La iglesia gótica, con sus ojivas y vidrieras, ambiente perfecto para escuchar el sonido del órgano, que eleva las almas a Dios.
Redacción (27/02/2024, Gaudium Press) El órgano “es una ‘penumbra sonora’, hecha de notas y silencio.
Porque, aunque suena en todos los registros, el órgano tiene algo aterciopelado y silencioso en su interior, que es uno de sus mejores encantos, y que mejor casa con la penumbra visible de la Iglesia. Esta es la mezcla de silencio y sonido que existe en el órgano. […] Aquel que, utilizando un instrumento rudimentario, dio al órgano las características que hoy conocemos, podría ser llamado un ‘profeta’ en términos musicales”, decía el prof. Plinio Corrêa de Oliveira.
Como explica Mons. João Clá, “la función fundamental del profeta no es predecir el futuro, sino más bien ser guía del pueblo y mostrarle el rumbo de su trayectoria”[1].
“Cada alma tiene, con variantes, un ‘órgano metafísico’ para tocar en función del universo, y el descubrimiento de este ‘órgano’ es el fin de nuestra vida. Cuando resolvamos esto, estaremos listos para el Cielo.
“La Santa Iglesia tiene algo con lo que relaciona a los hombres a la manera de los tubos de un órgano. Por eso, la Iglesia Católica, bien constituida y vista en su totalidad, puede compararse a un inmenso órgano o a un inmenso vitral, porque el vitral hace con los colores lo que el órgano hace con los sonidos. Es el mismo principio aplicado en la materia cromática.
“Se trata, por tanto, de formar una visión sacral del orden temporal, dentro del orden del universo en el que el hombre se encaja, iluminado por esta única luz de la Iglesia, que ella supo expresar a través del órgano y del vitral. […]
Tapiz de la Catedral de Nuestra Señora de Bayeux
“En Pentecostés descendió una llama que luego se dividió en varias lenguas de fuego. Asimismo, el unum de esta gracia estaría en esta llama original, que luego se convirtió en los distintos tubos de un órgano o en los diversos colores de un vitral. […]
“Este es el unum del órgano, que es lo mismo que el vitral: son representaciones sensibles de Dios, que se conserva uno como el motor inmóvil. El órgano tiene una forma de belleza propia de la polifonía, diferente de la austera belleza del canto gregoriano que es llano. Sin embargo, el canto gregoriano y el órgano no se contradicen, ambos son sublimes.
“Por otro lado, veo en el órgano lo mismo que en la ojiva y otras cosas de la Edad Media: un orden magnífico.
“No todo lo humano en esta Tierra es sublime, pero el órgano selecciona, entre los sonidos humanos y terrenales, los sublimes, buscando elevarlos a un estado paradisíaco. El estilo gótico, a su vez, busca lo mismo en términos de arquitectura”. [2]
Además de los vitrales, el órgano y las imágenes, las iglesias contaban con otros ornamentos: coro, estalas –trabajadas en madera–, retablos, misales, salterios con bella caligrafía y miniaturas.
Algunas iglesias tenían tapices colocados a lo largo de las paredes de las naves. Un ejemplo característico es el de la Catedral de Nuestra Señora de Bayeux, en el norte de Francia, bordado en el siglo XI, que describe acontecimientos ocurridos en Inglaterra desde finales del reinado de San Eduardo el Confesor, hasta la dominación de esa nación por Guillermo el Conquistador.
Con una longitud de 70 metros, este tapiz representa 623 personajes y una gran cantidad de animales, fortalezas y barcos.
“Todo el ornamento de las estatuas, los bajorrelieves y los vitrales, con sus innumerables figuras, fue concebido y regulado por el clero, como un tipo de ‘enseñanza a través de la imagen’, un resumen (o sumario) de la Teología e incluso de las ciencias humanas, donde la gente venía a recibir instrucción.”[3]
Manifestaciones de alegría en plazas públicas
El sentido de lo maravilloso que existía en ese momento era fruto de la gracia divina. Además de las catedrales, muchas obras se hicieron con espíritu sobrenatural para el servicio de Dios.
Un castillo es la residencia de una familia feudal y, al mismo tiempo, la defensa de esa familia y de la población del pueblo vecino ante posibles agresiones de mahometanos y bárbaros. Ese era su propósito natural.
Pero las torres, las almenas, las barbacanas, el foso y el puente levadizo dan una impresión sobrenatural, provocada por la gracia, debido a que el castillo simboliza extraordinariamente la virtud de la fortaleza, practicada por amor a Dios. [4]
Se podría pensar que, en la atmósfera seria creada por catedrales y castillos, no había lugar para una sonrisa, una alegría, una expresión de satisfacción.
“No hay nada más falso que eso. Cualquiera que conozca lo elemental de la Edad Media conoce las grandes celebraciones que la caracterizaron. No sólo las fiestas aristocráticas en castillos y residencias reales, sino también las grandes fiestas populares, en las que, por ejemplo, en las plazas públicas de la ciudad, de algunas fuentes brotaba vino durante horas seguidas, en nombre del rey o del señor feudal; o, más modestamente, se derramaba leche; en las que se llevaban bueyes enteros a la plaza pública, donde se organizaban asados, alrededor de los cuales bailaba la población.
“Y, para finalizar la fiesta, el señor local arrojaba a puñados piezas de oro a la gente, que las recogía para comprar en los pequeños comercios de los alrededores, sobre todo comida y bebida.
“Sin embargo, hubo más que esta magnífica alegría de las fiestas. Había una sonrisa de la vida cotidiana, una belleza inocente y cándida del contacto de las almas en las ocasiones normales de la vida, que podemos apreciar claramente en las iluminuras medievales y en los vitrales.
Magníficas ceremonias en catedrales
En aquella época, la Iglesia católica “realizaba magníficas ceremonias con extraordinaria pompa, especialmente en las grandes catedrales, a través de cuyos vitrales penetraba la luz del sol mientras se celebraba la misa en la capilla mayor de la iglesia, con hermosas vestimentas, el órgano tocando, el pueblo arrodillado, el incienso perfumando todo el templo.
“Se diría que no habría lugar para la intimidad en esta pompa. Pero es todo lo contrario. Si hubo un tiempo en el que los hombres sintieron su intimidad con Dios, su misericordia, su bondad, su afabilidad, ese tiempo fue la Edad Media. Y mil cuentos de este período histórico, algunos quizás fantaseados, pero muchos de ellos, con rigor histórico, celebran, de esta manera, la extraordinaria amenidad de Dios, de sus Ángeles y de sus Santos, especialmente de Nuestra Señora, Reina de todas las virtudes, y por tanto, Reina también del consuelo materno y real hacia sus fieles”[5].
Por Paulo Francisco Martos
(Nociones de historia de la Iglesia)
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[1] CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae. 2012, v. VI, p. 147.
[2] CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. O órgão, o vitral, a ogiva. In Dr. Plinio. São Paulo. Ano XVIII, n. 206 (maio 2015), p. 32-34.
[3] AIMOND, Charles. Le Moyen Âge. Paris: J. de Gigord. 1939, p. 238.
[4] Cf. CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Ó Igreja Católica! In Dr. Plinio. Ano XXI, n. 239 (fevereiro 2018), p. 32.
[5] Idem. Régia amenidade. In Dr. Plinio. Ano XIV, n. 164 (novembro 2011), p. 32-34.
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