viernes, 19 de abril de 2024
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Mens sana in corpore sano (Mente sana en cuerpo sano)

El cuerpo solo permanecerá sano si la mente sana hubiese permanecido.

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Redacción (31/08/2022 13:26, Gaudium Press) “Mens sana in corpore sano” (mente sana en cuerpo sano) es una conocida expresión que casi todo el mundo ha oído o leído en alguna parte. A pesar de haberse hecho famosa de forma aislada, la frase forma parte de un poema, la Sátira nº X, del poeta romano Décimo Júnio Juvenal, que vivió entre los siglos I y II. El verso completo dice: “Uno debe orar para que la mente esté sana en un cuerpo sano”.

Aunque es muy utilizado como eslogan para gimnasios y fisiculturismo, es mucho más profundo que una simple exaltación corporal, algo que se ha convertido en una “fiebre” en los últimos tiempos. Visto en este contexto de apología de lo físico, da la impresión de que un cuerpo cuidado y la práctica de ejercicios son garantía de una mente sana y equilibrada, lo que no necesariamente es cierto.

Cuando la obsesión por el cuerpo crece, aunque se consiga músculos fuertes y contornos bien definidos, la mente ya no está sana, porque cualquier tipo de obsesión atestigua fragilidad y descontrol emocional o mental, si se prefiere. Enamorarse del propio cuerpo hasta el punto de poner como prioridades el acondicionamiento físico y la alimentación enfocada únicamente a ganar fuerza y ​​masa muscular, no significa tener la mente sana, al contrario.

La virtud está en equilibrio

Es evidente que cuidar el cuerpo es, ante todo, un deber. Por cierto, un deber sagrado, porque, siendo el cuerpo templo del Espíritu Santo, debe ser objeto de todos los cuidados necesarios para el mantenimiento de la salud y el equilibrio. Descuidar el cuerpo, la alimentación, el descanso y las actividades necesarias para mantenerse saludable puede ser considerado pecado, ya que nuestro cuerpo es un don divino.

Pero, ¿de qué sirve gastar dinero, esforzarse más allá del límite, hacer ejercicio, controlar la dieta e incluso tomar esteroides anabólicos para definir su forma física y conquistar la “forma” de sus sueños (un término usado en las academias, es decir cuerpo definido) y descuidando el alma, la “mens sana”?

No debemos, de ninguna manera, descuidar la parte física, corriendo el riesgo de volvernos apáticos, desmotivados, blandos. Nuestro cuerpo necesita estar sano y activo, siempre “preparado para la guerra”, después de todo, como dice la hermosa canción católica: “La tierra es un amplio campo de batalla” y todos estamos envueltos en una guerra constante y cercana. Pero cuando todo nuestro esfuerzo, nuestra concentración y nuestro tiempo libre se centra en ganar masa muscular, nos estamos centrando únicamente en la apariencia. Y para que eso se convierta en una adicción, una dependencia, hay un paso muy corto.

Juvenal termina su poema diciendo: “Te revelaré lo que puedes darte a ti mismo; seguramente el único camino a una vida pacífica es a través de la virtud.” Y, nos atrevemos a completar: la virtud del equilibrio. Podría usar un adagio y decir: “Ni tanto al Cielo, ni tanto a la Tierra”, pero, no lo diré, porque nuestro foco está en el Cielo, por lo tanto, la mente sana siempre debe ser lo primero, para que todo el edificio esté sano.

Conquista de toda una vida

Esta es una verdad que entendemos mejor a medida que envejecemos. Después de pasar los 40, comenzamos a sentir una ligera disminución de nuestra vitalidad. A los 50, el cuerpo ya no responde como hace diez años y, a los 60, empezamos a sentirnos más débiles, algunos dolores empiezan a visitarnos con más frecuencia, y nuestros reflejos ya no son tan ágiles. Es la norma de la vida.

Llegar a esta etapa con salud, flexibilidad, presión arterial buena, azúcar, colesterol y triglicéridos bajo control debería ser el ideal de vida de todos, pero es en esta etapa en la que, más especialmente, debemos seguir el consejo de Juvenal: orar para que la mente sea sana, en un cuerpo sano.

Algo fabuloso, aunque una paradoja difícil de entender, es que si cultivamos los valores del espíritu en los años dorados de la juventud y temprana madurez, cuando nuestro cuerpo inicia su inevitable decadencia, tenemos una ascensión del alma, disposición que procede de una conciencia limpia, del deber cumplido, de las virtudes cultivadas. Como he escrito aquí otras veces, no soy partidario de que la vejez traiga sabiduría. Es más fácil que traiga diabetes, glaucoma, cataratas, presión alta y arterias obstruidas, porque la sabiduría es un logro de toda la vida, no es un atributo mágico que da la vejez.

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Así como las mencionadas patologías -entre muchas otras- no se desarrollan de la noche a la mañana por el mero hecho de envejecer, sino que son consecuencias de un estilo de vida, lo mismo sucede con la sabiduría, un edificio construido ladrillo a ladrillo, pared a pared. Y es muy común que, en esta etapa, cuando ya no nos turban las aflicciones que consisten en los grandes desafíos de la juventud y las grandes seducciones de la vida, nos sintamos, por dentro, con la energía y el vigor de los 30 años.

Envejecer bien en el cuerpo y rejuvenecer en el alma

Y para que no nos convirtamos en viejos ridículos con conductas inapropiadas, es aconsejable un buen espejo, de tamaño razonable, en el que podamos mirarnos todos los días y ver que, sí, nuestro cuerpo envejece, nuestro cabello, cuando aún existe, blanquea y nuestros ojos, que aunque ven nuevos horizontes, ya no brillan como antes y apenas ven sin unas buenas gafas.

De este modo, envejecer bien en el cuerpo corresponde a rejuvenecer el alma y adquirir las fuerzas necesarias para despedirnos del cadáver llegado el momento oportuno, y emprender el gran y definitivo vuelo sin arrepentirse ni querer quedar cautivo en la vana utopía de la vida fugaz.

Puede parecer que soy un anciano que escribe especialmente para los viejos, pero en realidad escribo principalmente para los jóvenes, que, con suerte, envejecerán mañana y, con preparación, envejecerán bien. Por eso, siguiendo todavía las palabras del poeta Juvenal, pidamos a Dios “un alma valiente que carezca del miedo a la muerte”, pero que no sea tan estúpido como para pensar que la muerte no vendrá a su encuentro o que podrá regatearla con sus músculos de titanio de tu cuerpo, conquistado con mucho sudor y dolor en las extremidades, porque todo pasa, y pasa muy rápido y el cuerpo sólo se mantendrá sano si la mente se ha mantenido sana.

Por Alfonso Pessoa

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