jueves, 28 de marzo de 2024
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"Sin caridad, la fe católica no es auténtica", dijo el cardenal Odilo Pedro Scherer

San Pablo (Miércoles, 16-09-2009, Gaudium Press) Sin caridad, la fe católica no es auténtica. La afirmación fue hecha por el arzobispo de San Pablo, cardenal Mons. Odilo Pedro Scherer, en un articulo publicado en esta semana por el diario ‘O São Paulo’ y también por el ‘Estado de São Paulo’. En alusión a la Carta de Santiago, el purpurado afirma que es esencial, para ser un buen cristiano, la consideración y el aprecio por los pobres.

«No se puede ser un buen cristiano, despreciando a los pobres o cerrando el corazón a las necesidades del prójimo (…) a una comunidad que hacía discriminación de personas, tratando bien a los ricos y desconsiderando a los pobres, Santiago recuerda las consecuencias concretas del mandamiento de amor al prójimo enseñado por Jesús. Por eso, esta Carta podría ser considerada la primera «encíclica social» del Cristianismo», afirma Mons. Scherer.

La Carta de Santiago, según el cardenal, cuestiona el hecho de tener fe sin ponerla en práctica, porque la fe ‘se traduce en obras’. «Santiago se refiere a las ‘obras de fe’, que traducen la fe en vida y en comportamientos coherentes, sobretodo las actitudes de amor a Dios y al prójimo, el respeto a la verdad y a la honestidad».

Algunas prácticas de la fe católica, para Mons. Odilo, necesitan ser recuperadas ‘si no queremos que el catolicismo quede diluido en un discurso genérico, tal vez hasta bonito’. Uno de los ejemplos apuntados es la santificación del domingo y las misas dominicales, que permiten la alimentación de la ‘vida cristiana en la oración’. Pero también es necesario, dijo el cardenal, el ejercicio diario de la oración, enseñanza dada por la Iglesia, y la lectura de la Biblia, con el interés ‘de quien quiere escuchar a Dios’.

El texto además apunta la práctica de las obras de misericordia como recomendaciones sanas de la Iglesia principalmente por la capacidad de ‘dar un carácter concreto a nuestra fe: dar de comer a quien tiene hambre; dar de beber a quien tiene sed; vestir a quien está sin ropas, abrigar a los que no tienen techo, consolar a los afligidos, sepultar a los muertos’.

Lea el texto íntegro

La fe, las obras y el Ramadán

En la Misa de los domingos pasados leímos, como 2ª. Lectura, la Carta de Santiago. Por un lado, ella hace una invitación a la perseverancia y a estar firmes en la fe en medio de las pruebas; por otro lado, es una llamada a la vivencia cristiana auténtica, a la superación de ciertas incoherencias en el comportamiento que no son buenas para los discípulos de Cristo, como tener la «lengua suelta» para las maldiciones o injurias contra el prójimo (cf 1,26s; 3,6s).

Pero ella trae también un fuerte llamado a la caridad y la justicia, como dimensiones fundamentales de la vida cristiana; no se puede ser buen cristiano, despreciando a los pobres o cerrando el corazón a las necesidades del prójimo: «¡Pero vosotros despreciáis al pobre!» (2,6). A una comunidad que hacía discriminación de personas, tratando bien a los ricos y desconsiderando a los pobres, Santiago recuerda las consecuencias concretas del mandamiento de amor al prójimo enseñado por Jesús. Por eso, esta Carta podría ser considerada la primera «encíclica social» del Cristianismo. El papa Benedicto XVI, de modo semejante, nos recuerda las consecuencias sociales de nuestra fe en un mundo globalizado, en la reciente encíclica Caritas in veritate.

Pero la Carta de Santiago trae también el tema de la fe, que cuenta con alguna cosa, y la fe vacía, solo de palabras. Es un tema antiguo y siempre actual; en él está el criterio de la autenticidad de la religión. «Hermanos, de qué sirve a alguien decir que tiene fe, si no la pone en práctica?» pregunta él (2,14). De hecho, decir «soy católico, pero no soy practicante», es una contradicción. «La fe, si no se traduce en obras, por si sola esta muerta» (2,17). Santiago se refiere a las «obras de fe», que traducen la fe en vida y comportamientos coherentes; sobretodo las actitudes de amor a Dios y al prójimo, respecto a la verdad y la honestidad.

Los musulmanes están en la conclusión del mes del ayuno sagrado (Ramadán), durante el cual practican el ayuno, rezan con más intensidad, van a las mezquitas a escuchar las predicas y realizan otras actividades religiosas. Algo semejante a aquello que los católicos son invitados a hacer durante la Cuaresma… eso nos cuestiona, si nosotros también realizamos las obras de la fe típicas de la fe católica, y no apenas durante la cuaresma, sino ¿habitualmente? «Muéstrame tu fe, sin obras, que yo te mostraré la mía con las obras» (2,18).

Algunas prácticas de nuestra fe necesitan ser recuperadas, si no queremos que el catolicismo quede diluido en un discurso genérico, tal vez hasta bonito. Por ejemplo, la santificación del domingo y la misa dominical: yendo a la iglesia, damos testimonio público de nuestra fe en Dios, alimentamos la vida cristiana en la oración, en la escucha de la Palabra de Dios y en la Eucaristía y nos animamos para la vivencia de la esperanza y de la caridad. Pero también el ejercicio diario de la oración, como es enseñado por la Iglesia y de acuerdo con las devociones católicas. Y leer la Biblia, Palabra de Dios, con el interés de quién quiere escuchar a Dios.

La fe católica, sin la caridad, no es autentica. Por eso, ella necesita ser traducida en las prácticas cotidianas de caridad para con el prójimo; «si alguien posee riquezas en este mundo y ve a su hermano en necesidad, mas ante él cierra el corazón, ¿cómo puede el amor de Dios permanecer en él? Hijitos, no amemos solo con palabras y de boca, sino con acciones y de verdad» (1Jo 3,17-18). La limosna, la ayuda concreta a los necesitados, el alivio de dolores de quien sufre, el empeño por la justicia social y la defensa de la dignidad de la persona y de sus derechos, todo eso son expresiones concretas de la fe, que opera por la caridad.

La Iglesia recomienda, de manera sana, la práctica de las obras de misericordia, que dan un carácter concreto a nuestra fe: dar de comer a quien tiene hambre; dar de beber a quien tiene sed; vestir a quien está sin ropa; abrigar a los que no tienen techo; visitar a los enfermos y los presos, consolar a los afligidos, sepultar a los muertos… Todavía recordamos esas cosas, o ¿pensamos que son actitudes «asistencialistas» y, con eso, nos damos por justificados? Pero esas son justamente las obras cobradas en el capítulo 25 de S. Mateo, en la escena del gran final, cuando Jesús dirá: «fue a mi a quién lo hiciste, o a quién no lo hiciste»

Hablando de eso, ¿cuándo fue la última vez que di una limosna a alguien? ¿O visité un enfermo? ¿Un preso? ¿Cuando fue que socorrí a alguien necesitado?

Cardenal Odilo Pedro Scherer – Arzobispo de San Pablo.

 

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