Redacción (Lunes, 10-12-2018, Gaudium Press) Adviento es tiempo de espera, tiempo de preparación para recibir al Niño Jesús, el Salvador, quien pronto nacerá. ¿Cómo estamos preparando nuestra «cuna espiritual» -nuestro corazón- para el nacimiento del Rey de reyes?
Así como se prepara el pesebre para recordar el gran acontecimiento de la Navidad, ubicando a la Virgen María, San José, la mula, el buey, los pastorcitos, las ovejas, y los ángeles en el belén, así ha de prepararse el corazón para acoger en él al Niño Jesús, una «cuna espiritual» que sea digna morada para el Hijo de Dios.
Nacimiento, Santuario de San José, Guatemala / Foto: Javier Pérez Beltrán – Gaudium Press. |
San Juan Pablo II, en la Audiencia General del 18 de diciembre del año 2002, habla del significado del pesebre y de cómo ha de prepararse el corazón para acoger a Cristo:
«La liturgia de Adviento, impregnada de constantes alusiones a la espera gozosa del Mesías, nos ayuda a captar plenamente el valor y el significado del misterio de la Navidad. No se trata de conmemorar sólo el acontecimiento histórico que tuvo lugar hace dos mil años en una pequeña aldea de Judea. Más bien, es preciso comprender que toda nuestra vida debe ser un ‘adviento’, una espera vigilante de la venida definitiva de Cristo. Para disponer nuestra alma a acoger al Señor que, como decimos en el Credo, un día vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, debemos aprender a reconocerlo presente en los acontecimientos de la vida diaria. De esta forma, el Adviento es, por decirlo así, un intenso entrenamiento que nos orienta decididamente hacia Aquel que ya ha venido, que vendrá y que continuamente viene».
Pero ésta preparación tiene un lugar importante dentro de la familia, quien unida también dispone una «cuna espiritual», para acoger al Niño Dios en la vida familiar. De esto habló el Papa Francisco durante la Audiencia General que presidió en la Plaza de San Pedro, el 17 de diciembre de 2014:
«Cada familia cristiana -como hicieron María y José-, ante todo, puede acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo, protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo. Hagamos espacio al Señor en nuestro corazón y en nuestras jornadas. Así hicieron también María y José, y no fue fácil: ¡cuántas dificultades tuvieron que superar! No era una familia artificial, no era una familia irreal. La familia de Nazaret nos compromete a redescubrir la vocación y la misión de la familia, de cada familia».
Pero quien mejor para enseñarnos a disponer el corazón que María Santísima, quien con su Fiat, el «hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38), se entrega totalmente a Dios y se llena del Espíritu Santo; Aquella que «conservaba todas estas cosas en el corazón» (Lc 2, 19).
Sobre ello se refirió el Papa emérito Benedicto XVI el Mensaje ‘Urbi et Orbi’ el 25 de diciembre del 2008, al recordar que la gracia sobrenatural, por voluntad de Dios, está destinada a toda criatura:
«Hace falta que el ser humano la acoja, que diga su ‘sí’ como María, para que el corazón sea iluminado por un rayo de esa luz divina. Aquella noche eran María y José los que esperaban al Verbo encarnado para acogerlo con amor, y los pastores, que velaban junto a los rebaños (…) También hoy, quienes en su vida lo esperan y lo buscan, encuentran al Dios que se ha hecho nuestro hermano por amor; todos los que en su corazón tienden hacia Dios desean conocer su rostro y contribuir a la llegada de su Reino».
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Con información de Vatican.va.
Gaudium Press / Sonia Trujillo
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