Redacción (Lunes, 31-07-2017, Gaudium Press) Dijimos en anterior nota que la mística no es más que la actividad de los dones del Espíritu Santo en el hombre. Los dones mueven en el hombre el mecanismo sobrenatural al «modo divino», es decir, es Dios quien actúa, quien moviliza. Por ello se concluye que todo hombre está llamado a ser místico: todo hombre está llamado a vivir en la gracia de Dios. El estado de gracia incluye las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo, y sería absurdo que si Dios da estos dones, Él no actuara por medio de ellos, Él de tanto en tanto no los utilizara.
San Buenaventura de Bagnoregio |
¿Cuál es la relación entre mística y contemplación?
La contemplación infusa no es sino lo que se da cuando los dones que están actuando son los de entendimiento o sabiduría, que son dones ‘intelectivos’, o de conocimiento, aunque el don de sabiduría, que es el más alto de los dones, por ser un conocimiento ‘sabroso’, no sea meramente intelectivo sino también incida en la voluntad y en la sensibilidad.
La contemplación de este estilo se llama infusa porque justamente no es un mero ejercicio meditativo en el que la inteligencia discurre sobre, por ejemplo, una verdad de fe, sino que se siente que hay Alguien que a través de sus dones le enseña y da a degustar al hombre verdades altísimas. Pero puede darse, por ejemplo, a partir de una meditación.
La persona en gracia lee un pasaje de las Escrituras, y encuentra que realmente Jesús era la bondad extrema. Pero de pronto, en un momento feliz y sin procurarlo, siente que sus potencias discursivas se apagan y ceden espacio a otra «voz», que incluso tal vez no hable con palabras tan ‘claras’ como las del texto sagrado, pero que su ‘lenguaje’ es poderosísimo y lleno de contenido. La persona escucha estas nuevas ‘palabras’ que afirman, por ejemplo, que sí, que Jesús es la bondad absoluta, pero estas palabras lo conmueven hasta lo más profundo de su ser y ‘vivencia’ la bondad divina. Un tiempo después esta voz por su vez se apaga, y la persona queda con el feliz aroma de la visita, un maravilloso recuerdo, y una paz y un conocimiento que antes no tenía. Miremos una descripción de estos momentos en la pluma del doctor seráfico, San Buenaventura:
«El alma ve, oye, respira, gusta y abraza a su divino Esposo, y puede entonces cantar, como la Esposa, el Cantar de los Cantares, que fue hecho para el ejercicio de la contemplación, según este cuarto grado. – Pues en efecto, cuando haya llegado a este grado de contemplación, después de haber recobrado los sentidos interiores para ver la soberana hermosura, escuchar la inefable armonía, respirar los divinos perfumes, saborear la suprema dulzura y tocar al soberanamente deleitable, es cuando el alma está dispuesta para los amorosos transportes y los excesos mentales».
«A todas las almas verdaderamente espirituales – añade (c.7)- las invita Dios a este tránsito y a estos admirables transportes del amor divino. (…) Y para que este tránsito sea perfecto hay que dejar en reposo todas las operaciones intelectuales, hay que transportar y transformar en Dios todo el afecto de nuestro corazón. Mas éste es un don místico y secretísimo, que nadie conoce sino quien lo recibe (Apoc. 2, 17), ni lo recibe sino quien lo desea, ni lo desea sino quien es inflamado hasta lo íntimo de las entrañas por el fuego del Espíritu Santo, que Cristo vino a poner en la tierra (Lc 12, 49). Por eso dice el Apóstol que esta mística sabiduría es revelada por el Espíritu Santo (1 Cor 2, 10) – Y como en esto nada puede la naturaleza y muy poco la industria, hay que dar poco a la investigación y mucho a la unción, poco a la lengua y mucho al gozo interior, poco a la palabra y a los libros, y todo al don de Dios, es decir, al Espíritu Santo». (1)
El texto de San Buenaventura, maravilloso, puede ser interpretado por algunos como la descripción de un altísimo grado de unión espiritual con Dios, que es inaccesible al común de los mortales. No es así:
«Según la Beata Angela de Foligno, la oración mental bien hecha tiende de suyo a la contemplación sobrenatural. Y así, cuantos procuran meditar y orar como conviene, acaban por ser contemplativos. La oración -advierte- es la fuerza que atrae a Dios y el santuario donde se le halla. – Hay tres maneras de oración: la corporal, la mental y la sobrenatural. – la corporal supone el concurso de la voz y de los miembros para honrar y reverenciar con todo al Señor… No debe descuidarse, pues es camino para las otras. Pero hay que hacerla con recogimiento… Hay oración mental cuando el espíritu está tan lleno y poseído de Dios, que de ninguna otra cosa se acuerda; y así, la lengua viene a quedar enmudecida. La oración mental conduce a la sobrenatural. Hay oración sobrenatural cuando el alma, arrebatada sobre sí misma y poseída de la plenitud divina, es levantada a tal altura, que ve y comprende lo que no puede explicar… La divina Sabiduría, que en todo ama el orden, ha dado la oración corporal como apoyo de la mental, y esta como escabel de la sobrenatural». (2)
Esta oración sobrenatural es la contemplación infusa, que como hemos dicho es iniciativa de Dios, y por ello no debemos extrañar si no se alcanza siempre, pues es Dios dueño de su gracia.
Pero sobre todo, cuando Dios la envíe, tratémosla como el grandísimo tesoro que es.
Por Saúl Castiblanco
(1) San Buenaventura, Itiner. Mentis. c. 4 apud Arintero, Juan. O.P. Cuestiones místicas. BAC. Madrid. MCMLVI. p. 322
(2) Arintero, op. cit. pp. 323-324.
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