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La enérgica y sabia niña-maestra, que se volvió débil, y por la mística se convirtió en leona

Redacción (Martes, 28-02-2017, Gaudium Press) Cada país tiene la psicología colectiva que tiene, fruto de los mil factores que allí convergen, como por ejemplo las etnias que lo conforman, la historia particular de ese pueblo, las características peculiares del territorio donde se fue configurando esa psicología, etc.

Entretanto, son los anteriores solo elementos naturales. Muy por encima de ellos está lo sobrenatural: Así como Dios da a cada ser humano una vocación, también los pueblos tienen vocación, y es importante intentar discernir qué es lo que Dios quiere de cada Patria, pues así como alguien que no cumple su vocación termina frustrado, así las naciones.

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¿Qué es la vocación que Dios da a cada pueblo? Hay una «vocación-base», y es la santidad. De la misma manera a como cada hombre está llamado a la santidad, cada pueblo está llamado a la santidad. Y es en la santidad, donde cada nación dará lo mejor de sí y cumplirá su vocación.

Entretanto, santos y santidades hay muchas, de acuerdo a la misma y riquísima diversidad de Dios. Y es en los santos de cada país, donde podemos comenzar a indagar lo que deberían ser las características propias de la psicología de un pueblo, para que cumpla su llamado.

Una sola santa, pero grande

Colombia tiene solo una santa canonizada, Santa Laura Montoya Upegui, y entretanto una gran santa, con una historia aún por descubrir de parte de muchos. Varios de los que se han adentrado en las profundidades maravillosas de su vida y obra, la comparan con Santa Teresa la Grande.

¿Santa Laura tenía las virtudes que son propias al pueblo colombiano? Ciertamente, y lo que le venía por naturaleza fue potenciado por la gracia de Dios. ¿Santa Laura tenía carencias propias del alma colombiana? Seguramente, y fueron ellas superadas por la gracia de Dios. Solo un punto de esto queremos tratar en estas sencillas líneas, y es su confianza entera en lo sobrenatural.

Lo que llamaríamos la «energía vital» del colombiano es harta, tiene comúnmente una recia, y decidida voluntad y una gran capacidad de acción. Es también un pueblo de inteligencia rápida, intuitiva. Sin embargo, tal vez por confiar demasiado en sus fuerzas naturales, no le es tan fácil la piedad, con frecuencia pone en lugar secundario el recurso a la gracia y lo sobrenatural, tiende a la «activosa» sin mucho respaldo en la fuerza divina. Santa Laura conservó las cualidades, y las completó con una rica vida sobrenatural, que generó una recia vida ascética y sobre todo una gran vida mística.

El recurso constante a Dios, la confianza absoluta en la fuerza de Dios

Pocos hombres tienen en su palmarés las realizaciones de Santa Laura Montoya. Aun siendo una adolescente regentó con el mayor de los éxitos y por necesidad económica un sanatorio para enfermos mentales. Creó con una pariente, y también en su tierna juventud, el mejor colegio para niñas en Medellín. Luego dirigió -por no decir creó- varias otras instituciones educativas. Tras rudas persecuciones y en medio del desprestigio general, reunió a un grupo de valientes mujeres y con ellas inició la configuración de su Orden religiosa, que -contra viento y marea, casi que contra todo y contra todos- rápidamente floreció por todo el país y allende las fronteras, no solo con toda la labor evangelizadora sino también con la acción social que le es intrínseca a las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, más conocidas como las Lauritas. Entretanto, insistimos, detrás de todo este conjunto maravilloso de logros, estaba su recurso constante a Dios.

Como avista la feroz selva una santa

Un día la Madre Laura llega a la altura del Portachuelo, el 7 de octubre de 1917, al inicio de sus muchas expediciones apostólicas. Desde allí -donde más se eleva la cordillera que separa el Río Atrato del Ríosucio y desde donde alcanzaba a ver la religiosa las aguas del Pacífico- se divisaba una gran región que se sabía plena de indígenas por evangelizar, los que eran la gran «sed» de la Madre Laura. Pero también era zona inhóspita, de terriblemente difícil acceso, llena de víboras y toda clase de bichos amenazantes, lugar sin el menor asomo de civilización, de ninguna manera apto para la delicadeza femenina. Miremos no obstante cuáles eran las consideraciones de la Madre Laura al avistar estas tierras:

Aquel punto es de los más hermosos de toda la región y precisamente por su elevación, deja ver toda la hoya del Atrato. Inmensas selvas como un mar verde, se presentan a los ojos del espectador, en un valle que se pierde entre las nieblas, allá, donde parece que el cielo y la tierra se juntan. El sol no acaba de ocultarse hasta cerca de las siete de la noche y proyecta sobre aquel mar verde, rayos rojos como sangre. ¡Es hermoso y también aterrador aquel panorama! Se siente uno tan pequeño y tan grande! ¡Y pensar que aquellas selvas ocultan tantas almas y tantas miserias! Los rayos sanguinolentos de ese sol que hería mis pupilas, sin dar un solo resplandor a mi alma, ni un punto de esperanza a mi corazón, se iban acabando lentamente, ¡como indolente a cuanto a mí me mataba! (…)

¡Dios mío! ¡Mucho fue sentirme microbio! De verme tan loca, tan atrevida, tan enferma de ese dolor interminable de las almas…
Pero Padre, por encima de todo esto, tan humano y tan duro, está la confianza en Dios que, ¡arraiga en el corazón como un peñasco en medio de las corrientes de muchas aguas! Sí… un acto de confianza, un rayo de ese elíxir celestial que sólo Dios da al alma, basta para desvanecer todas estas sombras amargas. Y vino ese rayo, como un bálsamo. ¿Bendito sea Dios que da la mano a su criatura, aunque esté en el aniquilamiento de Portachuelo! Entre los Canticos de alegría de sus elegidos y de los Ángeles, vio mi dolor.

Todo cambió y fue ya luminoso, aunque el sol material ya había hundido su disco en las aguas del Pacífico, Con razón se le puede hacer burla al sol material, cuando uno tiene esa luz del alma emanada del verdadero sol. Dicen que Dios se esconde en una luz inaccesible. Yo digo que también a veces, se muestra en una luz indecible. ¿Y cómo ha de poder decirse esto? (…)

Vi, pues, que Jesús, su dulzura, su amor, su Madre entrarían por medio de aquellos bosques como lugar de refugio para esas almas. Como arroyo de frescas aguas en aquella inmensa sed de Dios, en esa dura lejanía de Él, en esa sequía de todo consuelo. Como alta peña para resguardarlos de su cruel enemigo y poseedor de tantos siglos.

Dios me había dado a poner siquiera mi dolor al lado de los esfuerzos de la Iglesia, para salvar esas almas, y ¿qué tenía que temer? Mi confianza entonces, superó todo, absolutamente todo. Íbamos llenos de una amor amargo que sería como la mirra y el incienso que dejáramos trascender por nuestra oración hacia Dios, ¡en cambio de aquellas almas!

Los montes se allanan ante el querer de Dios, Los ríos y aguas se abren, cuando Dios lo ordena así. Las tempestades callan. Las fieras se amansan y ante el querer de Dios no hay fuerza que resista. Luego no había que temer. Nuestra debilidad en manos de Dios, sería la dulzura y hermosa esperanza. Creo que si yo no hubiera sido llamada de Dios a esta obra, esto hubiera doblegado mi presunción. Ni la vanidad, ni la ambición de honores o de riquezas, ni nada que no sea Dios, puede dar la calma a una impotencia tan grande como la mía, puesta ante tan magnas dificultades.

Cerró la noche en Portachuelo y mi alma estaba en plena bonanza y dicha. Parecía como que Dios soplaba en aquel viento que por todo el cerco de la casita entraba bramando ¡Gracias Dios mío!

Después no hice versos como el señor prefecto, pero sí guardé para mis hijas estas lecciones. Y le dije a Dios: Bueno, Señor, hacia adelante. Dios mío. Todo es nada para tu amor a las almas no hay barreras». 1

¿Las líneas anteriores? Todo un ejemplo: Una mujer llena de riquezas naturales, pero humilde. Y por humilde, sabedora de su debilidad. Sin embargo, conociéndose débil, pone toda su confianza en Dios y acude a Dios, y por ello recibe una gracia mística -de hecho muchas- que la torna una leona, la vuelve un coloso, que a la vez sigue humilde. Es casi ese el resumen de la vida de Santa Laura Montoya…

Por Saúl Castiblanco

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1 Mesa, Carlos. Laura Montoya – Una antorcha de Dios en las selvas de América. 1ª. Edición. 1999. pp. 250-252.

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