En la diócesis de Alcalá de Henares, una iglesia destrozada como si fuese un campo de batalla.
Redacción (13/04/2023 18:25, Gaudium Press) Sí, aunque por veces no parezca que se aplique, existe en España contemplado el delito de escarnio a dogmas, creencias o ceremonias de una confesión religiosa.
Algo que perfectamente podría tipificarse en lo ocurrido en la parroquia de San Cipriano, municipio de Cobeña, diócesis de Alcalá de Henares.
En la noche del lunes al martes pasado, vándalos ingresaron rompiedo una “puerta de madera recién hecha” – según la expresión del párroco, profanaron el sagrario, lo arrancaron de la pared, las Sagradas Formas quedaron esparcidas por el piso.
La iglesia quedó “hecha un auténtico campo de batalla”, dijo el P. Juan Antonio Martínez. El propio alcalde de esa pequeña población afirma que lo ocurrido es más un acto vandálico que un robo, en un lugar a pocos pasos del puesto de policía y del ayuntamiento.
Una técnica
Ya en el año 1988, en el profundo análisis España anestesiada sin percibirlo, amordazada sin quererlo, extraviada sin saberlo, se prevenía al público ibérico contra la “táctica del terrorismo de las blasfemias”: “Todo el mundo siente el impacto de acciones tan infames como la profanación del Santísimo Sacramento o el ultraje hecho a una imagen de la Virgen”.
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“Cuando uno se entera de ellos por los medios informativos – continúa España anestesiada – la intención antirreligiosa aparece en un ambiguo claroscuro. ¿Tal robo fue obra de un ladrón común? ¿Tal profanación fue practicada por un ladrón borracho, o por una pandilla de desaprensivos?”
Así, se va dando, sin suscitar mucha reacción, la sensación de que impulsos profundos, variados, numerosos, de diversos ámbitos, “se levantan contra todo lo sagrado”. Las personas de fe van acreditando que sus creencias no tienen más asidero en la opinión, no tienen más futuro, y terminan acostumbrándose a la blasfemia y el vandalismo, haciendo que tipificaciones de delitos como el referido arriba terminen considerándose arcaísmos destinados a su desaparición.
Claro, acostumbrado el público a ese terrorismo solapado, algunos se empiezan a aventurar a un terrorismo de la blasfemia sin máscara.
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