jueves, 09 de mayo de 2024
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Los percances de la Jornada Mundial de la Juventud

Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mc 16,15). ¿Cómo una orden tan directa y sencilla pudo haber dejado dudas al punto de ser desobedecida?

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Redacción (06/08/2023 14:11, Gaudium Press) Durante esta semana, Portugal acogió la Jornada Mundial de la Juventud y la prensa se regodeaba sobre los puntos sensibles planteados por el evento. Incluso antes del comienzo, se colocó una alfombra con imágenes ampliadas de billetes de 500 euros frente al altar donde el Papa Francisco celebraría una Misa. Luego estuvo el episodio de la oferta de una caja de vino de Madeira al Pontífice, valorada en el equivalente a R$ 18.500,00, publicitada como “obscena e increíble”. Y finalmente, hubo un boom de denuncias de pederastia en este país, que se destaca en el mundo católico por haber recibido, en 1917, la visita de Nuestra Señora de Fátima.

tapete jmjAnalicémoslo por partes: primero, esta hipocresía de criticar el dinero que se gasta en las cosas de Dios no es nueva ni original. Judas Iscariote ya mostró este comportamiento, registrado en los Evangelios: “Tomando María una libra de bálsamo de nardo puro, de gran valor, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se llenó del perfume del bálsamo. Pero Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: ‘¿Por qué no se vendió este ungüento por trescientos denarios y se lo dio a los pobres?’”(Jn 12, 3-5).

El artista que idealizó la alfombra justificó su trabajo con la vieja jerga de que Portugal es un estado laico y no debe gastar dinero para “patrocinar el viaje de una multinacional italiana” mientras “mucha gente lucha por mantener sus casas, sus trabajos y su dignidad”. El Evangelio de San Juan continúa la narración explicando que Judas “no decía esto porque se interesara por los pobres”, lo que no debe diferir mucho del presente hecho y, aunque desconozco al artista, que estaba orgulloso y muy complacido con su acto y sus repercusiones, no tengo motivos para creer que se trata de una persona dispuesta a utilizar su arte, o su dinero, para ayudar a los pobres.

La respuesta de Jesús fue que Judas no la molestara ni la estorbara, “porque siempre tendréis pobres con vosotros, pero no siempre me tendréis a mí”. (Jn 12, 8).

¿Se harían las mismas críticas si el objeto de ellas no fuera el Papa?

Guardando las debidas proporciones, también podemos situar aquí el tema del vino regalado al Papa, recordando que Jesús fue muy criticado por comer con ricos pecadores, como Leví y Zaqueo, recaudadores de impuestos. Estos son los percances del viaje… No voy a entrar en el mérito del valor del vino o de la caja en que fue depositado, sino en la dignidad de lo que representa el Papa. Y también tengo mis dudas de si se haría la misma crítica si el regalo se hubiera hecho a un estadista, a un político o incluso a un artista. El problema no es el precio del vino, sino la religión.

La cuestión de los abusos sexuales es ciertamente muy grave y este hecho ha representado una gran herida en el corazón de la Iglesia. Una situación que la lastima, pero no la empaña, porque son actos de personas que forman parte de la institución. En efecto, no es la Iglesia la que peca, son algunos de los hombres que se refugian en su seno. Como decíamos, el asunto es serio y cada vez que sale a la luz un caso de pederastia, entristece profundamente el corazón de todo católico, pues es una espina clavada en el cuerpo de Cristo, que es imperecedero y sagrado.

El viaje reúne a cientos de miles de jóvenes de todo el mundo, sin embargo, para los medios esto parece un detalle de menor importancia; para nosotros, católicos, es un hecho que refleja el futuro de la Iglesia fundada por Jesús y sobre la cual no prevalecerán las puertas del infierno, según sus propias palabras (cf. Mt 16,18). Estos jóvenes representan el futuro de la Iglesia, su supervivencia y transmisión de sus enseñanzas.

Jesús fue muy claro al dar esta orden

Y es aquí donde surge otro punto indigesto, una espina en el zapato que incomodó los pies de muchas personas, incluida la mía: una frase pronunciada en la víspera del evento por una autoridad eclesiástica involucrada en la organización: “No queremos convertir a los jóvenes a Cristo o a la Iglesia Católica o algo así”.

La pregunta obvia es: “¿Qué queremos, entonces?”

Teniendo en cuenta que la Jornada Mundial de la Juventud es un evento para jóvenes católicos, podemos considerar que esas expresiones, en una entrevista, hayan quedado incluso un poco fuera de contexto, una vez que se supone que quien participa de algo de esse tipo ya hace parte de la Iglesia. Sin embargo, es preocupante escuchar algo así dicho por un ministro de Jesucristo, una persona que, por su condición, tiene asignada oficialmente la tarea de evangelizar.

Jesús fue muy claro al dar esta orden a los discípulos, orden bajo la cual están todos los sacerdotes, todos los miembros del clero y, por extensión, todo cristiano: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mc 16,15).

Nuestro Señor no se anduvo con rodeos ni hizo concesiones. Él no dijo: “Debes respetar la creencia y la incredulidad de la gente, y hablar del Evangelio solo a aquellos que te escuchen, que no se sientan ofendidos por él”. No, él ha determinado que el Evangelio sea predicado a TODA criatura y ha establecido condiciones muy claras para la salvación y la condenación.

Respetar al otro, pero sin faltarle el respeto a Dios

Jesus trajo la Ley Nueva, que no es más que el cumplimiento de la Ley antigua. Cambió el mundo, dividió el tiempo en antes y después de Él, alteró para siempre el curso de la historia. Quien no escucha la Buena Nueva está perdiendo la oportunidad de conocer la Verdad y, como todo en Jesús, la Verdad es algo muy simple. Sin embargo, lo más triste no es que la persona no conozca la Verdad, que no conozca a Jesús; lo más triste es que se vea privada de conocerlo por la negligencia de sus discípulos, constituidos para este fin: predicar la palabra, bautizar a las personas y, sí, convertirlas. Esta es una palabra que parece asustar, y la gente la evita con la justificación de ‘respetar lo diferente, respetar al otro, acoger, no imponer’.

Es innegable que debemos reconocer las diferencias y respetar a los demás, pero esto no puede significar faltar al respeto a Dios y negar su dirección, impidiendo que las almas se salven por escrúpulos tan hipócritas como la alfombra del euro aparentemente creada para ‘defender la causa de los pobres’, pero que , de hecho, no era más que una estratagema de autopromoción y abierta aversión a la Iglesia, la religión y Dios.

Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores

Vale la pena recordar que aquellos que no conocen la Verdad serán menos culpables de sus errores, pero no sería exagerado decir que su culpa recaerá en aquellos que tuvieron la oportunidad y la obligación de presentarles a Nuestro Señor Jesús. Cristo y la oportunidad de su salvación y no lo hicieron. Tal vez se esté creando la ilusión de que es posible “salvar por omisión”, es decir, “si pecan por ignorancia, mantenerse en la ignorancia los eximirá de culpa y no perderán el alma…”.

Jesucristo vino al mundo para salvar al hombre de la ignorancia y el pecado, y Él mismo no dudó en derribar las mesas de los cambistas, hacer un látigo y con él poner fin al comercio que se hacía en la casa de su Padre. Sin duda, aunque amaba a todas las personas, en ese momento no pensó en respetar las diferencias ni en aceptar al otro, porque eso significaba faltarle el respeto a lo sagrado y ofender a Dios.

Quien tiene la oportunidad -y el deber- de salvar almas y no lo hace adhiriéndose a las filosofías de un mundo que acoge todas las diferencias, excepto la religión, excepto el hombre recto, excepto el que tiene fe, excepto el que ora, excepto lo que concierne a Dios, no podrá hacerlo después, cuando vea a estas almas en el infierno, donde probablemente también estará.

Por Alfonso Pessoa

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