Erexim (Viernes, 15-05-2015, Gaudium Press) «Valores que no pasan» es el título del artículo semanal de Mons. José Gislon, Obispo de la Diócesis de Erexim, en Brasil. En su reflexión, el Prelado afirma que Jesucristo, el Hijo de Dios, asumió la condición humana, naciendo y viviendo como miembro de una familia, de un determinado pueblo y en una realidad histórica.
Según el Obispo, los discípulos de Jesús, fieles a Él, llevaron adelante la misión que de él recibieron de anunciar el Evangelio que testimoniaba la vida y la palabra de Jesucristo. Para él, anunciar a Jesús es la misión fundamental de la Iglesia, y, para eso, ella precisa estar insertada en la vida de las personas de cada época y lugar.
«Así, debe saber acoger las alegrías y esperanzas, tristezas y angustias del hombre y de la mujer de hoy. Es preciso que los discípulos misioneros sepan curar y vendar las heridas de aquellos y aquellas que no se sienten acogidos y amados por una sociedad que busca cada vez más la eficiencia y la técnica para aumentar la productividad, para sobrevivir en una sociedad globalizada y altamente competitiva», evalúa.
Además, Mons. Gislon resalta que vivimos una época de transformaciones profundas, lo que no se trata de una época de cambios, sino de un cambio de época, en la cual muchos valores que marcaron profundamente la vida de las personas en la familia y la sociedad tienden a desaparecer o a tornarse menos presentes en la vida social y comunitaria.
«Cambios de época, de hecho, afectan los criterios de comprensión, sus valores más profundos, a partir de los cuales se afirman identidades y se establecen acciones y relaciones, personales y comunitarias», completa él.
Otra cuestión abordada por el Prelado es que en el campo social y económico, los criterios que rigen el mercado regulan también las relaciones humanas. Él resalta que podemos ver crecer a nuestro alrededor las ofrendas que enfatizan la felicidad, la realización y el éxito personal, muchas veces en detrimento del bien común y de la solidaridad, desconsiderando las actitudes altruistas, solidarias y fraternas, comprometidas con el cuidado de la vida, el equilibrio social y la preservación de la naturaleza.
Para concluir, el Obispo refuerza que dentro de este contexto sociocultural, el discípulo misionero del Señor Jesús no se desanima ni se acomoda, sino que sabe colocarse en la presencia del Señor. Él agrega que el misionero cree que el Espíritu Santo es la fuerza de Dios presente en la vida de las personas y de la comunidad eclesial y confía que Él lo conduce, orienta e ilumina.
«Por eso, no deja morir los valores de la solidaridad y la caridad que protegen la vida y alimentan la esperanza y revitalizan los corazones de los hermanos y hermanas que padecen por acciones violentas de los semejantes y por factores de la naturaleza. Gracias a su solidaridad, ellos pueden reavivar la llama de la esperanza para un nuevo mañana», concluye. (FB)
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