jueves, 25 de abril de 2024
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El Sínodo, la ‘inclusión’ y cuando la voz del ‘pueblo’ es la de satanás…

Preocupante el análisis que hace el P. Gerald E. Murray del Documento Final de América del Norte para la Etapa Continental del Sínodo.

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Foto: Alejo en Unplash

Redacción (10/05/2023 15:51, Gaudium Press) Importante y preocupante el análisis que hace el P. Gerald E. Murray, reputado canonista de la archidiócesis de Nueva York, del Documento Final de América del Norte para la Etapa Continental del Sínodo 2021-2024, (NAFD, por sus siglas en inglés) en el prestigioso medio americano First Things.

De acuerdo al sacerdote, su lectura “confirma las sospechas de que las discusiones en el Sínodo de la Sinodalidad en Octubre de 2023 con seguridad se centrarán en el supuesto fracaso de la Iglesia en ser inclusiva, acogedora y respetuosa”.

Quienes habrían sido objeto de esta falencia pastoral anti-inclusiva serían las “mujeres, las personas jóvenes, los inmigrantes, las minorías raciales o linguísticas, las personas LGBTQ+, las personas que se han divorciado y vuelto a casar sin una anulación”.

Efectivamente, recoge el NAFD, sobre las mujeres, que

Los delegados también nombraron a las mujeres como un grupo marginado en la Iglesia. “Hemos recorrido un largo camino, pero lamentamos el hecho de que las mujeres no se puedan dedicar por completo”. Si bien aún se necesita claridad sobre cómo es exactamente una Iglesia plenamente corresponsable, los delegados propusieron el examen de una variedad de aspectos de la vida de la Iglesia, incluidos los roles de toma de decisiones, el liderazgo y la ordenación.

Sobre las llamadas minorías sexuales

Como explicó un participante, “creemos que somos bienvenidos, pero sabemos que hay personas que se sienten ‘fuera’ de la Iglesia”. Otro sugirió que esto se debe a que “quedamos atrapados en las minucias de evaluar el valor de las personas en los márgenes”. “Existe la necesidad de diferenciar entre la importancia de la enseñanza y la necesidad de darles la bienvenida a la Iglesia, especialmente en lo que se refiere a nuestros hermanos y hermanas LGBTQ+.

Y sobre los católicos divorciados y vueltos a casar fuera de la Iglesia

Algunos participantes en el proceso sinodal informaron sobre el profundo sentimiento de sufrimiento de aquellos que no pueden recibir la Eucaristía. Si bien hay una variedad de razones para esta realidad, quizás preeminente entre ellas son los católicos que se divorcian y se vuelven a casar sin anulación, y otros cuya situación objetiva en la vida contradice las creencias y enseñanzas de la Iglesia.

Entonces, esos textos dejan entrever que el actual proceso sinodal, en el pensamiento del P. Murray, se va constituyendo en “un ejercicio de ‘plataforma’ de las quejas de seleccionados grupos de interés ‘Católicos’ que rechazan sin complejos la enseñanza de la Iglesia”. Para que estos grupos no se sientan marginados y puedan ser integrados en una Iglesia verdaderamente inclusiva, la doctrina de la Iglesia debería cambiar, para aceptarlos en su condición o sus deseos.

Las mujeres, pues, no se sentirían marginalizadas si se les abriese el camino a la ordenación; los llamados grupos LGBTQ+ no serían marginalizados si la doctrina (esas ‘minucias’) que regula el ejercicio de la facultad sexual en el matrimonio católico cambiase; los divorciados y re-casados serían verdaderamente incluidos en la Barca de Pedro si se les permitiese acceder a la comunión en su situación irregular.

Y como la voz del pueblo es la voz de Dios, pues no ceder a esas pretensiones sería actuar en contra de todo un Espíritu Santo ‘democrático’, que habla a través de esos ‘escogidos’ fieles en este proceso sinodal.

Un intento de toma del poder

Lo que está sucediendo – dice el P. Murray – es un intento de toma del poder por parte de aquellos que quieren cambiar la enseñanza de la Iglesia Católica de acuerdo con sus puntos de vista mundanos sobre el poder, el sexo y cualquier otra cosa que consideren importante. Que esto esté pasando es un escándalo y un desastre”.

Transportando esos deseos ‘inclusivos’ a tiempos iniciales de nuestra era cristiana, diríamos que para estos ‘incluyentes’ hubiese sido mejor que Cristo no hubiese nacido, ni enseñado, ni predicado, ni sido crucificado, ni nos hubiese redimido, ni hubiese fundado su Iglesia. Tal vez hubiera sido mejor que la Segunda Persona trinitaria desde la eternidad hubiese inspirado a los sumos sacerdotes judíos la realización de un amplio proceso sinodal, para que a través del pueblo de entonces – inspirado por el ‘Espíritu’ – se hubiesen manifestado los deseos de Dios.

El pueblo es la voz de Dios, y a veces la voz de satanás…

Entre tanto, la Historia nos muestra que si a veces el pueblo puede estar de acuerdo con Dios, como cuando aclamó al Redentor en el Domingo de Ramos, a veces está de acuerdo con satanás, como cuando pidió la crucifixión del Hijo de Dios. En realidad, Cristo no vino a escuchar al pueblo, sino a elevar al pueblo, a salvar al pueblo, a enseñar al pueblo, y a ofrecerle su gracia, por medio de la Iglesia, para que siguiera sus enseñanzas y fuera rescatado de la esclavitud del pecado y del demonio.

Porque al final la verdadera voz de Dios es esa que nos vino a traer el Hijo de María, y que está plasmada en las Escrituras, en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, esos que nos enseñan que las mujeres no fueron llamadas al sacerdocio ministerial; que tanto la población llamada LGBTQ+ como cualquier fiel debe regular su facultad generativa, con el auxilio de la gracia, de acuerdo a la verdadera doctrina católica; y que quien tiene un vínculo matrimonial válido, está casado de forma indisoluble a los ojos de Dios mientras la Iglesia no determine lo contrario.

Además, insinuar o afirmar que la doctrina y práctica consistente de la Iglesia durante dos mil años de existencia ha sido anti-inclusiva, además de agraviante con la ininterrumpida sucesión de Papas, Obispos y doctores, lo es con el propio Espíritu Santo, que así podría ser comparado con una paloma medio narcotizada que estuvo durmiendo por veinte siglos y que solo hasta ahora estaría despertando para recoger en su Obra, la Iglesia, a tanto herido, dolorido y excluido.

Pero la realidad es justamente la contraria: la Iglesia es inclusiva porque es fiel a sí misma y a su Cabeza, el Cristo.

La Iglesia, arca de verdadera inclusión

La Iglesia ‘incluyó’ a las mujeres en el Reino de Dios, cuando enseñó y obligó a los pueblos a respetar su dignidad, igual a la del hombre, cuando no permitió que se les repudiase como moneda de cambio, cuando las consagró de forma habitual como reinas en diversos reinos cristianos, cuando les exigió a los hombres que amasen a sus esposas como Cristo amó a su Iglesia. La Iglesia ‘incluyó’ en el Reino de Dios a todos los hombres, cuando con el auxilio de la gracia y la enseñanza clara de su vocación al cielo, los liberó de la pasión de la carne, que llegó a ser una cruel dictadora como bien lo demuestra el culto fálico practicado por numerosos pueblos en la antigüedad. La Iglesia, guardiana del matrimonio indisoluble, ‘incluyó’ también a los hijos en el Reino de los Cielos, propiciando que creciesen en hogares estables, que son los adecuados para su educación y desarrollo. La Iglesia siempre ha sido ‘inclusiva’, no faltaba más.

Pero ahora es patente que no faltan las corrientes que quieren que Cristo no sea más Cristo, y la Iglesia no sea más la Iglesia, todo en aras de la ‘inclusión’ del error y el pecado, que termina siendo la exclusión de Cristo que es la verdad y la vida. A estas corrientes hay que decirles lo que ya dicen los laicos alemanes que firmes se resisten a derivas como las del Camino sinodal alemán: “Somos libres de acudir a donde encontremos la fe integral de la Iglesia”.

Porque las buenas ovejas saben reconocer la voz del verdadero Pastor, que las sabe llevar a los buenos pastos y al redil, y que no las entrega a la voracidad de los lobos, aunque se revistan de piel ovejera ‘incluyente’.

Por Saúl Castiblanco

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