martes, 01 de abril de 2025
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Entre los templarios vs. el playboy reggaetonero, triunfará el tipo humano del caballero del Reino de María

Es claro que la literatura de cada época no solo es un reflejo de su tiempo…”

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Redacción (30/03/2025, Gaudium Press) Es claro que la literatura de cada época no solo es un reflejo de su tiempo, sino que en la medida en que es pinacular, también ayuda a modelar ese tiempo.

El conde Roland cabalga, por el campo de batalla / porta a Durandal [su espada], que bien corta y bien talla. / De los sarracenos él hizo gran daño. / Si lo hubieseis visto, lanzar un muerto sobre otro / y de sangre carmesí regar los suelos…

A través de El Cantar de Roldán, escrito tal vez al final del S. XI, no solamente podremos escudriñar los reflejos de la gran Edad Media, sino que a su vez ese texto colaboró poderosamente a modelar el ideal al que aspirarían sus caballeros. De tal manera que, por ejemplo los cruzados fieles, al tiempo que eran movidos por su fe a conquistar y reinar sobre los lugares donde pisó Cristo, eran impulsados también a ese ideal por una Chanson de Roland, o un Cantar del Mío Cid: tales monumentos de hidalgos valientes, fieros en la lucha, leales, religiosos, no sensuales, no romanticones, metafísicos, idealistas —con los ojos en el cielo pero con los pies en la tierra—, sin miedo a morir por su ideal, aspirantes a la vida eterna, generosos, etc., eran fruto tanto de la fe cristiana cuanto de un magnífico ideal de tipo humano, como el propulsado en la Chanson de Roland.

Entretanto, más que el destemido Roland o incluso que el gigante señor Carlomagno de la barba florida —traicionados por el vil, maquiavélico y ‘renacentista’ Ganelón—, más incluso que el fiel y ‘valenciano’ Rodrigo Díaz de Vivar, ese ‘gran vasallo que hubiera merecido tener mejor señor’, creemos que lo que más marcó el ideal del tipo humano del caballero de la Edad Media fueron unos pobres monjes-soldados, de cruz púrpura en el pecho y cotas de malla bruñidas, que no solo debían ser eximios en la pobreza, en la obediencia y la castidad, sino que además vivían algo a la manera de un cuarto voto, que no les permitía retroceder en el combate, que los obligaba a ir indefectiblemente adonde su estandarte gonfalonero los llevara, incluso aunque fuera a la muerte: sí, los monjes guerreros de la orden del Templo de Salomón, los caballeros Templarios.

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No sabemos si hubo una canción de gesta dedicada exclusivamente a cantar la valentía de sus conquistas y la tenacidad en sus derrotas. Pero esto no era estrictamente necesario para configurar el inmortal mito: cuando una patrulla templaria, de esas de túnicas manchadas con sangre propia y ajena y mantos con polvo de mil caminos, cruzaba por un poblado, su presencia era más sonora que las poesías de un millar de trovadores. Su aura hacía que las personas se silenciasen; las preocupaciones del día a día pasaban a un segundo plano, los ángeles surcaban los cielos, estaban pasando los Templarios…

Todos sabían que sus monjes eran por lo general nobles, a veces de alta nobleza, y que por tanto habían abandonado las comodidades de sus cunas y los frutos de sus campos. Y esto no para alcanzar la gloria individual, pues sus hazañas eran por lo general anónimas: no era la hazaña del monje-conde tal o del maestre-barón tal, sino que eran las victorias del Temple, de unos monjes que solo aspiraban a la gloria de cielo, suscitando con ello aún mayor admiración.

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Foto: Carlos Felipe Ramírez Mesa / Unplash

¿Por qué los templarios fueron más míticos por ejemplo que los Hospitalarios o que los caballeros Teutónicos? No sabríamos dar la razón profunda; solo podemos constatar los tamaños de los mitos, que en el caso de los templarios era de leyenda universal y capital en todo el mundo cristiano, y también en el musulmán.

Pero llegó un maldito día, en que se coaligaron un Rey que llevaba el apelativo de cristianísimo y un Papa que en sus manos era de plastilina, y basados en mentiras y movidos por la codicia y por la envidia, acabaron con los templarios. El prof. Plinio Corrêa de Oliveira decía que requisito para iniciar la decadencia de la civilización cristiana, era destruir a los templarios y destruir el mito templario. No solo aniquilar la orden, sino mancillar su reputación. Pero si bien Clemente V y Felipe el Hermoso consiguieron el cierre y la hoguera de muchos de sus monjes, no pudieron destruir su luz, que surcó los siglos y llega hasta nuestros días.

Tal vez más destructor del mito del caballero arquetípico fue El Quijote, que insinúa que los nobles ideales que movían a los caballeros de otrora eran tan ridículos cuanto luchar con molinos de viento, y que lo real y verdadero eran solo las ansias nacidas de la barriga de Sancho Panza. Sin embargo es claro que la obra de Cervantes (algunos dudan que un sencillo marino sea el ideador de las intrincadas y risibles aventuras del orate anti-molinos, en fin…) no podía haber sido exitosa en los tiempos en que era gloriosamente triunfante la Chanson de Roland, sino que surge cuando ya campeaba un idealismo caballeresco decadente por la introducción del romanticismo y la comezón de placeres. Pero el Quijote sí colaboró decididamente en la destrucción del ideal del varón arquetípico medieval, del ideal de un caballero cruzado que había ‘amenazado’ con revivir con todo el boom de la batalla de Lepanto y la gesta liderada por Don Juan de Austria.

Después de eso, la historia fue de decadencia…

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Al noble sacral medieval, le sucedió el aún combativo pero ya naturalista y fanfarrón hombre renacentista. Al del renacimiento, ese de las conquistas y vanidoso de las ciencias humanas, lo heredó el bibelot adamado y sensual del Antiguo Régimen, sucedido a su vez por el burgués ya no de florete sino de paraguas, que tuvo a su turno sus legítimos descendientes en el playboy de pantaloncitos cortos infantiles, en los hippies nirvanados en droga que no se lavan, o en los actuales reggaetoneros de piel tatuada o roqueros contracultura. Tipos humanos que —roto el vínculo de la gracia que unía los hombres al cielo, y los hacía humildes, templados y sacrales— fueron despeñándose progresivamente en el abismo de la soberbia, en el desenfreno de la sensualidad, y por tanto en la barbarie.

Pero ocurre que la Virgen anunció en Fátima que su Inmaculado Corazón triunfaría, lo que es interpretado comúnmente como la instauración de un orden de cosas cristiano donde la piedad marial será la piedra angular, algo que no se entiende si no es acompañado y construido por un tipo humano acorde al del Reino de María.

Es más, casi que se diría necesaria la aparición de ese nuevo tipo humano, sacral, humilde, puro y piadoso, para que venga la aurora del Reino de Nuestra Señora. Un tipo humano fruto predominantemente de la gracia, habida cuenta de la debilidad acumulada por siglos y siglos de abuso de la sensualidad. Un tipo humano que rompa completamente con la secuencia de los tipos humanos cada vez más horrorosos surgidos de la Revolución, y que sea como un puente magnífico entre una Cristiandad destruida y los maravillosos siglos mariales. Un tipo humano cuya existencia ya es decreto del fin de los tiempos de la impiedad, del orgullo y la sensualidad, y que es garantía de la promesa de Cristo en el Padrenuestro, de que su voluntad será hecha aquí en la tierra como en el cielo.

Recemos para que cuanto antes se difunda este nuevo, antiguo, sacral, marial, sublime y profético tipo humano, del Reino de María.

Por Saúl Castiblanco

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