jueves, 25 de abril de 2024
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Benedicto XIV: Entre los cismáticos y herejes no puede haber mártires

¿‘Mártires’ cismáticos pueden ser considerados santos de la Iglesia? Grandes exponentes de la Tradición afirman que no.

San Agustin

San Agustín, iglesia del Corpus Christi, Valencia

Redacción (12/05/2023 09:11, Gaudium Press) Vivir alejado de la Iglesia, incluso aunque se pertenezca a grupos de ‘hermanos separados’ que parezcan cercanos, es una calamidad, según grandes exponentes de la Tradición.

Para recordar esta realidad, repetimos a continuación la doctrina de algunos santos, un papa, padres y doctores de la Iglesia, que afirman que ni siquiera la muerte defendiendo un artículo de la fe verdadera, poco es capaz de beneficiar a los herejes:

San Fulgencio de Ruspe: Quien no está en la Iglesia Católica no puede salvarse, aunque vierta su sangre por el nombre de Cristo

Cree fuertemente y no dudes en absoluto que cualquier hereje o cismático, bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, si no estuviera congregado en la Iglesia Católica, de ningún modo puede salvarse, por mayores las limosnas que haga, e incluso si derrama su sangre por el nombre de Cristo. Pues, todo hombre que no permanece en la unidad de la Iglesia, ni por ser bautizado, ni por copiosa que sea su limosna, ni por soportar la muerte por el nombre de Cristo, puede alcanzar la salvación cuando persiste en aquella perversidad, sea herética o cismática, que lleva a la muerte. (San Fulgencio de Ruspe. De regula fidei ad Petrum, 39, 80)

San Cipriano de Cartago: La sangre derramada por un cismático no lava ninguna mancha

¿Consideran que Cristo está con ellos cuando se reúnen, aquellos que lo hacen fuera de la Iglesia de Cristo? Estos hombres, aunque fuesen muertos em confesión del Nombre, su mancha no será lavada ni siquiera con la sangre vertida: el pecado grande e inexpiable de la discordia no se purga ni con suplicios.

No puede ser mártir quien no está en la Iglesia: no pode lograr el Reino quien abandonó Aquélla que debe reinar. Cristo nos dio la paz. Él nos mandó ser concordes e unidos, ordenó conservar los lazos de amor y de la caridad incólumes e intactos. No puede pretender mártir aquel que no conservó la caridad fraterna. (San Cipriano de Cartago. De la unidad de la Iglesia, II, 14 )

El suplicio sufrido por un cismático no sería corona, sino castigo de su perfidia

No pueden permanecer con Dios los que no quisieron permanecer unánimes en la Iglesia de Dios: y aunque consumidos por las llamas, arrojados al fuego o lanzados a las bestias, ellos perdiesen la vida, no sería una corona de fe, mas antes castigo de su perfidia, no sería la consumación gloriosa de una vida religiosa intrépida, sino un fin sin esperanza.

Un individuo así puede dejarse matar, pero no puede hacerse coronar. Él se confiesa ser cristiano del mismo modo que el diablo se hace de Cristo, como el mismo Señor advierte diciendo: “Muchos vendrán en mi nombre, diciendo: ‘yo soy Cristo’, y engañarán a muchos” (Mc 13,16). Así como el diablo no es Cristo no obstante usurpe su nombre, así no puede pasar por cristiano aquel que no permanece en la verdad del Evangelio y de la Fe. (San Cipriano de Cartago. De la unidad de la Iglesia, II, 14 )

El bautismo de sangre de nada sirve al hereje

¿Acaso puede ser la virtud del bautismo mayor o mejor que la confesión, que el martirio, cuando uno confiesa a Cristo ante los hombres, cuando uno es bautizado en su sangre? Y, sin embargo, este bautismo [de sangre] tampoco sirve al hereje, aunque, fuera de la Iglesia, fuese muerto confesando a Cristo, por más que sus jefes elogien como mártires a los herejes sacrificados por una falsa confesión de Cristo y les atribuyan la gloria y corona del martirio, contra el testimonio del Apóstol que afirma que nada les puede aprovechar aunque sean quemados y sacrificados (cf. 1 Cor 13, 3). (San Cipriano de Cartago. Epist. 73 (ad Iubianum), 21. CSEL III/1, 794)

San Agustín de Hipona: No puede tener muerte de mártir quien, como cismático, no tiene vida de cristiano

No sé cuántas veces en mis escritos y discusiones he demostrado que [los cismáticos de Tamugades] no pueden tener muerte de mártires, pues no tienen vida de cristianos: al mártir no lo hace la pena, sino la causa. (San Agustín de Hipona. Carta 204, 4)

No pueden presumir de persecución por Cristo quien se rebela contra su Cuerpo

Con toda razón podríais decir estas cosas, buscando la gloria de los mártires, si tuvierais la causa de los mártires. No dice el Señor que son felices los que padecen esto, sino los que lo padecen por causa del Hijo del hombre, que es Cristo Jesús. Pero vosotros no lo sufrís por causa de él, sino contra él. Lo sufrís, es verdad, pero es porque no creéis em él, y lo toleráis para no creer. ¿Cómo, pues, presumís de tener esa fe que Jesucristo dejó a los apóstoles?

¿Queréis acaso que los hombres sean tan ciegos y tan sordos que no lean, que no oigan el Evangelio, donde conocen qué dejó Cristo a sus apóstoles que debían creer respecto a su Iglesia? Y si de ella os dividís y separáis, no hacéis otra cosa que rebelaros contra las palabras de la cabeza y del cuerpo, y no obstante presumís de sufrir persecución por el Hijo del hombre y por la fe que dejó a los apóstoles. (…)

Esta es, pues, la fe que sobre la santa Iglesia dejó a sus discípulos. A esta fe, donatistas, oponéis vosotros resistencia. ¡Y os empeñáis en que soportáis persecución por la fe que Cristo el Señor dejó a sus apóstoles! Con sorprendente insolencia y ceguedad contradecís a este Hijo del hombre, que recomendó a su Iglesia que comenzaba en Jerusalén y fructificaba y crecía por todos los pueblos, y proclamáis que estáis soportando calamidades por causa del Hijo del hombre. (San Agustín de Hipona. Réplica a Gaudencio, I, 20, 22)

Si el cismático muere como un sacrílego, ¿cómo puede ser bautizado con su sangre?

Además, con su sangre, serán tenidos como mártires los salteadores, inicuos, impíos, depravados que mueren condenados, ya que mueren bautizados en su sangre. Y si no son bautizados en su sangre sino los que mueren por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5,10), considera que primero hay que investigar por qué motivo sufrís, y luego qué es lo que sufrís. ¿Por qué se os llena la boca antes de encontrar defensa para los hechos? ¿Por qué vuestra lengua se alborota antes de dar pruebas con una vida santa? Si has originado un cisma, eres un impío; si eres un impío, mueres como un sacrílego, ya que eres castigado por tu impiedad. depravados que mueren condenados, ya que mueren bautizados en su sangre? (San Agustín de Hipona. Réplica a las cartas de Petiliano, II, 23, 52)

A los mártires los hace no la pena, sino la causa

Pero dado que son muchos los que esto padecen, sea por sus propios pecados, sea por sus crímenes, hay que andar muy atentos para distinguir la causa, no tanto la pena. Un criminal puede tener un castigo semejante a un mártir, pero la causa es distinta. Tres eran los crucificados: uno era el Salvador, otro el salvado, y el otro el condenado; la misma pena para los tres, pero bien distinta la causa. (…)

La pena es la misma para buenos y malos. Por eso a los mártires los hace no la pena, sino la causa. Si fuera el sufrimiento lo que hace mártires, todas las minas estarían llenas de mártires, todas las cadenas arrastrarían mártires, todos los heridos a golpe de espada serían coronados. Por tanto hagamos discernimiento de la causa. Que no diga nadie: Soy justo porque sufro. (San Agustín de Hipona. Comentario a los salmos 34, 1.13)

No son mártires los que padecen por la iniquidad y por dividir la unidad cristiana

Mártires auténticos son aquellos de quienes dice el Señor: Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia (Mt 5, 10). No lo son, pues, los que padecen por la iniquidad y por dividir impíamente la unidad cristiana, sino los que padecen persecución por la justicia. (San Agustín de Hipona. Carta 185, II, 9)

En el horno donde el mártir es purificado, los herejes son reducidos a cenizas

“Muchos males padecen los adúlteros, los malhechores, los salteadores y homicidas, los criminales todos; muchos males, dice, padezco también yo, tu mártir; pero distingue mi causa de la de la gente malvada (Sal 42,1), de la de los salteadores, homicidas y criminales de toda clase. Pueden sufrir lo mismo que yo, pero no tener la misma causa. En el horno, yo soy purificado, ellos reducidos a cenizas”.

También los herejes lo sufren, muchas veces de su propia mano, queriendo que se les tenga por mártires. Pero contra ellos hemos cantado: Distingue mi causa de la de la gente malvada. Al mártir no lo hace la pena, sino la causa. (San Agustín de Hipona. Sermón 327, 1)

San Dionisio de Alejandría: Exhortación a un cismático próximo a ser sacrificado a salvar su alma

El testimonio dado por evitar el cisma no era menos glorioso que el que se da por no adorar a los ídolos, para mí, incluso, era mayor, porque en éste uno da testimonio por la propia alma sola, mientras que en el otro se da por toda la Iglesia. Pero aun ahora, si logras persuadir o forzar a tus hermanos a volver a la concordia, tu enmienda será más grande que tu caída. Esta no se te tendrá en cuenta, mientras que lo otro se te alabará. Y si no puedes, porque no te obedecen, salva al menos tu propia alma. (San Dionisio de Alejandría. Carta a Novaciano, citado por Eusebio de Cesarea. Historia Eclesiástica, III, 45).

[Nota: Novaciano fue muerto en el período del emperador Valeriano I (253-260) —jamás fue considerado mártir por la Iglesia].

San Paciano de Barcelona: Un cismático asesinado no tenía comunicación con la Santa Madre Iglesia para poder ser considerado mártir

Pero demos que Novaciano hubiese entonces padecido algunas vejaciones, no murió en ellas; demos que hubiese muerto, no fue coronado del martirio.

¿Cómo que no, diréis? Porque estuvo fuera de la Iglesia, reñido con su paz, y sin comunicación de la madre, de quien el mártir debe ser miembro. Oye el Apóstol (1 Cor 13, 2-3): “Aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo caridad, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, no me sirve para nada”. Mas Cipriano padeció el la unión de una misma Fe, en la paz común, en el número de los Confesores: repetidas veces confesó la Fe y sufrió crueles tormentos en varias persecuciones, y finalmente bebió el cáliz de la salud. Esto fue recibir la corona del martirio. Y así envanézcase Novaciano con sus cartas, su arrogancia, su orgullo: que pensando elevarse, dio en tierra, y por negar el perdón, pereció infelizmente. (San Paciano de Barcelona. Epistola II ad Simpronianum, VII, 7)

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Benedicto XIV – Foto: Cervantesvirtual.com

Benedicto XIV: Aunque el hereje muera por un artículo de la verdadera fe no puede ser mártir

De la multitud de sus mártires se gloriaban antiguamente los Marcionitas y otros herejes, como escribe Sulpicius Severus de los Priscillianistas (Sacr. Historia, lib. II, c.51, n.7). Los imitan los herejes de nuestro tiempo. […] Aún admitido que haya cisma sin herejía, él que muere en cisma no puede ser enumerado entre los mártires, pues quien fue apartado de la Iglesia Católica no tiene vida. […] Así, entre los cismáticos no puede haber mártires. […] El hereje o muere en atención de su herejía, o por un artículo de la fe católica. En el primer caso no puede ser mártir ya que muriendo, presta de sí mismo el sumo testimonio de persistencia diabólica. […] Lo mismo se debe decir del hereje que muere por un artículo de la verdadera fe; aunque concedemos que es muerto por la verdad, no recibe la muerte por la verdad propuesta por la fe, ya que carece de ella. […] Los teólogos, encabezados por Santo Tomás (S. T. II-IIae, q.5, a.3), enseñan que él que muere por un artículo verídico no puede ser mártir, una vez que carece tanto de la fe informe como de la fe informada. Asimismo, cuando sea un hereje invincibiliter [i.e. en ignorancia invencible] y pronto a creer en todo lo propuesto por la autoridad legítima, puede ser mártir ante Dios (coram Deo), pero no ante la Iglesia (coram Ecclesia). (Benedicto XIV. De Servorum Dei beatificatione et Beatorum canonizatione (syn.), III, 20).

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