sábado, 23 de noviembre de 2024
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Desconfiar de sí, confiar en Dios, rezar: La trilogía de la salvación eterna

Redacción (Lunes, 29-10-2018, Gaudium Press) En anterior nota intentamos mostrar la necesidad necesarísima del espíritu de oración para encontrar la salvación, y repitiendo a un grandísimo autor, resaltábamos cómo el poseer el hábito de la oración es un singular signo de que Dios nos quiere salvar. En sentido contrario «la desgana y enemistad con la oración es un signo negativo verdaderamente temible de reprobación». 1

Ahora hablaremos de dos temas estrechamente unidos a la oración, que se encuentran al mismo nivel de importancia pues conforman todos una trilogía, como son la desconfianza de sí mismo, y la confianza en Dios. Y lo haremos de la mano de un autor muy querido y citado por San Francisco de Sales, el P. Lorenzo Scúpoli.

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Reza quien confía en Dios y desconfía de sí mismo. No hay por donde escapar. Pero la tendencia fortísima del hombre es justamente confiar en sí mismo y con ello no confiar en Dios, pues ‘no necesita de Él’.

La desconfianza en sí mismo es tan sumamente necesaria en el combate espiritual, que sin esta cualidad o condición, no solamente no podremos triunfar contra los enemigos de nuestra santidad, sino que ni siquiera lograremos vencer las más débiles de nuestras pasiones. Siempre se cumplirá lo que dijo la profetisa Ana en la Biblia: ‘No triunfa el ser humano por su propia fuerza’ (1 Sam 2, 9). Y lo que anunció el profeta. ‘mi pueblo dijo: -soy fuerte. Puedo resistir solo al enemigo-. Y fue entregado en poder de sus opresores’. Es necesario grabar profundamente en nuestra mente esta verdad, porque sucede desafortunadamente que aunque en verdad no somos sino nada y miseria, sin embargo tenemos una falsa estimación de nosotros mismos, creyendo sin ningún fundamento, que somos algo, que podemos algo, que vamos a ser capaces de vencer por nuestra cuenta y con las propias fuerzas. 2

Es una locura, pero es así: creemos poder aquello que no podemos, y que la propia experiencia nos ha mostrado repetidamente que no podemos con nuestras meras fuerzas naturales, particularmente la virtud.

Es tan enraizado este vicio de la soberbia en nuestras almas, que Mons. Juan Clá, EP, Fundador de los Heraldos del Evangelio, no duda en afirmar que el mayor milagro que hace Dios es la adquisición de la noción de la deficiencia humana para caminar en el bien: De los enviados por el Bautista para conocer a Jesús » ‘muchos adquirían la noción de que eran deficientes, [que] no conseguían caminar por sí en las vías de la virtud, y tomaban consciencia de necesitar del auxilio de Dios’, y que ‘¡es éste el mayor milagro!’. Dice Mons. João Clá que los que, por la gracia y milagro de Dios asumían esta posición, ‘estos eran evangelizados y acogían la doctrina con entusiasmo’ «. 3

¿Cómo pues, adquirir esta sana desconfianza de sí, esta sana baja-‘autoestima’? Primero, pedirla en la oración. Ya vimos que la oración con las debidas condiciones todo lo puede. Segundo: «Pensar y meditar hasta convencerse de que por las propias y solas fuerzas naturales no somos capaces de dedicarnos a obrar el bien y a evitar el mal, ni de comportarnos de tal manera que merezcamos entrar al Reino de los cielos. En nuestra memoria deben estar siempre aquellas palabras de Jesús: ‘Sin Mí, nada podéis hacer'». 4

¿Pensar y meditar en qué? Por ejemplo en nuestras caídas. En las muchas veces que hicimos buenos propósitos y no los cumplimos. En las muchas veces que despreciamos poner cuidado a tal vicio incipiente, porque iba a ser muy fácil de vencer, pues era simplemente poner ‘un poco de voluntad’… Y entretanto, como dice arriba el P. Scúpoli, ni siquiera somos capaces de vencer la más débilucha de nuestras malas pasiones si Dios no nos asiste. Gigante no somos nosotros, gigante sí es cualquier pacioncilla, que aunque parezca pequeña, venció ella sí a gigantes, como Sansón, David, Salomón, que también y erróneamente confiaron en sus meras fuerzas naturales.

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Pensar en que tiene mucha más astucia y sagacidad que nosotros el demonio, enemigo de nuestras almas, y que las trampas que él pone son ‘perfectas’, son atrayentísimas, y en que ellas no pocas veces hemos sucumbido. Jugar ajedrez con el demonio es estar destinado a perder, pues él conoce mejor el tablero y las fichas de la vida que cualquier humano. Tiene todas las artes naturales de un ángel, pues aunque caído, lo sigue siendo. Nos conoce mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos, conoce sobre todo nuestros puntos flacos. Solo vence al demonio quien está revestido del poder de Dios, que solo se consigue pidiendo.

Finalmente, la confianza en Dios. A confiar en Dios, nos debe mover su infinito poder y su infinita bondad: «Dios satisface los buenos deseos de sus fieles» (Sl 145). «Quien confía en Dios verá que Él actuará en su favor. Soy viejo y nunca he visto que alguien haya confiado en Dios y haya fracasado» (Sl 124). La confianza en Dios también hay que pedirla en la oración.

«Con la desconfianza en nosotros mismos y la confianza en Dios, unidas a una constante oración, seremos capaces de hacer obras grandes y de conseguir victorias maravillosas. Hagamos el ensayo y veremos efectos inesperados». 5

Por Saúl Castiblanco
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1 Royo Marín, A. Teología de la Perfección Cristiana. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. 1994. p. 632.
2 Scúpoli, L. El Combate Espiritual. 11ª Edición. Apostolado Bíblico Católico. Bogotá. 2016. p. 19
3 https://es.gaudiumpress.org/content/85788-El-mayor-milagro-que-hace-Dios
4 Scúpoli Op. cit. p. 21
5 Ibídem. p. 30

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