El Vaticano publicó el mensaje del Papa para la V Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores, titulado “Bienaventurado quien no ha perdido la esperanza”.
Redacción (11/07/2025, Gaudium Press) Ayer jueves 10 de julio se publicó el mensaje del Papa León XIV para la V Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores, titulado “Bienaventurado aquel que no ha perdido la esperanza”. En él, el Santo Padre subraya que «el Jubileo que vivimos nos ayuda a descubrir que la esperanza es, a cualquier edad, una fuente perenne de alegría, y que, probada por el fuego de una larga vida, se convierte en fuente de plena bienaventuranza”.
Los ancianos son los primeros testigos de la esperanza
León XIV recuerda entonces a algunos personajes bíblicos ancianos, “a quienes el Señor incluye en sus designios de salvación. Dios a menudo demuestra su providencia dirigiéndose a los ancianos. Con estas decisiones, nos enseña que, a sus ojos, la vejez es un tiempo de bendición y gracia, y que, para él, los ancianos son los primeros testigos de la esperanza”. Según él, “la vida de la Iglesia y del mundo solo puede comprenderse a través de la sucesión de generaciones. Por eso, abrazar a una persona mayor nos ayuda a comprender que la historia no se limita al presente, ni a encuentros fugaces ni a relaciones fragmentarias, sino que se despliega hacia el futuro”.
El Santo Padre afirma además que “si bien es cierto que la fragilidad de los ancianos necesita el vigor de los jóvenes, también lo es que su inexperiencia necesita el testimonio de los mayores para planificar el futuro con sabiduría. ¡Cuántas veces nuestros abuelos nos han dado ejemplo de fe y devoción, de virtudes cívicas y compromiso social, de memoria y perseverancia en las pruebas! Nuestra gratitud y coherencia nunca serán suficientes para agradecer este bonito legado que nos dejaron con tanta esperanza y amor”.
Hay una bienaventuranza en la vejez
León XIV afirma además que, en la perspectiva del Jubileo, estamos llamados a experimentar con los ancianos una liberación, especialmente de la soledad y el abandono. “La fidelidad de Dios a sus promesas nos enseña que hay una bienaventuranza en la vejez, una alegría auténticamente evangélica que nos invita a derribar los muros de la indiferencia en la cual los ancianos están a menudo encerrados”, subraya.
El Pontífice lamenta que la sociedad, en todo el mundo, permita con frecuencia que una parte tan importante y rica de su tejido social sea marginada y olvidada. “Ante esta situación, se necesita un cambio de actitud que dé testimonio de una asunción de responsabilidad por parte de toda la Iglesia”. Invita a las parroquias, asociaciones y grupos eclesiales a realizar “visitas frecuentes a las personas mayores, creando redes de apoyo y oración por ellas y con ellas, forjando relaciones que puedan dar esperanza y dignidad a quienes se sienten olvidados. La esperanza cristiana nos impulsa continuamente a atrevernos a más, a pensar en grande, a no conformarnos con el statu quo. En este caso concreto, a trabajar por un cambio que devuelva la estima y el afecto a las personas mayores”.
Nada nos impide amar, rezar y ser faros de esperanza
Recordando la motivación del Papa Francisco para establecer la Jornada Mundial de los Abuelos y de las Personas Mayores, León XIV recordó que su predecesor quería que esta fecha se celebrara, ante todo, encontrando a quienes están solos. Por esta razón, quienes no puedan peregrinar a Roma pueden obtener la Indulgencia Jubilar visitando a personas mayores solitarias, porque, según él, “visitar a una persona mayor es una forma de encontrarnos con Jesús, que nos libera de la indiferencia y la soledad”.
Para concluir, el Pontífice recordó lo que escribió el Papa Francisco durante su última hospitalización en el Hospital Gemelli: “Nuestra condición física es frágil, pero aun así, nada nos impide amar, orar, ser unos para los otros, en la fe, faros de esperanza”.
“Poseemos una libertad que ninguna dificultad puede arrebatarnos: la libertad de amar y orar. Todos podemos amar y orar, siempre. El bien que deseamos a nuestros seres queridos no desaparece cuando nuestras fuerzas flaquean. Al contrario, a menudo es precisamente su afecto el que despierta nuestras energías, brindándonos esperanza y consuelo. Por eso, especialmente en la vejez, perseveremos con confianza en el Señor. Dejémonos renovar cada día, en la oración y en la Santa Misa, por nuestro encuentro con Él. Transmitamos con amor la fe que hemos vivido en familia y en nuestros encuentros diarios durante tantos años: alabemos siempre a Dios por su bondad, cultivemos la unidad con nuestros seres queridos, abramos nuestro corazón a los más lejanos y, en particular, a los necesitados. Así, seremos signos de esperanza, en todas las edades”. (EPC)
Deje su Comentario