculada, en cuya maternidad milagrosa no había siquiera resquicio de la mancha del pecado original, ¿cómo podría esa ley de purificación afectarla? «¡Poco importa! Dios habló, María obedece y se junta a las otras madres, para compartir la humillación». [15] En este pasaje (Lc 2,21-24), se contempla a María obediente a las prescripciones de la Ley judaica; Ella, que no necesitaba de una purificación legal, como explica Monseñor João Scognamiglio Clá Dias:
porque concebida sin pecado original, virginalísima, no teniendo esposo hombre, a no ser esposo Dios, estaba por encima de la Ley completamente. […] ¿Y qué sentido tiene la Madre entregar a Dios aquello que es de Dios? Es de Dios, pues Él, Jesús, es Hijo de Dios. No había sentido Ella ir al Templo para eso. Entretanto Ella quiere cumplir la Ley, y Ella quiere cumplir en las minucias. Y llega al Templo y coloca al Niño Jesús en las manos de Simeón. Y, por tanto, Ella entrega a Dios lo que es de Dios y sabe perfectamente lo que significa aquel gesto; aquel gesto significa que Ella está entregando al Niño Jesús para la Cruz. Porque quien recibe al Niño Jesús en ese momento es Simeón, pero más tarde en el Calvario, quien estará con los brazos abiertos para recibir no más al Niño Jesús, sino el propio Hijo de Dios hecho hombre, todo llagado, es la Cruz. La Cruz está de brazos abiertos.
Entonces, este acto es un acto que Ella cumple porque quiere ser obediente, pero cumple con toda la comprensión de la gran perspectiva que tiene delante de sí. Y nosotros vemos entonces a Nuestra Señora, en este acto, resaltando una virtud extraordinaria que es la virtud de la obediencia».[16]
Pero su obediencia no se limitaba solamente a la ley judaica. «Ella practicó, igualmente, la obediencia perfecta a todos los mandamientos, acompañada de la más generosa prontitud en seguir todos los consejos e inspiraciones del Espíritu Santo».[17] Y cuando María pensaba prodigar a su Divino Hijo todas las efusiones de su ternura, aparece nuevamente el Ángel del Señor, comunicando la orden de partir a Egipto, pues Herodes, el cruel tirano, tramara la muerte de Jesús (cf. Mt 2,14). «Es el exilio, con sus incertezas y sus peligros. María, entretanto, no cesa de obedecer: repitiendo su ‘Fiat’, Ella aprieta a su corazón angustiado y dulce Salvador del mundo y huye a toda prisa para la tierra de Egipto».[18]
Así se dio hasta el inicio de la vida pública de su Hijo, cuando podemos oírla intercediendo en favor de los esposos que pasaban por un gran apuro, por la falta de vino en las bodas de Caná, con palabras que servirán de recomendación de esta virtud para todos los siglos: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5). [19]
Por el P. Flávio Roberto Lorenzato Fugyama, EP
(El Lunes: El mayor título de gloria de María: el elogio de Jesús a su obediencia – El ejemplo de María en la Iglesia primitiva)
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[1] «Ecce, virgo concipiet et pariet filium et vocabit nomen eius Emmanuel».
[2] «non erit impossibile apud Deum omne verbum».
[3] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA. n. 148.
[4] «Ecce ancilla Domini; fiat mihi secundum verbum tuum».
[5] «Ita Maria filia Adam, verbo divino consentiens, facta est Mater Iesu, ac salvificam voluntatem Dei, pleno corde et nullo retardata peccato, complectens, semetipsam ut Domini ancillam personae et operi Filii sui totaliter devovit, sub Ipso et cum Ipso, omnipotentis Dei gratia, mysterio redemptionis inserviens». CONCILIO VATICANO II. Lumen Gentium. Constitución Dogmática sobre la Iglesia, 21 nov. 1964. In: AAS 57 (1965) 56. p. 60. (Traducción del autor).
[6] «Merito igitur SS. Patres Mariam non mere passive a Deo adhibitam, sed libera fide et oboedientia humanae saluti cooperantem censent». Loc. cit.
[7] «Sic autem et Evae inobedientiae nodus solutionem accepit per obedientiam Mariae. Quod enim alligavit virgo Eva per incredulitatem, hoc virgo Maria solvit per fidem». (Contra Haereses, 3, 22, 4. In: MIGNE, J. P. Patrologiae Cursus Completus: Patrologiae Grecae. Turnholt: Typographi Brepols Editores Pontificii, 1857. Vol. 7. p. 959-960).
[8] Ver 1.2.1. deste trabalho.
[9] «De ligno autem scientiae boni et mali ne comedas; in quocumque enim die comederis ex eo, morte morieris».
[10] «Ne timeas, Maria; invenisti enim gratiam apud Deum. Et ecce concipies in utero et paries filium et vocabis nomen eius Iesum».
[11] A OBEDIÊNCIA: O MAIS BELO TÍTULO DE GLÓRIA DE MARIA. In: Arautos do Evangelho. São Paulo: [s.n.], n. 53, maio. 2006. p. 34. Artículo publicado originalmente en «L’Ami du Clergé Paroissial». [s.l.]: [s.n.], 1905, p. 529-530.
[12] A OBEDIÊNCIA: O MAIS BELO TÍTULO DE GLÓRIA DE MARIA. In: Op. cit. p. 35.
[13] Cf. Loc. cit.
[14] Cf. Loc. cit.
[15] Cf. Loc. cit.
[16] CLÁ DIAS, João Scognamiglio. A obediência, virtude que mais custa e que é a mais bela!: Homilia. São Paulo, 29 dez. 2007. (Arquivo ITTA-IFAT).
[17] GARRIGOU-LAGRANGE, Réginald. La Mère du Sauveur et notre vie intérieure. Paris: Du Cerf, 1948. p. 144-147. Apud CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Pequeno Ofício da Imaculada Conceição comentado. 2. ed. São Paulo: Loyola, 2011. Vol. 2. p. 226.
[18] A OBEDIÊNCIA: O MAIS BELO TÍTULO DE GLÓRIA DE MARIA. In: Op. cit. p. 35.
[19] «Quodcumque dixerit vobis, facite».
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