sábado, 27 de julio de 2024
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La técnica terapéutica del psicólogo y la ‘técnica’ terapéutica de la oración

Psiquiatras y psicólogos cristianos deben reconocer la primacía de la gracia y lo sobrenatural.

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Foto: Anima Visual en Unplash

Redacción (09/06/2024, Gaudium Press) Cada cosa en su lugar, y un lugar para cada cosa, decían los abuelos.

La psicología no es teología, ni la teología es psicología, y da risa cuando algunos confunden los papeles; pero sí conviene que los psicólogos católicos conozcan algo de teología espiritual o perfección cristiana, como conviene que los pastores conozcan algo de psicología, pues al final ambas ciencias comparten un mismo fin, tal es el desarrollo y la cura de las almas.

Pero sobre todo, los psiquiatras y los psicólogos católicos deben saber los fundamentos de la teología, y reconocer la primacía y necesidad de la gracia.

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En días pasados un entrañado presbítero me recomendó ver un video, no tan antiguo, de una excelente exposición de una aún joven psiquiatra, católica, con el don de la palabra, cuyas anécdotas graciosas o picantes le fluyen, y muy didáctica, que se ve se hace comprender fácilmente por variados tipos de auditorios. Su exposición, a la vez que rigurosa fue amena, suscitando en diversos momentos las risas de un público más bien joven.

Creo recordar haber escuchado que hay estudios serios que indican que las personas que se orientan a las profesiones de la salud son en su mayoría de ‘buen corazón’, es decir, son personas cuya naturaleza ya los inclina a dedicarse a la ayuda del prójimo y en eso encuentran una dulce satisfacción: pues en rostro, actitudes y decires, esta psiquiatra evidenciaba claramente esas características.

Dicho esto, y teniéndolo como fondo de cuadro, vayamos a los puntos que quiero destacar.

La conferencia versaba sobre las emociones, y la ‘gestión’ de emociones.

Resaltaba ella que el mundo hodierno vive un aluvión de informaciones, que claro, buscan impactar, y que el hombre de nuestros días está enviciado en esta vorágine loca de informaciones-sensaciones, lo que ha generado una ‘drogo-dependencia emocional’.

Es decir, se ha entrado en una espiral acelerada de sensaciones cada vez más fuertes, que generan emociones cada vez más intensas, haciendo que los ‘circuitos’ emocionales –elemento típicamente humano– solo se activen a este nivel máximo, generando una dependencia de la tal hiper-sensación, causando además que ya los chicos no consigan motivarse sino a este nivel. Son las consecuencias no solo de hiper-estímulos sino de un hiper-consumismo intenso. Hecho palmario que cualquiera puede constatar. También culpó de lo que llamó un ‘síndrome a-motivacional’ existente en algunos jóvenes, al consumo de alcohol y marihuana, sustancias que terminan alterándoles toda la percepción de la realidad, afectándoles también la creatividad, la atención, la claridad del pensamiento, pues afecta la corteza pre-frontal y el sistema límbico, causando algo a la manera de un ‘cerebro-apagado’.

Resumió la psiquiatra la relación entre pensamiento-emoción-conducta, recordando que si bien las emociones no son tan fáciles de controlar, no así los pensamientos, que siempre van asociados a las emociones. Por eso es muy importante tener conciencia de los pensamientos y los esquemas de pensamiento propios, pues estos modifican y pueden definir el mundo interior, incluyendo el emocional.

De tal manera que si la persona tiene frecuentemente o de manera constante pensamientos asociados a angustia, pues esto ya va a generar unas consecuencias fisiológicas con repercusiones físicas claras, por ejemplo exceso de cortisol, algo que en las sociedades actuales ya se asemeja a pandemia. Además, el cerebro no hace mucha distinción entre lo que pienso y es real, y lo que pienso y siento y es meramente imaginario, causando las mismas reacciones fisico-químicas en el organismo: si yo estoy sentado ante un paisaje maravilloso, pues eso me causa bienestar con los consecuentes cambios fisiológicos. Pero si meramente lo imagino, detalladamente, en mi cabeza, termino ocasionando los mismos cambios fisiológicos. Igual ante una amenaza, casi que da lo mismo pensar en que tengo un león al lado cuanto tenerlo de verdad, por lo que es importante hacerse una auto-revisión de que es lo que estamos pensando y si esto corresponde con la realidad y con el buen sentido común.

Recordaba también la psiquiatra, algo que seguramente le ha mostrado la experiencia clínica, y es que “el sistema de creencias es muy difícil de cambiar”.

Expuso también lo ya difundido, de que gigantes de tecnología tipo Facebook han reconocido que buscaron asesoría neuro-científica para generar adicción, por ejemplo con los likes, que generan ‘chispazos’ en el cerebro de dopamina, el neurotransmisor que causa placer y felicidad. También neuro-científicos asesoran a estos big tech para que consigan captar la atención de la mayor cantidad de personas el mayor tiempo posible, facilitando la creación de prisioneros de las pantallas negras, llenos de estímulos sensoriales, pero que no desarrollan capacidades fundamentales como por ejemplo la atención, y las que de allí se derivan.

Concluyó su charla acentuando lo perjudicial de los excesos de cortisol, la ‘hormona del estrés’, después de hablar de algo a la manera de una pandemia o de un enviciamiento generalizado de cortisol, y propuso abandonar o luchar contra cuatro actitudes que disparan esta hormona: la necesidad de buscar hacer tareas a todo momento; la necesidad de querer controlarlo todo, todas las variables de la vida; el perfeccionismo, que crea eternos insatisfechos que no disfrutan de nada, y la dependencia digital moderna con su exceso de sensaciones.

Para bajar los niveles de cortisol recomendó –desde la ciencia– el ejercicio físico, favorecer los pensamientos positivos y las actitudes esperanzadoras, evitar a las personas ‘tóxicas’, la meditación que incluya aceptación y abandono, y el omega 3.

Y aquí es donde quiero resaltar la primacía de la gracia y de la perspectiva sobrenatural.

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Imaginemos a una persona que quiera emplear cualquiera de los consejos dados por la psiquiatra a los diversos males por ella apuntados, pero que rápidamente se da cuenta que seguirlos no es tan fácil como comprar en la farmacia unas pastillas y tomárselas a horas determinadas. Rápidamente esa persona puede desanimarse, aún más de lo que estaba, y decirse con lágrimas en el alma “no tengo solución”. Pero si conoce esa necesaria ayuda de Dios llamada “gracia”, no se desanimará nunca sino que se pondrá a orar.

La propia psiquiatra que dio la conferencia, después de resaltar la importancia fundamental de cierta ‘sanidad del pensamiento’ o de una constante ‘profilaxis’ de la mente, dijo algo que bien sabemos todos aquellos que alguna vez atendimos en ese tipo de consultas: las creencias y las estructuras de pensamiento son muy difíciles de cambiar o de desarraigar. Sin embargo, la potencia de la gracia es tan grande, que sí puede conseguir en un instante resultados no alcanzables por años de terapia. Recordemos, la gracia es esa participación de la vida divina que ilumina la inteligencia, fortalece la voluntad y tiempla la sensibilidad, constituyéndose en el mayor regalo de Dios a los peregrinos de esta Tierra, la ‘pastillita curadora suprema’ para el hombre medio raquítico de hoy. Recordemos también que canales privilegiados de la gracia son la oración y los sacramentos.

La psiquiatra, además de prevenir contra esas malas conversaciones que a veces hace uno con uno mismo, auto-llenándose de ansiedad, angustias o desesperanza, previno también contra la mala influencia emocional de lo que se ha dado en llamar en nuestro tiempo de personas “tóxicas”. Sin embargo, el católico sabe que hay un ‘hiper-tóxico’ contra el que tendremos que luchar hasta la muerte, un león que ronda, que está detrás de nosotros constantemente, que es mucho peor que cualquier tóxico de carne y hueso pues tiene la intención propositada de causarnos mal, y con artes mucho mas astutas que cualquier bípedo racional: el maligno, satanás. Él busca causarnos ansiedades injustificadas, depresiones sin fundamento, ilusiones que llevan al abismo, nos sugiere pensamientos destructivos, etc. Y contra la presencia de ese gran tóxico no caben sino los recursos de la oración y los demás que prescribe la religión.

Aunque no lo haya dicho, se desprende de lo expuesto por la psiquiatra que la convivencia con personas buenas, equilibradas, animantes, bondadosas, es algo muy beneficioso para la vida emocional y el equilibrio psíquico. Pues el científico católico no puede desconocer tampoco la acción de los ángeles, con sus muchas funciones en beneficio del hombre, como portadores de buenos consejos, buenos pensamientos y de todo tipo de gracias. No es lo mismo estar rodeado de ángeles que sin ellos, pero su presencia se atrae normalmente con la oración, pues a diferencia de los demonios, ellos se hacen presentes en nuestras vidas si los invocamos. Además la presencia angélica es un antídoto contra la nefasta acción de satanás. Pero a los ángeles se los atrae con la ‘técnica terapéutica’ de la oración.

Cuando el ser humano tiene una mala tendencia psicológica o un mal hábito, corregirlo no es cosa de un día sino que requiere de un esfuerzo continuo, con frecuencia intenso sobre todo al inicio, hasta que un nuevo hábito o inclinación buena remplace al anterior. Es una lucha a brazo partido, permanente. Ante la debilidad de las nuevas generaciones, enflaquecidas por años y años de ceder a los caprichos de los sentidos, el recurso a la gracia se hace no accesorio sino indispensable: Para que el paciente siga la terapia, rezar; para que el enfermo contraríe el mal hábito, rezar; para que el débil no desanime, rezar; para levantar al caído del desánimo, rezar; para que la ‘terapia cognitiva’ vaya dando frutos, rezar y rezar, en un rezo que conclame a la gracia, pedida a Aquel que dijo “Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré” (Jn 14, 14).

–¿Entonces, cerramos consultorios y hospitales psiquiátricos para abrir capillas y centros de oración?, dirá alguno.

Es claro que no; cada loro en su estaca y una estaca para cada guacamaya. Pero ciertamente más capillas, sacramentos y centros de oración tendría como consecuencia no tantos sanatorios necesarios para atención.

Además, es cierto que el mejor auxilio que puede tener un psicólogo para el éxito de sus terapias es, sin duda y también, la gracia. El psicólogo también debería rezar.

Por Saúl Castiblanco

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