lunes, 06 de mayo de 2024
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La Alhambra, la cueva de las serpientes y las delectaciones sapienciales de los hijos de Dios

En nota anterior tratamos de lo que el prof. Plinio Corrêa de Oliveira llamó de deleites sapienciales y los no sapienciales.

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Redacción (10/01/2024, Gaudium Press) En nota anterior tratamos de lo que el prof. Plinio Corrêa de Oliveira llamó de deleites sapienciales y los no sapienciales, definiendo él los primeros como aquellos que tienen como fin último, explícito o implícito, un conocimiento del Creador, un percibir la ‘huella de Dios’ en el ser creado que produce la delectación. En sentido contrario, deleites no sapienciales son aquellos que solo buscan el mero placer de los sentidos.

Leer también: El Armiño, los deleites sapienciales y los deleites no sapienciales: cuando la Revolución comenzó

Afirmaba el Dr. Plinio que la sucesión de deleites sensibles no sapienciales terminan por desordenar el espíritu. Ellos –aunque no sean abiertamente pecaminosos– van preparando el yugo tiránico de la sensualidad y del pecado.

Además mostraba el Dr. Plinio en una de sus muchas reuniones que al puro inicio de lo que en su ensayo Revolución y Contra Revolución llamaba de proceso revolucionario, lo que hubo fue una invasión de delectaciones sensibles no sapienciales, primero –al inicio del proceso de destrucción de la Cristiandad medieval– muy sutiles, hoy delectaciones no sapienciales gigantescas, animales, animalizantes, tiránicas. Para que explotara el orgullo-igualitario de la Revolución y su sensualidad-liberal-anarquista, que dio en el desastre de estas sociedades, lo que hubo fue eso.

Esas delectaciones sensibles no sapienciales, cuando no reguladas o combatidas, encuentran campo más que abonado en el estado actual de la naturaleza caída humana.

Los seres humanos –todos, incluso los mayores santos– tienen un nido de serpientes en el fondo del alma, que requieren estar vigiladas, encadenadas, encerradas, castigadas. Ese nido de serpientes se llama Pecado Original, y muere dos o tres horas después que la persona muere. Y la mejor forma de controlar a esas cobras, además del indispensable recurso a la gracia divina, es impedir que las delectaciones sensibles no sapienciales las nutran, las engorden y les otorguen la fuerza para romper sus justas cadenas.

Hay varias circunstancias que favorecen que las delectaciones sensibles sean no sapienciales, o sea que no puedan ser trabajadas por la razón para encontrar en ellas la ‘huella de Dios’: que sean sensaciones muy rápidas, una tras de otra, numerosas, y que sean demasiado intensas. Estas características ocasionan que se atrofie la razón y la voluntad, dando paso a la animalidad.

Leer también: Revolución en las Tendencias: El arte de destruir y construir – I

Para ilustrar lo anterior, en nota pasada reproducíamos un ejemplo dado por el Dr. Plinio de cómo es el correcto funcionamiento del espíritu humano, y cómo es que se desordena.

Imaginaba el pensador católico al alma humana como una sala de teatro.

Los datos aportados por los sentidos (las sensaciones) eran los actores, sus diálogos, el escenario; mientras que inteligencia y voluntad eran los espectadores.

Los actores (datos sensibles) desarrollaban su labor de acuerdo al guion, mientras que los espectadores (inteligencia y voluntad) apreciaban la obra, escuchaban los parlamentos, desentrañaban y juzgaban la trama, valoraban el desempeño de los actores, evaluaban su vestuario, etc. Sin embargo, si la velocidad de los diálogos se aceleraba, si el número de los actores protagónicos se multiplicaba, si las músicas se tornaban más rápidas, si el escenario se llenaba de muchos otros elementos, pues llegaría un momento en que los espectadores (inteligencia y voluntad humanas) ya no podrían acompañar la obra, y se limitarían solo a que sus sentidos sintiesen la obra, renunciando al uso de la inteligencia y la voluntad. De esta manera se embotaban estas facultades (que son las que nos caracterizan como hombres), haciendo que la sensibilidad se tornase regente y finalmente tirana. Esto podía ocurrir tanto a nivel del alma de cada hombre individualmente considerado, como a nivel de civilización.

En sentido opuesto, una apreciación de la realidad sapiencial, ordenada, pausada, donde nos valemos de la razón para escudriñar los diversos elementos del Orden del Universo, a la búsqueda del mensaje de Dios, donde al encontrar esa huella de Dios, nuestra voluntad ame más y más a Dios, ella producirá una delectación mayor, profunda, pues en ese ejercicio estaremos usando todas las facultades humanas y no solo una, importante, pero la que menos nos caracteriza. Además esa delectación sapiencial por ser ordenada podrá atraer la gracia divina, y con ella la posibilidad de alcanzar las cumbres de lo místico: Dios se revela a la criatura racional que lo busca, también en su presencia en la belleza y la armonía del Orden del Universo.

Así era el Dr. Plinio, que conocía a Dios tanto en la lectura de la luminosa Suma Teológica, como al recorrer las páginas de una buena biografía de un santo, cuanto a la hora de comer un rico vol-au-vent o percibir el fino aroma de una buena colonia francesa o alemana. Pero con serenidad, con sacralidad.

¡Y con cuidado…! Porque nuestra inclinación al egoísmo de los meros placeres sensibles es brutal, y hasta de las cosas más santas o legítimas tenemos la tendencia a hacer mal uso.

Por ejemplo, un día le pasaron al Dr. Plinio un álbum conteniendo estampas del magnífico palacio de la Alhambra, la joya de Granada, al sur de España, construida por príncipes musulmanes que después fue residencia de los reyes de Castilla.

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Patio de los Leones, Alhambra – Foto: Patronato de la Alhambra

Sus estancias, llenas de ‘arabescos’ y figuras, los arcos de diversas formas variando entre ‘gótico’-mudéjar y románico, los dulces canales portadores de aguas refrescantes, sus bien colocadas fuentes, etc., todo el conjunto es una maravilla de atractivo y encanto. Y sin embargo, la contemplación del Palacio tiende a que se profiera más la expresión “qué delicia”, que “qué belleza”, revelándose así la facilidad de que la delectación con ese magnífico palacio se quede solo en el deleite animal de los sentidos.

Diferente a lo que ocurre con la contemplación de la abadía del Mont-Saint Michel, que más que “qué delicia” nos invita a proferir el verbo “qué belleza” o “qué maravilla sacral”, con lo que habremos manifestado que su consideración más fácilmente nos eleva de esta Tierra y nos reporta al Autor de todas las maravillas, de todas las bellezas.

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Abadía del Mont Saint Michel – Foto: André Ouellet en Unplash

¿Significa entonces, que ni siquiera podemos realizar una visita relax a la magnífica Alhambra…?

No estamos diciendo eso.

Afirmamos que debemos ser conscientes de nuestra debilidad, de nuestra condición de vasijas de barro. Conocedores de las serpientes de la cueva de serpientes que hay en nuestro interior. A las que constantemente debemos revisar para ver si están bien encadenadas, si su cárcel está bien cerrada, si las tenemos raquíticas, sin pan y sin agua. Para que no crezcan, para que no nos rodeen, nos abracen, nos trituren, nos destrocen. Además, no podemos dejar de decirlo, siendo esos pueblos hacedores de la Alhambra marcadamente sensuales algo se puede ver reflejado en su cargado arte.

Vamos comprendiendo también por ahí, el importantísimo papel del sacrificio generoso, no solo para asociarnos a Aquel que cargó la Cruz por nosotros, que es lo más importante, sino para con el esfuerzo y sufrimiento yugular a las serpientes y los tigres internos, y mantenernos en la sosegada paz de los verdaderos hijos de Dios, que ahí sí, con tigres y serpientes encadenados, puedan contemplar serenamente y alegremente a Dios también en sus criaturas, y volar hasta Dios por medio de la contemplación del Orden del Universo de Dios.

Por Saúl Castiblanco

P.S.: Cuidado con las pantallitas negras. Tal vez hoy la fuente más dinámica de delectaciones no sapienciales. Son pre-droga.

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