Es en fronteras porosas donde tienen lugar las guerras más sangrientas. “El muro ya tiene dueño…”
Redacción (03/02/2023 10:33, Gaudium Press) Una parábola peculiar, ciertamente conocida por algunos de nuestros lectores, arroja luz sobre el momento presente para los católicos que realmente desean abrazar el camino del bien.
Cierta vez, un joven caminaba sobre una pared. Del lado derecho estaban Dios y sus hijos; del izquierdo, satanás y sus secuaces. El muchacho, criado en un hogar católico, dudaba entre seguir el lado del Señor o el lado del diablo y sus atractivos, es decir, el mundo y la carne.
Más tarde, aún indeciso, notó una diferencia esencial entre los dos grupos. Mientras los amigos del Altísimo gritaban insistentemente “¡Bajen acá!”, los esbirros del diablo guardaban silencio. Así que el joven le preguntó a satanás: “¿Por qué los seguidores de Dios me llaman, mientras tu banda no dice nada?” Para su sorpresa, el ángel maldito respondió: “¡Porque el muro es mío!” De hecho, no hay término medio: el muro ya tiene dueño…
Esta historia ilustra la eterna irreconciliabilidad entre la luz y las tinieblas (cf. II Cor 6, 14), entre los hijos de Dios y los siervos de satanás, en suma, entre la raza de la Virgen y la raza de la Serpiente (cf. Gén. 3, 15).
Tal inconformismo fue destacado por Jesús a través de metáforas tomadas del reino animal. Los hijos de la luz son como ovejas que siguen la voz del Buen Pastor (cf. Jn 10,27). Los envía entre los lobos (cf. Mt 10, 16), es decir, al otro lado del “muro”; sin embargo, con la recomendación de nunca amoldarse a él: “Que tu ‘sí’ sea ‘sí’ y tu ‘no’ sea ‘no’. Lo que va más allá de esto viene del maligno” (Mt 5, 37).
Ya en los primeros días del cristianismo, los discípulos de Jesús eran reconocidos por sus buenas obras, en oposición a las costumbres depravadas de los gentiles que los rodeaban. Esto es lo que testimonia sobre ellos la Carta a Diogneto: “Son de carne, pero no viven según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudad está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, pero con su forma de vida superan las leyes. […] En una palabra: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma está en cada miembro del cuerpo; y cristianos en todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; Los cristianos están en el mundo, pero no son del mundo”.
Volvamos al ejemplo inicial. Como en la metáfora ignaciana de los Ejercicios Espirituales, de un lado están los seguidores del estandarte de Cristo; por el otro, los de Lucifer. El joven, en lo alto del muro, se cree inmune a sus ataques. Sin embargo, es en las fronteras porosas donde tienen lugar las guerras más sangrientas. Por lo tanto, aquellos que no siguieron ningún bando en esta vida estarán destinados a perseguir, por toda la eternidad, un estandarte en blanco: el de aquellos que, negando los altos ideales de la Fe, abrazaron el consenso del mundo. El amor del Padre no estará en ellos (cf. 1 Jn 2,15).
(Texto extraído de la Revista Arautos do Evangelho n. 242, febrero de 2022.)
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