domingo, 25 de mayo de 2025
Gaudium news > Pedro: el Papa de todos, también de las ovejas lastimadas

Pedro: el Papa de todos, también de las ovejas lastimadas

“Cada uno puede ser constructor de unidad con sus actitudes hacia sus colegas, superando los inevitables malentendidos con paciencia y humildad”, ha dicho León XIV.

cq5dam.thumbnail.cropped.500.281

Foto: Vatican News

Redacción (25/05/2025 08:29, Gaudium Press) Es imposible no notar, y también no asentir con agrado, a la invitación hecha ayer por León XIV a los empleados vaticanos, en un encuentro por demás cálido, aderezado con la presencia de infantes, quienes siempre aportan el aroma de la inocencia y la paz:

“Cada uno puede ser constructor de unidad con sus actitudes hacia sus colegas, superando los inevitables malentendidos con paciencia y humildad, poniéndose en el lugar de los demás, evitando los prejuicios…”, dijo León.

Son temas recurrentes —unidad, paz—, tanto en los pocos pero substanciosos discursos que ha proferido el nuevo Pontífice, como en las múltiples reuniones previas al cónclave, en las que los Cardenales evaluaron la situación de la Iglesia y esbozaron el perfil del que debería suceder al apóstol Pedro.

Incluso, tal vez no sería aventurado decir que en su insistencia, el Papa Prevost no ha hecho sino cumplir el pedido repetido de los Cardenales, que como es sabido, clamaron por una profunda y fructífera “Pax Ecclesiae”.

Por lo demás, es claro que está en la esencia del ministerio petrino ese establecimiento de la unidad, que en estos ámbitos es sinónimo de paz, pues en un reino dividido no reina la paz. Para que el pueblo de Dios y “el episcopado mismo fuese uno e indiviso, Cristo puso a San Pedro al frente de los demás Apóstoles, e instituyó en él el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad, tanto de la fe como de la comunión”, nos recuerda la Lumen Gentium (n. 18). Es decir, la unión de la Iglesia se da especialmente en Pedro, quien gobierna a sus hermanos y los confirma en la fe de Cristo, quien tiene la autoridad del maestro, y la autoridad y custodia del pastor. Es él “el vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz” (n.22).

El mundo, y particularmente el mundo católico, va descubriendo con alegría que en el Papa Prevost la Providencia divina fue modelando a lo largo de los años todas las características espirituales y humanas para esta misión de unidad y caridad.

Su temperamento firme y a la vez sereno, predispuesto a la escucha, a la consideración de todas las aristas de las situaciones, de los problemas, de las dificultades. Sus estudios teológicos, jurídicos y hasta matemáticos, que favorecieron la profundidad del pensamiento, la facilidad para ir al centro de las cuestiones, y su inmersión en los 2.000 años de tradición de una Iglesia, que es carisma pero que es también institución. Su experiencia pastoral en América Latina, y de gobierno al frente de la comunidad agustina y finalmente en la Curia Romana, favoreciendo una visión de la universalidad de la Iglesia de Cristo. En ese sentido, ya son muchos los que están hablando de un “hombre completo”, de alguien con todos los dones, para su ministerio de unidad.

Es más.

Me atrevo a decir que ningún otro candidato —humanamente hablando y pidiendo perdón por la comparación— hubiera podido conseguir a partir de esa luminosa trayectoria de vida, sumada a la gracia, la cuasi unanimidad de felicidad de los corazones cristianos que hoy reina, como esa que ha conseguido León XIV en sus muy pocos días de gobierno. De hecho, se comenta en los corredores del Vaticano, que se siente una nueva atmósfera de tranquilidad y dulzura. Tras su elección al pontificado máximo, todos, absolutamente todos los Cardenales que han hablado han manifestado su sincera y esperanzada alegría en el ministerio de un Papa que volvió a venir de América, de la América del Norte, pero también de la que palpita al sur del Río Bravo.

Alabado sea Dios y su Madre Santísima, y el Espíritu Santo, que nunca deja de ser el Alma de la Iglesia.

Entretanto, y para ser francos, sabemos que ese ministerio hacia la unidad —que es unidad en la diversidad, unidad en la fe de Cristo y diversidad en los carismas y ministerios, componiendo una delicada y bella armonía— es algo no siempre tan fácil de lograr. Porque es la diversidad de las notas de la más linda de las sinfonías, la del Canto de Cristo, pero que a veces puede tornarse la diversidad de los “coches de choque”, o “carritos chocones” que hacen las delicias familiares en los parques de diversiones, pero que en ocasiones parecen carritos que se estrellan sin goma amortiguadora, con la posibilidad de causar magulladuras, lesiones.

Este ‘problema’ lo debió haber tenido hasta Cristo el Señor.

Un día eran los Apóstoles del Trueno (Mc 3,17) que pedían destruir la aldea samaritana, y a los que otro día la madre quería sentar en los tronos principales del Reino de los Cielos, suscitando las murmuraciones y los reproches de los demás apóstoles. Otro día sería la impulsividad espontánea pero no caritativa de San Pedro, que un auge de entusiasmo se olvidó de sus hermanos y le pidió en el Tabor al Señor armar tiendas, y quedarse a vivir ahí por toda la eternidad. Otro día podrían haber sido los celos y hasta la envidia de los demás, al contemplar los gestos que evidenciaban que sí había un apóstol al que el Señor más amaba. Pero a todos —salvo a Judas, simplemente porque este no quiso— Cristo con paciencia llevó a la fe, a la unidad, a la santidad, convirtiéndolos en los pilares de su Iglesia.

Inclusive podríamos imaginar a San Pedro aún después de Pentecostés, conservando su carácter fogoso e impulsivo, pues como reza el dicho, “Gratia naturam perficit sed non tollit”, la gracia perfecciona su naturaleza, pero no la excluye. Digo que podríamos imaginarlo, cada vez menos es verdad, siendo a veces impetuoso, un tanto ‘brusco’, o incluso rozando los bordes de la justicia como se vio en la discusión que tuvo con San Pablo, acerca de mantener ciertos mandatos de la ley mosaica, y dejando de comer con los gentiles. (Gal, 2)

Podría ser incluso que Pedro el Papa se sintiese mejor, más cómodo con los “de Santiago”, con aquellos que eran más cercanos a sus tradiciones, a su personalidad, a su estilo, a su nación, y que eso lo inclinase en cierto sentido. Sin embargo, Pedro no era el Papa de los “de Santiago”, ni siquiera el Papa de los apóstoles o de los discípulos, sino que era el Papa de todos, de José de Arimatea, de Nicodemo, de los griegos que a través de Felipe buscaban a Cristo, de todos los gentiles atraídos por el Redentor.

Y entonces Pedro aceptó que se había equivocado, regresó al pastoreo solícito y caritativo de todas las ovejas, sin imposiciones o resquemores infundados; siendo el primero, fue entretanto dócil a Dios que le hablaba por la voz de otro Pastor, aquel que extendería el Evangelio por el mundo civilizado de su tiempo. Como decía el prof. Plinio Corrêa de Oliveira, en esos sublimes momentos, Pablo dio lección de celo por la causa de Cristo, y Pedro de humildad en beneficio de la causa de Cristo. Pedro se hizo “esclavo de todos, para ganar el mayor número posible”, como de sí mismo decía San Pablo (1 Cor, 9, 19).

Creemos no herir susceptibilidades o levantar suspicacias, al decir que hoy en el seno de la Iglesia de Cristo hay ovejas dolidas, hay corderos que se entienden maltratados, que incluso pueden haberse concebido extranjeros entre los hijos de su madre (cf. Sl 69, 9), pero que son también de las ovejas que se incluyen en la alegría, de compartir la misma fe que ahora custodia este nuevo Pedro.

7 6

Son ovejas del rebaño de Pedro, pero son sobre todo ovejas de Cristo, que las engendró con su gracia en la fe, las ha cargado en sus espaldas, y que también las amó hasta el extremo, de dar su vida también por ellas. Ovejas con esperanza, que confían en ese ministerio de unidad de fe y caridad, de este nuevo Pastor.

De seguro, todo lo permite creer, no serán vanas sus esperanzas.

Por Carlos Castro.

Deje su Comentario

Noticias Relacionadas