lunes, 20 de mayo de 2024
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¿Cómo pueden sufrir las almas en el Purgatorio? Relatos de algunas almas sufrientes

Lo más angustioso en el Purgatorio es tener todos los medios disponibles para salvarse y no haber sabido aprovecharlos”.

PURGATORIO Almas do Purgatorio

Redacción (02/11/2023, Gaudium Press) La Iglesia enseña que “quienes mueren en la gracia y amistad de Dios, pero no completamente purificados, aunque seguros de su salvación eterna, sufren después de la muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del Cielo. La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es absolutamente distinta del castigo de los condenados”.

En estos momentos angustiosos, es natural que las almas busquen compasión, recurriendo a personas que aún están vivas y que pueden interceder por ellas. De hecho, Dios se complace con las mediaciones.

Hojeando la historia de los héroes de Israel, leemos que, tras el ataque victorioso al ejército de Gorgias, Judas Macabeo y sus compañeros regresaron al campo para recoger los cuerpos de los caídos para enterrarlos. Bajo sus túnicas, sin embargo, encontraron amuletos consagrados a los ídolos de Jamnia, indicando la razón sobrenatural por la que habían perecido. Judas, además de exhortar a la multitud sobre la gravedad del pecado, ordenó ofrecer un sacrificio por la falta de sus hermanos difuntos.

¡Bella y santa forma de actuar, resultante de su creencia en la resurrección! Porque si no hubiera juzgado que los muertos resucitarían, habría sido vano y superfluo orar por ellos. Pero si creía que a quien muere piadosamente le espera una hermosa recompensa, era ese un pensamiento bueno y religioso”, comenta el autor sagrado autor (II Mac 12, 43-46).

El mismo Divino Maestro nos enseña que algunas faltas se perdonan en esta tierra y otras en el mundo futuro, cuando dice: “Todo aquel que haya hablado contra el Hijo del Hombre será perdonado. Pero si habla contra el Espíritu Santo, no recibirá perdón ni en este siglo ni en el venidero” (Mt 12,32).

San Pablo, escribiendo a los Corintios, advierte también que el fuego pondrá a prueba el valor del trabajo de cada uno porque, sobre el fundamento que es Cristo, cada uno construye con distintos materiales, unos con oro y plata, otros con heno y paja: “Si la construcción se mantiene, el constructor recibirá la recompensa. Si se incendia, soportará los daños. Pero se salvará pasando de algún modo por el fuego” (I Cor 3, 14-15).

Por eso, desde sus inicios, la Iglesia se acuerda de la memoria de los fieles difuntos, recomendando para ellos el sufragio, especialmente en el Sacrificio eucarístico, para que sean libres de sus faltas. En ciertas ocasiones, las mismas almas, con permiso divino, recurren de manera extraordinaria a los hombres para obtener alivio de sus sufrimientos. Esto es lo que sucedió con Eugenia von der Leyen: Dios le confió una misión de misericordia, para sufrir por las almas de una manera única.

¿Por qué las almas vienen a mí?”, ese era el gran dilema de la vidente y, en consecuencia, la pregunta que siempre les hacía. Cuando podían responderle, invariablemente decían que su alma los atraía y que, con permiso del buen Dios, el camino hacia ella estaba despejado. No quedó más remedio que acompañarlas en sus dolores, que siempre fueron tan insoportables.

Entre las narraciones de las apariciones encontramos líneas dedicadas a expresar los más diversos estados del alma: deseos de mayor perfección, debilidades y enormes cansancios, impregnados de gracias muy profundas que les hacían experimentar la presencia divina en su alma; eran gotas de rocío que refrescaban a las almas y consolaban en medio de su sufrimiento.

¿Cómo pueden sufrir las almas?

Por clara disposición y voluntad de Dios, muchas almas se presentaron con formas animales, significando el pecado cometido. Un gran simio, por ejemplo, la hizo sufrir enormemente en los últimos meses de 1925. Su aspecto repugnante le causaba horror y le resultaba casi imposible soportarlo. Su cuero, mojado y sucio, tenía llagas supurantes de las que emergían gusanos que lo devoraban. Era todo un símbolo de las pasiones y pecados de la lujuria que esa alma aún necesitaba purgar.

Otra alma, llamada Catalina, se le apareció con la boca hinchada, deforme y repulsiva, de una manera que le despertaba verdadero disgusto. Después de unas semanas, confesó: “Siempre desuní a los hombres”. Éste es el precio a pagar cuando los sentidos se vuelven hacia las cosas del mundo, para promover el mal. La Iglesia llama a esta purificación el castigo de los sentidos, en el que un fuego real pero misterioso castiga al espíritu por haberse sometido a los excesos de la carne.

En otra ocasión, cuando Eugenia preguntó a un alma en qué consistían sus sufrimientos, el alma se acercó y, antes de que la princesa pudiera detenerlo, le tocó la mano, haciéndola gritar de dolor y dejándole una quemadura roja.

Sin embargo, este no es el mayor sufrimiento de un alma en el Purgatorio. Hay algo incomparablemente más doloroso: verse impedida de contemplar al Creador, y esto la purifica en lo más íntimo de su relación de amor con Él.

Mientras que la pena de los sentidos castiga al alma por haberse vuelto a las criaturas, la pena del daño castiga al hombre por haberse apartado del Señor. El desprecio divino, el sentimiento de abandono y el deseo vehemente de ver el rostro de Dios consumen las almas en un dolor indescriptible e inconcebible. “El anhelo devorador de volver a verla [a la Divina Majestad] es nuestra tortura”, le confesó otra alma entre gemidos.

El alivio de las almas del Purgatorio

Lo que invariablemente le pedían era mucha mortificación de la voluntad y de los sentidos, además de olvidarse de sí misma y ser generosa. Ella buscó unirse a Cristo, completando en su carne lo que faltaba a los sufrimientos del Redentor (cf. Col 1,24). Incluso se flagelaba cuando se lo pedían y permanecía despierta noches enteras, en un verdadero martirio.

El Banquete Eucarístico era, sin duda, la mayor fuente de consuelo para las almas, especialmente para aquellas que durante su vida demostraron una sincera y profunda devoción a la Santa Misa. “La cadena del Sacrificio corre sin parar. Es la salvación de quienes han creído en él”, explicaba una de las almas del purgatorio. Sin embargo, aquellos cuya devoción eucarística era insignificante no se beneficiaron tanto: “No todos reciben los frutos; Dios es justo».

El agua bendita fue también el consuelo de las almas y la protección de Eugenia. Consuelo porque alivió su sufrimiento, y protección cuando satisfacía las exigencias de algunas que amenazaban con agredirla. Curiosamente, a pesar de ser espíritus, la princesa no vio ninguna gota de agua bendita en el suelo después de rociar a sus visitantes.

Las almas del Purgatorio sufren terriblemente, pero con una gran ventaja sobre nosotros: la esperanza segura del Cielo, por eso la conmemoración de los Fieles Difuntos es una ocasión feliz que la Iglesia nos brinda para aliviar a los que sufren en el Purgatorio. Pero también trae consigo una enseñanza para nuestro beneficio espiritual: tenemos una responsabilidad y, si no actuamos como debemos, podemos escuchar esta terrible sentencia del Divino Juez: “¡No estás preparado!”

(Texto extraído, con adaptaciones, de Revista Arautos do Evangelho n. 263, noviembre de 2023. Por Adriel Brandelero).

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