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El estandarte del Rey

Redacción (Viernes, 23-03-2018, Gaudium Press) Del profundamente católico espíritu medieval surgió un Himno, una joya del canto gregoriano, que nos encanta tanto por su sacral melodía, como por su profunda y orante poesía. Es el Himno Vexilla Regis, que comienza de esta manera:

«Vexilla Regis prodeunt: Fulget Crucis mysterium,
Quae vita mortem pertulit, Et morte vitam protulit.»

«Avanza el estandarte del Rey: Fulge,(brilla) el misterio de la Cruz,porque la vida venció a la muerte y por la muerte se extendió la vida.»

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Al recitar estos versos viene a la mente la imagen de un Rey poderoso, magnífico, que siendo también general invicto, avanza envuelto por una esplendorosa luz portando su glorioso estandarte de guerra. El estandarte de la Cruz con la cual conquistó la mayor victoria de la Historia.

Pero de esta imagen puede surgir la siguiente pregunta ¿Será correcto ver a Nuestro Señor Jesucristo como máximo modelo de soldado o de guerrero?

Según Santo Tomás de Aquino la virtud de la fortaleza tiene dos vertientes o aspectos, uno pasivo (sustinere, soportar) y otro activo (aggredi, emprender).

Por lo tanto podríamos entender la virtud de la fortaleza como el «arte de saber resistir y atacar», de padecer pero también de hacer padecer, de sostener el edificio del bien, pero también de destruir el del mal.

Y en Nuestro Señor Jesucristo, en quien existen todas las virtudes, pues Él es la propia Virtud, ¿como podemos vislumbrar la virtud de la Fortaleza?

No hubo un solo instante que en Nuestro Señor no brillase magnánimamente esta virtud, tanto en su resistencia ante la persecución, las calumnias y las injurias como en su santa audacia al provocar los doctores de la ley, al increpar la hipocresía de los fariseos, o cuando látigo en mano expulsó los vendedores del Templo. ¡Todo esto exige una grandeza de alma, una integridad y santidad tan poco frecuentes hoy en día!

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Paremos un momento y pensemos en cuánto cuesta al hombre mantenerse firmemente en la verdad, y atreverse a pecho desnudo a manifestarla sin miedo al qué dirán. ¿Pero, porqué esta dificultad?… Porque choca contra todo y contra todos en un mundo tan carcomido por el subjetivismo y falso pacifismo, que es la comunión de los relativistas.

Pero volviendo a Nuestro Redentor, la virtud de la Fortaleza alcanzó su máximo esplendor cuando llegó la hora marcada por la providencia para el sacrificio, para el holocausto donde Jesucristo demostraría que es el único Dios Fuerte, Santo e Inmortal.

Lo primero que nos salta a la vista es la suprema fortaleza de Nuestro Señor aceptando los insultos, blasfemias, golpes, salivazos, latigazos, hasta llegar al calvario y ahí padecer sufrimientos que escapan a nuestra compresión.
En la Pasión, claramente vemos reflejado ese aspecto pasivo de la virtud de la fortaleza de que nos habla el doctor angélico: «sustinere». Soportar todo, física y espiritualmente, hasta lo inimaginable, por amor.

Pero alguien se podría preguntar… ¿será que en la Pasión de Nuestro Señor brilló también el otro aspecto de la fortaleza; el «aggredi», el ataque? ¿Sería posible que Jesucristo se privara de esa gloria?

No es posible, porque en Jesucristo necesariamente debe resplandecer la totalidad de la virtud. Pero, ¿entonces dónde está ese ataque, esa agresión al mal durante la pasión?
Sabemos que Nuestro Señor no ofreció resistencia ante los que lo apresaron, dejó que lo llevaran como cordero al matadero, e incluso mandó a San Pedro que guardara su espada para otro momento, cuando este intentó defenderlo en el huerto.

Lo que pasa es que nuestra visión tan humana de las cosas, no nos permite ir más allá y descubrir que la lucha de Nuestro Señor en este momento clave no era más contra los hombres carne y hueso que le perseguían, si no que su campo de batalla era ahora mucho más alto, y su ataque se dirigía al centro decisivo, al punto determinante de la lucha entre el bien y el mal, la Salvación de las almas.

«De la mano del sepulcro los redimiré, librarélos de la muerte. Oh muerte, yo seré tu muerte; y seré tu destrucción, oh sepulcro!.» Oseas 13:14

¡Nuestro Señor perfectamente sabía que muriendo en la cruz, como guerrero magnífico, conseguiría lo que solo un Dios Humanado podría hacer, vencer la muerte, el pecado y el mal, para siempre!

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Haríamos muy bien en esta Semana Santa si reflexionamos al respecto de este punto que muchas veces pasamos por alto. Contemplar a Nuestro Señor, guerrero sin igual, que de la forma más magnífica y esplendorosa, con una fuerza de impacto nunca vista, da el golpe decisivo contra el mal, redimiendo el género humano, comprando con su sangre nuestra salvación y resurrección.

Quizás ahora entendamos mejor esa bella imagen del estandarte del Rey que avanza, dispersando los ejércitos enemigos ante la admiración extasiada de los buenos.

Ese estandarte es la Cruz gloriosa que destruye el mal, dispersa las tinieblas y hace temblar a los infiernos, cargada por el guerrero más heróico, más digno de honor y de gloria que existe y existirá, Jesucristo, Nuestro Salvador.

Por Santiago Vieto Rodríguez.

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