domingo, 19 de mayo de 2024
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Para más allá de la muerte, para más allá de los cielos

No hay otra paz que la que desciende de lo alto, y no hay verdadera esperanza sino la que conduce a la bienaventuranza eterna.

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Foto: Freepik

Redacción (01/11/2023, Gaudium Press) Por mucho que queramos escapar de la implacable realidad de la muerte, hay en el hombre una profunda certeza de que todos moriremos. Esta convicción está tan profundamente arraigada en la naturaleza humana que puede compararse con la evidencia de los primeros principios o que dos más dos son cuatro. En muchos cementerios se puede leer la famosa exhortación del difunto a los vivos: “Yo fui lo que tú eres, tu serás lo que yo soy”.

El mundo contemporáneo, sin embargo, vive no sólo como si Dios no existiera, sino también como si la hora de la muerte nunca llegara. Más bien, una de las razones para vivir como ateo consiste precisamente en la negación de la vida ultraterrena. Si Dios no existe, todo está permitido y no se cobrará nada…

Para ello, el hombre busca subvertir el propósito de su existencia, para encerrarlo bajo el mantra de los apetitos, de las riquezas, de los honores, del “hacer lo que me gusta”… Sin embargo, la vida siempre impone desafíos, dificultades, cruces inexorables, que invitan a cambiar nuestro comportamiento y a poner nuestra confianza en el Señor: “Sólo en Dios reposa mi alma, de él viene mi esperanza” (Sl 61,6). No hay otra paz que la que desciende de lo alto, y no hay verdadera esperanza sino la que conduce a la bienaventuranza eterna.

Pues bien, donde no hay esperanza, hay literalmente desesperación, precisamente porque el hombre, cuando se da cuenta de su contingencia ante lo imposible –es decir, la felicidad en esta tierra– termina rebelándose contra el orden de las cosas y contra sí mismo. De hecho, nunca ha habido tantos trastornos psicológicos en la historia de la humanidad como los que hay ahora…

Paradójicamente, la época en la que más se evita la muerte es también la época en la que hay mayor número de homicidios, abortos y suicidios. Además, el siglo pasado fue el que más vidas se cobró en las guerras. Si la existencia terrenal ya no tiene mucho significado, ¿qué podemos decir de la vida eterna?

Hay posturas más estoicas, como la que afirma que la vida es sólo un paso y la muerte es un viaje sin retorno. Sin embargo, estas visualizaciones resultan incompletas.

Como comentan algunos autores de espiritualidad, la vida virtuosa en esta tierra es ya un comienzo del Cielo, es decir, está separada de la bienaventuranza sólo por un intersticio, la muerte. Poco después de esto, comienza un nuevo viaje, no sin antes pasar por una “aduana” llamada juicio particular. En él se registra el pasaporte del viaje terrenal, para ver si el viajero está en condiciones de emprender el más extraordinario de todos los itinerarios: el que permite visitar las pulcritudes de Dios mismo. Sin embargo, si le niegan el visado, todo lo que tendrá que hacer es explorar los pozos del abismo eterno…

Todo parecería terminado. Sin embargo, aunque esté en la gloria, el alma permanece en un estado de violencia deseando recuperar el cuerpo del que es forma. Y esto de hecho sucederá en la resurrección final y en el Juicio Universal, cuando Nuestro Señor volverá a juzgar a vivos y muertos. Los buenos serán entonces arrebatados a un lugar “sobre todos los cielos” (Efesios 4:10), el Cielo Empíreo, donde vivirán para siempre con Cristo, en su gloria.

(Texto extraído, con pequeñas adaptaciones, de la Revista Arautos do Evangelho n. 263, noviembre de 2023. Editorial.)

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