martes, 23 de abril de 2024
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En homilía de Pentecostés, el Papa mostró como el Espíritu Santo consuela, cura, guía, y debe ser el faro

El Espíritu Santo muestra el punto de partida, el punto para recomenzar, el camino a ser recorrido. Debemos ser dóciles a su voz.

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Redacción (06/06/2022 11:22, Gaudium Press) Ayer, en la homilía de la misa de Pentecostés, el Papa recordó que el Espíritu Santo, además de consolador, es también espíritu de sanación y de resurrección.

La ceremonia a la que asistió el Papa y que fue presidida por el Cardenal Re, antiguo prefecto de la Congregación para los obispos, vio a Francisco invitando a contemplar como el Espíritu Santo nos llama a no perder nunca la confianza.

Pidió el Pontífice que “entremos en la escuela del Espíritu Santo, para que nos enseñe todo. Invoquémoslo cada día, para que nos recuerde que debemos partir siempre de la mirada de Dios sobre nosotros, tomar decisiones escuchando su voz, y caminar juntos, como Iglesia, dóciles a Él y abiertos al mundo”.

Ante la amargura, el pesimismo y los pensamientos tristes, debemos invocar la asistencia del Espíritu Santo. A veces el enemigo “usa esta estrategia: alimenta la impaciencia, el victimismo, hace sentir la necesidad de autocompadecernos y de reaccionar a los problemas criticando, y echando toda la culpa a los demás. Nos vuelve nerviosos, desconfiados y quejosos”.

Por ello, el Espíritu Santo “nos hace reaccionar nos invita a no perder nunca la confianza, la fe, y a volver a empezar siempre. después de cada caída, ¡levántate! y te toma de la mano te da valor. Haciendo que tomemos la iniciativa, sin esperar que sea otro el que comience”. Por lo demás nosotros no debemos llevar esos sentimientos negativos a los demás: “¡Nunca envidiar, nunca! El Espíritu Santo te trae el bien”.

También el espíritu del mal “con frecuencia nos ancla en el pasado, en los remordimientos, en las nostalgias y en aquello que la vida no nos ha dado; o bien nos proyecta hacia el futuro, alimentando temores, miedos, ilusiones y falsas esperanzas. El Espíritu Santo, en cambio, nos lleva a amar el aquí y el ahora, no un mundo ideal, ni una Iglesia ideal, sino la realidad, a la luz del sol, en la transparencia y la sencillez”, afirmó Francisco.

Curación del Espíritu Santo

Ante los problemas y las heridas y preocupaciones, que sentimos que no se resuelven con fáciles consuelos, debemos tener confianza, pues “es precisamente ahí que el Espíritu pide poder entrar. Porque Él, el Consolador, es espíritu de sanación y de resurrección, y puede transformar esas heridas que te queman por dentro”.

El Espíritu Santo también nos ayuda a manejar los malos recuerdos:

“Así hizo con los Apóstoles y con sus fallas. Habían abandonado a Jesús antes de la Pasión, Pedro lo había negado, Pablo había perseguido a los cristianos. ¡Cuántos errores, cuántos sentimientos de culpa! Por sí mismos no podían encontrar una salida. Solos no; con el Consolador sí. Porque el Espíritu sana los recuerdos. ¿Cómo? Dándole importancia a lo que cuenta, es decir, el recuerdo del amor de Dios y su mirada sobre nosotros. De este modo pone orden en la vida; nos enseña a acogernos, a perdonarnos a nosotros mismos y a reconciliarnos con el pasado. A volver a empezar”.

Reconocer la voz del Espíritu Santo

El Espíritu Santo debe ser nuestro guía: El Espíritu “nos hace ver todo de un modo nuevo, según la mirada de Jesús”. “En el gran viaje de la vida, Él nos enseña por dónde empezar, qué caminos tomar y cómo caminar”, afirmó el Pontífice, basado en las lecturas del día.

“Por eso es importante saber discernir su voz de la del espíritu del mal, ambos nos hablan: aprender a discernir para entender dónde está la voz del Espíritu, para reconocerla y seguir el camino, para seguir las cosas que nos dice”.

El Espíritu de Dios nos hace condolernos por nuestros pecados, nos anima a cambiar, a “combatir contra nuestras falsedades e hipocresías, aun cuando eso implique esfuerzo, lucha interior y sacrificio”.

“El mal espíritu, en cambio, te empuja a hacer siempre lo que tú quieras y te guste; te lleva a creer que tienes derecho a usar tu libertad como te parezca. Pero después, cuando te quedas vacío interiormente, te acusa y te tira al suelo. El Espíritu Santo, que te corrige a lo largo del camino, nunca te deja tirado en el suelo, sino que siempre te toma de la mano, te consuela y te alienta”.

Es, finalmente el Espíritu Santo el que nos anima a caminar juntos por elcamino de la vida, “a olvidarnos de nosotros mismos y a abrirnos a todos. Y así rejuvenece a la Iglesia”.

Con información de Vatican News

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