viernes, 22 de noviembre de 2024
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De la oración a la virtud: cómo es el camino

Redacción (Martes, 13-11-2018, Gaudium Press) Hemos visto en anteriores notas la necesidad de la desconfianza en sí mismo, de la confianza plena en Dios y lo indispensable de recurrir a Él continuamente por medio de la oración. Hoy intentaremos trillar el camino que va de la oración -de las gracias que se obtienen con la oración- al verdadero cambio de vida.

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Decía el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira que uno de los frutos más apreciados de las gracias que vienen con una oración bien hecha es la formulación de firmes principios: a medida que la persona reza recibe conocimientos y fuerzas, y con estos ella debe ir consolidando su estructura de formulaciones morales, gran dique este en el momento de la tentación.

La oración trae un fortalecimiento de la convicción de que debemos regirnos por los 10 mandamientos, y nos va aclarando la importancia y las implicaciones más finas, más detalladas, de esos 10 mandamientos.

La oración va abriendo nuestros ojos a nuestra maldad, la intrínseca, la potencial y la actual, y nos va mostrando el camino para salir de la maldad y arribar al bien, que tiene como una de sus etapas más importantes la decisión firme en el alma de hacer el bien y evitar el mal. Pero miremos como resume este caminar el P. Lorenzo Scúpoli, en El Combate Espiritual 1:

«Aborrecer lo que es malo. (…) conviene nos ejercitemos en sentir un gran aborrecimiento y asco hacia el vicio que queremos vencer». 2 Lo dicho por el P. Scúpoli sobre un vicio se debe extender a toda trasgresión a cualquier mandamiento. Pero es claro que cada hombre tiene un vicio capital al que más tiende. En todo caso, todos los vicios tienen como madre más que el ocio a la soberbia, y por tanto la soberbia, el orgullo, siempre debe ser objeto de nuestro desprecio y de nuestro ataque.

«Tenemos que hacer actos contrarios a los que las pasiones y malas inclinaciones nos proponen. Así, por ej., si la ira quiere invitarnos a la venganza, debemos rezar por el bien de la persona que nos ofendió. Si la tristeza trata de inclinarnos al desánimo, debemos cultivar pensamientos de alegría y de esperanza». 3 Entonces, ver la necesidad de negar las inclinaciones de la propia naturaleza e ir actuando en contrario, aunque sea con cosas pequeñas, como ‘hormiguita’, lo que termina construyendo una gran edificación.

Es precisa la persistencia, que va unida al no desánimo. La generalidad de los espiritualistas afirma que más que la caída, lo que el demonio quiere es el desánimo, porque ahí corta de raíz cualquier ímpetu hacia la virtud. Entonces no desanimar: el desánimo es fruto del orgullo, pues es la mera naturaleza humana orgullosa no queriendo aceptar su debilidad. Por el contrario, el humilde no desanima, él sabe que lo normal en él son las caídas, pero que con la gracia de Dios, él ira realizando los actos contrarios a las malas pasiones que terminarán construyendo la virtud: «Ya sabemos que para adquirir una mala costumbre o un vicio se necesitan muchos pecados repetidos, y de la misma manera para conseguir una virtud contraria a ese vicio se necesitan repetidos y frecuentes actos buenos hasta lograr adquirir la buena costumbre que sea capaz de enfrentarse al vicio y alejarlo. Y aún más: son necesarios más actos buenos de virtud para formar una buena costumbre, que actos pecaminosos para formar un vicio, porque al vicio le colaboran las pasiones y malas inclinaciones, y en cambio a la virtud se le opone nuestra naturaleza corrompida y viciada por el pecado». 4 Entonces, tranquilos, y… para adelante.

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Finalmente, «hay que mortificarse en lo que es lícito. (…) Se llama lícito lo que es permitido, lo que se puede hacer o decir sin cometer pecado». Si dejamos de hacer algunas cosas que incluso son lícitamente placenteras «la persona se va acostumbrando más fácilmente a dominarse a sí misma, y cuando le lleguen los atractivos de las pasiones y de los malos instintos ya tiene fuerza de voluntad y podrá salir vencedora de muchas tentaciones». 5

Por tanto, a rezar, a luchar, a levantarse, a seguir rezando, siempre con confianza y perseverancia.

Por Saúl Castiblanco

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