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Domingo de la Misericordia

Redacción (Lunes, 24-04-2017, Gaudium Press) El segundo Domingo del período pascual es conocido como el «Domingo de la Divina Misericordia» en función del decreto emitido por el Papa Juan Pablo II en la Pascua de 2000:

«Por todo el mundo, el segundo Domingo de la Pascua recibirá el nombre de Domingo de la Divina Misericordia, una invitación perenne para que los cristianos del mundo enfrenten, con confianza en la divina benevolencia, las dificultades y desafíos que la humanidad experimentará en los años que vendrán» (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Decreto del 23 de Mayo de 2000).

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Insondable e inescrutable misericordia

Una semana después el Santo Padre canonizó, en el Domingo de la Divina Misericordia, a Santa María Faustina Kowalska que fue escogida por Nuestro Señor Jesucristo para transmitir a los hombres su amor misericordioso.

Decía nuestro Redentor a Santa Faustina: «Me causan placer las almas que recurren a Mi misericordia. A estas almas concedo gracias que exceden sus pedidos. No puedo castigar, incluso al mayor de los pecadores, si él recurre a Mi compasión, sino que lo justifico en mi insondable e inescrutable misericordia» [1].

Apóstol incrédulo

La liturgia de este domingo trae la figura del «apóstol incrédulo», Santo Tomás. En la primera aparición de Jesús Resucitado a los apóstoles, Santo Tomás no estaba entre ellos: «Tomás, uno de los Doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús» (Jo 20, 24). Apenas lo encontraron los apóstoles con alegría le anunciaron la resurrección del Maestro. Entretanto la actitud de Santo Tomás fue de obstinación y presunción [2]:

«Si no veo en sus manos la apertura de los clavos, si no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20, 25).

No podía Santo Tomás imaginar que estaba dando la oportunidad al Señor de la Misericordia de mostrarle cuanto lo amaba. Una semana después de la primera aparición, nuestro Señor actúa con Tomás con extrema bondad, adelantándose a él, dice:

«Mete aquí tu dedo y ve mis manos, aproxima también tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino fiel» (Jn 20, 27).

Delante de tamaña misericordia, resta al «incrédulo» proclamar, como un teólogo, la humanidad y la divinidad de nuestro Señor:

«Señor mío y Dios mío» (Jn 20, 28).

Que toda alma glorifique Mi bondad

Toda la humanidad es invitada a beneficiarse de esta fuente infinita e inconcebible de misericordia:

«Que toda alma glorifique Mi bondad. Deseo la confianza de mis criaturas; exhorta las almas a una gran confianza en mi inconcebible misericordia. Que el alma débil, pecadora, no tenga miedo de aproximarse a Mí, pues, aunque sus pecados fuesen más numerosos que los granos de arena de la Tierra, aún así serían sumergidos en el abismo de mi misericordia» [3].

Confianza en la Misericordia

Busquemos vivir en la confianza de esta misericordia y divulgar cuánto nos es posible esta devoción:

«Deseo que los sacerdotes anuncien esa Mi gran misericordia hacia las almas pecadoras. Que el pecador no tenga miedo de aproximarse a Mí. Me queman las llamas de la misericordia; quiero derramarlas sobre las almas»[4].
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[1] SÁ, Eliana. Divina Misericórdia: Mensagem para cada dia. São Paulo: Editora Canção Nova, 2008, p. 20.
[2] Cf. Dias, João S. Clá. O inédito sobre os Evangelhos. Vol. V. Roma: Editrice Vaticana, 2012, p. 292.
[3] SÁ, Op. Cit., p. 17.
[4] Comunidade Canção Nova. Devocionário à Divina Misericórdia. São Paulo: Editora Canção Nova, 2001, p. 49.

 

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