jueves, 18 de abril de 2024
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Combatividad, la gloria o la putrefacción: la vida de Don Álvaro de Bazán

De estos dos personajes que la historiografía ha más bien desconocido, se podrían hacer perfectamente unas Vidas Paralelas al estilo de Plutarco: el uno granadino y el otro vasco”.

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Don Álvaro de Bazán, I Marqués de Santacruz, Grande de España

Redacción (03/05/2022 20:15, Gaudium Press) Acabamos de terminar de leer una vida novelada, pero muy fiel a la Historia, de Don Álvaro de Bazán, Capitán General del Mar Océano, I Marqués de Santacruz, el marino español jamás vencido, honra que comparte con otro grande como Don Blas de Lezo, defensor de Cartagena de Indias ante el ataque de Vernon en 1741.

De estos dos personajes que la historiografía ha más bien desconocido, se podrían hacer perfectamente unas Vidas Paralelas al estilo de Plutarco: el uno granadino y el otro vasco, de familias de marinos, desde muy jóvenes (don Álvaro de 9 años, don Blas de 12) conocieron las faenas de la lucha en defensa de España.

Si bien don Blas pronto tuvo que abandonar su tierra mientras que don Álvaro permaneció por lo general en el ambiente de la península, sus existencias giraban en torno al agua salada infinita, sea avizorándola desde el litoral, sea sobre ella, en el puente de un buque de guerra a la espera del enemigo o buscándolo el horizonte.

Las vidas de estos dos hombres tuvieron sus momentos auges cuando participaron de dos de los más importantes acontecimientos de la Edad Moderna: la batalla de Lepanto y el rechazo del intento inglés por destruir del imperio colonial español en América.

Las intervenciones de ambos en esas justas fueron decisivas: Don Álvaro en Lepanto, cuando entre otras labores hubo de auxiliar a la nave capitana La Real en el más duro de los transes, donde se definió la batalla, y don Blas, siendo el alma y el motor de la heroica resistencia ante unas fuerzas expedicionarias inglesas que superaban a las españolas en una proporción infinita.

En cierto sentido, y a pesar de sus grandes logros, ambas fueron vidas truncadas: Don Álvaro – que debía por todas las razones comandar la Armada Invencible que invadiría Inglaterra – muere por tifus sin saber que su rey, Felipe II, desoyendo sus consejos, elegiría a un inepto para tamaña empresa. Don Blas, que fallece por las heridas causadas en el asedio a Cartagena, sí pudo degustar la victoria, pero ve al tiempo como se le escapa la vida mientras que su gran envidioso, antítesis y némesis, el virrey Eslava, seguía subrepticiamente envenenando los órganos administrativos de España con las calumnias que vertía sobre el marino, tanto que si no hubiera muerto habría sido deshonrado pues se preparaba su defenestración.

Ambos también compartían la firme fe católica, don Álvaro como caballero de la Orden de Santiago, y don Blas con el humilde alarde que constantemente hacía de ella.

Sin embargo, cuando se termina de leer una de estas vidas, el sentimiento que surge es casi forzoso, alegre y también de apelo a la conciencia: ‘¡Qué vida bien vivida. Eso es vivir!’

Don Álvaro de Bazán era lo que hoy se diría un millonario. Con su dinero construyó un palacio magnífico del que se decía que era visitado por Felipe II para inspirar las artes de lo que sería El Escorial.

Pero ni el mejor ni más acogedor de los refugios apagaba su sed de milicia, de aventura militar marina en servicio de su rey y de su Patria, lo que por entonces era casi sinónimo de servicio a la Iglesia siendo en esos tiempos España la lugarteniente de la Cristiandad: había ocasionado la rendición de 8 islas, 2 ciudades, 25 villas y 36 castillos y fortalezas. Los buques que por su mérito se habían hundido o aprisionado eran 205. Había derrotado a 10 capitanes generales, 60 señores y más de 300.000 soldados; y nunca, nunca había sido derrotado. Era como si el Ángel General de la Guerra velara por sus hechos de armas.

Es entonces cuando se recuerda que no fue un fanático guerrerista sino la propia Biblia la que dijo que la vida es una lucha, mientras se camine sobre la Tierra de Adán: Militia est vita hominis super terram, et sicut dies mercenarii dies ejus, “Milicia es la vida del hombre sobre la tierra, y como días de mercenario son su días dice el libro de Job (6, 1).

La Prueba de esta vida – porque aquí estamos en estado de prueba – para el cristiano, es sinónimo de lucha, contra el mundo, el demonio y la carne. Quien no la asuma así, quien no use de las armas de la gracia para triunfar en esta lucha, solo tiene un triste fin:

Porque para el cristiano no existe el medio término, o la gloria o la putrefacción.

Por Saúl Castiblanco

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