Medellín (Viernes, 24-10-2014, Gaudium Press) En su intervención en el primer día del IV Congreso Internacional Joseph Ratzinger -que se desarrolla en la Universidad Pontificia Bolivariana en Medellín, Colombia bajo el tema «El respeto a la vida, un camino para la paz», el 23 y 24 de octubre- el Bibliotecario de la Santa Romana Iglesia, Mons. Jean-Louis Bruguès O.P., expuso el tema de la «Cultura pro-vida versus la cultura anti-vida».
Mons. Bruguès expone – Foto: upb.edu.co |
Aunque el prelado francés afirmó que no era su intención el realizar una teología de la vida, es claro que brillantes elementos de esta rama de la ciencia sagrada fueron por él expuestos.
Después de advertir que hoy por hoy «la generalización de la contracepción concede por primera vez en la historia del mundo a una generación, la posibilidad de no dar vida a la próxima generación» y de constatar la actual incerteza del hombre de no ser superior a los otros seres vivientes, Mons. Bruguès expresó «que el hombre occidental y no sólo el europeo ha acabado ya por no quererse a sí mismo; por ya no amar la vida». Es un desencanto que riñe con el nihilismo.
Es en ese contexto, que no extraña «que la Iglesia sea la única instancia a seguir amando la vida y hacer querer la vida», lo que es de su esencia, pues «el amor a la vida pertenece a la vocación misma del anuncio evangélico». El Arzobispo explicó el por qué.
Los creyentes nos reivindicamos como seguidores del «Dios vivo que es el Autor y el Creador de la Vida. Los títulos otorgados a Dios en la Biblia son múltiples. Pero al que se le concede el valor más grande es éste: el de Dios vivo. Cuando Dios proclama una promesa de manera más solemne que de lo de costumbre, nos revela su identidad con esos términos: Para que sepáis que Yo soy el Señor Dios, voy a ejecutar mi sentencia».
Por su vez, cuando Jesús dice Yo soy el camino, la verdad y la vida, «nunca tanto como en este pasaje Cristo había sido tan explícito sobre su origen divino. Él, que es la vida, es el verdadero sucesor del Dios vivo», señaló el Arzobispo Bruguès.
Realmente hay una conexión directa entre el respeto a la vida y el respeto a Dios: «La vida es valiosísima porque viene directamente de Dios. Nuestra manera de tratar la vida, la nuestra y la de los demás, habla mucho de nuestra relación con Dios. Al defender el amor a la vida, la Iglesia anuncia el mensaje divino y nos llama a amar a Dios. La vida es algo sagrado. Dios se implica personalmente en toda vida humana, e infunde su aliento y promete a cada pequeño hombre hecho a su imagen, solicitud a lo largo de toda su existencia terrena. Lo ampara con una prohibición fundamental: No matarás. Poniéndose al servicio de la vida humana, la Iglesia pretende darle una figura concreta a la solicitud divina. La vida humana es bella y buena».
Entretanto, la vida natural del hombre alcanza su plenitud «con la vida que Cristo legó a cada uno de nosotros, gracias a su sacrificio sobre la Cruz. Con lo cual, la vida presente es un noviciado para una vida más amplia, más poderosa. Una vida que el Evangelio proclama eterna. Quien ponga todas sus esperanzas en la primera, despreciando la segunda, se condena a quedarse postrado en el engaño». La Iglesia impulsa a los hombres hacia esa otra dimensión de la vida, que es la vida eterna.
La vida humana, en los tiempos actuales
Con los anteriores principios en mente, el Arzobispo francés llevó a su auditorio a un análisis de la realidad actual.
«El siglo que acabó fue portador de progresos innegables en la definición de los derechos del hombre», expresó Mons. Bruguès. «Sin embargo, deja tras de sí el recuerdo de un siglo de hierro. Fue atravesado por las guerras más mortíferas de todos los tiempos. Durante las cuales unas explosiones de una intensidad inaudita desmoronaban en escombros ciudades enteras. (…) Este siglo ha sido el de la invención de los genocidios, que se han reproducido, multiplicado, hasta el auto-genocidio: La exterminación de un pueblo por sus propios dirigentes, como en la Camboya de Pol Pot. Algo que la historia no había conocido hasta ahora». El Bibliotecario de la Iglesia también recordó como estos tiempos son los de leyes crecientemente permisivas reconociendo el «derecho» de quitar la vida, sea la naciente, sea en su ocaso.
Ante esa realidad de ataques a la vida, surge luminosa la encíclica Evangelium Vitae, cuando en 1995 San Juan Pablo II, en «una de las [encíclicas] más poderosas de su pontificado, denunció la cultura de la muerte». ¿Qué es la cultura de la muerte? «Es una expresión especialmente contundente. Pues no solo alude a los actos aislados privados, sino también a las decisiones políticas, a las prácticas sociales, a las mentalidades. Todo aquello establece una verdadera y auténtica estructura de pecado. Hoy, decía el Papa [Juan Pablo II], el problema va bastante más allá del obligado reconocimiento de esas situaciones personales. Está también el plano cultural, social, político, donde [la cultura de la muerte] presenta su aspecto más subversivo e inquietante. En la tendencia cada vez más frecuente a interpretar esos delitos contra la vida, como legítimas expresiones de la libertad individual que deben reconocerse y ser protegidos como verdaderos y propios derechos». Como decía Juan Pablo II, «asistimos a una conjura generalizada contra la vida».
«La encíclica denuncia una cierta concepción utilitarista de la sociedad, que presenta cualquier forma de vida de la cual nos queremos deshacer, como un enemigo del cual hay que defenderse». La encíclica advierte también «de un individualismo que cada día se hace más invasor y que designa a la libertad individual como si fuera un absoluto». Una libertad hipertrofiada, que lleva a un relativismo donde «todo es pactable, todo es negociable, incluso el primero de los derechos fundamentales, el de la vida».
Benedicto XVI advertía también contra ese relativismo, por ejemplo en sus alocuciones a los parlamentos inglés y alemán, cuando dijo que «puesto que todo es relativo, tal y como lo mantienen las éticas procesales, pues bien, es la democracia misma que pierde sus fundamentos. ¿Con qué derecho entonces puede el Estado, obligar a los ciudadanos a pagar los impuestos, respetar una ley, si estos no están convencidos de que se trata de un verdadero bien que traspasa los simples intereses?». Ese relativismo, que lleva al nihilismo, produje en una consecuencia paradójica fundamentalismos de tipo religioso, como los que hoy asolan a los cristianos de Irak.
¿Qué hacer?
«En verdad, para dar luz a una cultura de la paz urge más que nunca proponer una nueva cultura de la vida. Predicar el evangelio de la vida. ¿En qué consiste el Evangelio de la vida?» Llegado a este punto, Mons. Bruguès hizo el elogio de la doctrina social de la Iglesia, la cual, tal como señala Benedicto XVI, se ha «convertido en una indicación fundamental que propone orientaciones válidas a los hombres de buena voluntad más allá de sus diferencias culturales». La doctrina social de la Iglesia incluye la defensa de la vida.
«La doctrina social de la Iglesia es ‘Caritas in veritate’ y ‘res socialis’. Anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad. La verdad preserva y expresa la fuerza liberadora de la caridad en los acontecimientos siempre nuevos de la historia. La verdad y la caridad, la caridad en la verdad».
A su vez, la Evangelium Vitae nos recuerda la trascendencia de la vida. Realmente, la vida es siempre un bien y ese bien lo hemos de colmar de alegría y admiración, verdad y caridad. No basta con vislumbrar el misterio de la vida. Se ha de amar, respetar y promover la vida en cada ser humano. Si nos detenemos a considerar atentamente el mandamiento ‘No matarás’, que tiene un valor absoluto cuando se refiere a la persona inocente, es en realidad un mandamiento del amor y de la paz. No se le puede amar al prójimo si se le quita la vida».
El Bibliotecario de la Iglesia concluyó su intervención con el esbozo de 3 preguntas: La familia es el santuario de la vida ¿qué incidencia concreta tiene esta referencia a lo sagrado en una sociedad secularizada? La familia es el primer ámbito de trasmisión. Acaso sería cierto que los padres cristianos intentan enseñar a sus hijos el sentido verdadero del sufrimiento y de la muerte, cuando la muerte se ha convertido en un tabú de las sociedades modernas? (…) La familia es el medio ambiente natural de la solidaridad y de la paz entre las generaciones. ¿Cómo nuestra Iglesia ha propugnado la defensa de esa solidaridad, de la paz, en modo general, en una sociedad marcada por un individualismo cada vez más agresivo?»
Gaudium Press / S. C.
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