viernes, 29 de marzo de 2024
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Nunca se oyó decir…

Redacción (Miércoles, 25-05-2016, Gaudium Press) Para María no existen palabras como «difícil», «imposible», «irrealizable», «irremediable». Ella es llamada la Omnipotencia Suplicante, pues su Divino Hijo nunca deja de atender ninguno de sus pedidos.

El propio Judas Iscariote, el infame traidor, si hubiese recurrido a Ella, seguramente habría alcanzado el perdón y se habría regenerado.

1.jpgLa siguiente oración del gran San Bernardo, debería estar siempre en nuestros labios y en nuestros corazones:

«Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se oyó decir, que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro, haya sido abandonado por Vos. Animado por esta confianza, a Vos acudo, ¡oh Virgen de la Vírgenes!, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. No despreciéis mis súplicas, antes bien, eschadlas y atendedlas benignamente. Así sea.»

¡Jamás, es realmente jamás, y no admite excepciones! Si la Virgen nunca dejó de atender, no seré yo el primero en no ser atendido…

Un expresivo ejemplo al respecto es relatado por Fray Wenceslao Schepper, OFM, en su libro «Salve Reina, Madre de Misericordia». Un joven francés, condenado a muerte por sus numerosos crímenes, aguardaba con el corazón lleno de odio a Dios, el día de su ejecución. Un sacerdote quiso visitarlo, pero el criminal lo rechazó gritando: ¡Fuera! ¡Fuera! ¡No quiero saber de padres!

Él, no obstante, permaneció pacientemente en el lugar hasta conseguir establecer una conversación con el infeliz condenado. Después de algún tiempo, el miserable le contó su triste historia. Pero al oír hablar de confesión, se tomó de tal furor que casi agredió al celoso ministro de Dios.

Éste lo invitó entonces, a rezar el «Acordaos». Sorprendentemente él accedió. La oración pareció agradarle y prometió rezarla nuevamente. Finalmente, después de repetidas visitas, el padre consiguió convencerlo de que se confesase.

Con el alma limpia, completamente cambiado, el delincuente lloraba de emoción, dando pruebas de sincero arrepentimiento.

Algunos días después, fue ejecutado. Sus últimas palabras fueron «Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!…»

Que este hecho nos ayude a tener una confianza plenísima, sin límites, en la Madre de Dios y nuestra.

 

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