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"Valemos mucho porque Dios nos miró con predilección", afirma Cardenal arzobispo de San Pablo

San Pablo (Miércoles, 23-09-2009, Gaudium Press) Terminadas las conmemoraciones de sus 60 años de vida al inicio de la semana, el arzobispo de San Pablo, cardenal Odilo Pedro Scherer, escribió un artículo, publicado ayer, para agradecer a «todos aquellos que se unieron a mí en estos días de alabanza» y también a Dios por haberle «conservado la vida hasta aquí, así como la salud y la disposición para servir».

Mons. Scherer además versa, en raciocinio filosófico, sobre la preocupación de Dios con nosotros, «frágiles criaturas que desaparecemos de la escena mientras las rocas continúan (…) y el mundo continúa girando del mismo modo». Sin embargo, él sostiene que Dios «nos mira con predilección» porque «valemos mucho».

«[Dios] compartió con nosotros algo de su inteligencia, nos dio la capacidad de sintonizarnos con él, de acoger su amor, de corresponder a él libremente (…) las estrellas titilan de noche, la Tierra gira sin cansar, la Luna cuenta los meses del año. Es un poema exacto a la magnificencia del Creador».

Después de agradecer la «capacidad única» de poder alabar a Dios, dádiva también dada por Él, el Cardenal renovó su disposición de servir a la Iglesia en San Pablo ‘con las fuerzas que Dios me da (…) somos discípulos y misioneros de Cristo en esta metrópolis pluralista compleja. Tengamos la seguridad de que Él va con nosotros y no nos deja solos’.

Vea el texto íntegro:

Mis 60 años: ¡es bueno vivir!

Quiero agradecer a todos aquellos que se unieron a mí, en estos días, en alabanza a Dios por mis 60 años de vida, cumplidos el día 21 de septiembre. Estoy profundamente agradecido por todas las manifestaciones de felicitaciones recibidas y por las oraciones que por mí hicieron. ¡Dios sea alabado! Soy muy grato a Dios, especialmente, por haberme conservado la vida hasta aquí, así como la salud y la disposición para servir, en la gracia del Evangelio, a la Iglesia de Cristo.

Aunque me sienta con la disposición de la juventud, voy a tener que habituarme a la idea de ser ya sexagenario… ¡La vida es un don maravilloso y cada día merece ser vivido intensamente; que no necesitemos avergonzarnos, delante de Dios, de ninguno de los días que su gracia nos concedió! La entrada a los «sesenta años» me da una noción más nítida de que «la vida del hombre es como un soplo, sus días, una sombra que pasa» (Sl 144,4).

Considerando la inmensidad del universo y su tiempo inconmensurable, la brevedad de la vida humana hace pensar aún más en el misterio de la vida y en la atención privilegiada que Dios tiene por nosotros: «cuando miro a tu cielo, obra de tus manos, cuando veo la luna y las estrellas que creaste, yo me pregunto: ¡¿qué cosa es el ser humano, para que de él te acuerdes, el hijo del hombre, para que lo visitaras?!» (Sl 8,4-5).

De hecho, Dios tendría tanto para pensar y preocuparse en este inmenso universo. Sin embargo, su mirada está dirigida, justamente, hacia nosotros, frágiles y pequeñas criaturas… Somos insignificantes para el mundo que nos abriga. Pasamos nosotros, y los árboles continúan creciendo, los ríos corriendo… Desaparecemos de la escena, mientras las rocas continúan allá, inmóviles, impasibles, asistiendo a los milenios que desfilan delante de ellas… Faltamos nosotros y el mundo continúa girando del mismo modo…

Siguen sin alteración los ritmos del Sol y la Luna, las estaciones del año se repiten sin cesar… Somos pequeñas y frágiles criaturas y nuestra vida está siempre pendiendo de un hilo… «Señor, ¿qué es el hombre, para que cuides de él? ¿Un hijo de Adán, para que en él pienses? (Sl 144,3).

Y, sin embargo, nosotros valemos mucho, porque Dios nos miró con predilección; compartió con nosotros algo de su inteligencia, nos dio la capacidad de sintonizarnos con él, de acoger su amor y de corresponder a él libremente. Las montañas alaban a Dios con su dureza y fijeza; los árboles no lloran, cuando muere quien las plantó, pero sin saber, manifiestan la gloria del Creador, dando sombra, flores y frutos. Las estrellas titilan de noche, la tierra gira sin cansar, la luna cuenta los meses del año… ¡Es un poema grandioso, rítmico, mecánico, exacto a la magnificencia del Creador!

A nosotros, sin embargo, Dios concedió una capacidad única: ¡podemos cantar consciente y libremente su alabanza! Diversamente de los ríos, las rocas y los bichitos, podemos reconocer y acoger su amor y corresponder a él en nuestra vida. Nos dio inteligencia y capacidad para operar la obra de sus manos, para el bien, es lógico; podemos reconocer lo que es bueno y adherirnos a eso, y no al mal. «¡Todo pusiste bajo sus pies, ovejas y vacas, todos los animales del campo, las aves del cielo y los peces del mar, todo lo que se mueve en el mar!» (Sl 8,7-9). Pequeñito es el hombre en este gran universo, pero Dios lo quiso compañero de su obra, guardián del bello jardín que plantó: «¡Sin embargo, lo hiciste solo un poco menor que un dios, de gloria y honor lo coronaste! ¡Oh Señor, nuestro Dios, cómo es glorioso tu nombre en toda la tierra!» (Sl 8, 4.10).

En el 60º aniversario, renuevo la disposición de servir a la Iglesia en San Pablo. Con las fuerzas que Dios me da. E invito a la arquidiócesis entera a abrazar con alegría y generosidad la misión de testimoniar, de muchas maneras, la presencia de Dios en esta ciudad inmensa, especialmente junto a las personas que tienen mayor necesidad de sentir una señal de nuestro amor samaritano. Somos discípulos y misioneros de Jesucristo en esta metrópolis pluralista y compleja. ¡Tengamos la seguridad de que

Él va con nosotros y no nos deja solos! ¡Dios bendiga a todos!

Cardenal Mons. Odilo Pedro Scherer – Arzobispo de San Pablo

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