sábado, 20 de abril de 2024
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San Carlos de Sezze, que atrajo el maltrato de sus superiores, pero quien finalmente venció

La vida de nuestro santo de hoy, San Carlos de Sezze, hermano franciscano, mucho nos enseña a soportar las contrariedades de esta vida con resignación, recogiendo fortaleza de la unión con Dios.

Carlos de Sezze

Redacción (25/09/2020 09:20, Gaudium Press) La vida de nuestro santo de hoy, San Carlos de Sezze, hermano franciscano, mucho nos enseña a soportar las contrariedades de esta vida con resignación, recogiendo fortaleza de la unión con Dios.

Nace en 1620 en Sezze, Italia, en una familia pobre, campesinos. Un día que estaba arando una bandada de aves espantó a sus bueyes, y se vio en la inminencia de ser aplastado. Entonces pidió a Dios Nuestro Señor que lo salvara, que él se haría religioso. Y así ocurrió.

Pero su entrada a la orden franciscana no estuvo exenta de pruebas.

Fue a Roma a pedir al superior franciscano que lo admitiera en la comunidad, junto con otros tres compañeros.

Una dura prueba, que no esperaban

Sin embargo el superior los recibió con acritud, les dijo que eran unos haraganes, que lo que en verdad querían era poder vivir a sus anchas, obteniendo fácilmente el alimento, y los echó.

No obstante, la intención de los futuros franciscanos era recta y fuerte, y volvieron a suplicar al superior que los recibiera. Este mantuvo su actitud hostil, y les dijo que les permitiría dormir esa noche en el convento pero como limosneros, y que al día siguiente debían partir.

Los cuatro aceptaron la situación y por su humildad recibieron la recompensa: al día siguiente el superior les dijo que habían pasado la prueba y que serían admitidos como aspirantes.

Ya el superior del noviciado lo maltrató, y maltrató, y un día San Carlos fue hasta el maestro de novicios a decirle que no aguantaba más, que iba a estallar en ira. El maestro de novicios agradeció su sinceridad, hizo algunas tratativas y Carlos oriundo de Sezze pudo terminar el noviciado y hacerse franciscano.

Un día entraron al huerto del convento unos toros furiosos, que embestían al que se les atravesara. El superior quiso probar la obediencia y unión con Dios de San Carlos y le ordenó que los amarrara y sacara. El fraile tomó un lazo, se encomendó a Dios, dio una bendición a los toros, y estos de forma inexplicable se convirtieron en mansos bueyes, y fueron llevados afuera del lugar. La gente comentaba…

Probado en cosas menores, que no lo eran tanto. Para practicar la humildad

No obstante Dios también permitía que le sucedieran cosas desagradables. Como cocinero, se le caían los platos, los rompía. Un día dejó un fogón a medio apagar y casi se causa un incendio que devora todo el convento. Una vez un religioso le preguntó que por qué le pasaban esas cosas, a lo que respondió: “Para que no me llene de orgullo y me mantenga siempre humilde”. Bueno, también los hay que aunque torpes, igual bastante orgullosos, pero no era el caso de San Carlos.

Fue hecho portero del convento. Y como tal repartía limosna, admitía en hospedaje al que se lo pedía. Pero un día el superior le dijo que desde entonces solo se admitirían a muy pocas personas, y que las limosnas que se repartirían serían escasas. Y ocurrió que desde ese día los donativos al convento también comenzaron a escasear.

Preguntado el fraile por el superior de por qué ocurría eso, él simplemente respondió: “La causa es muy sencilla. Es que dejamos de dar a los necesitados, y Dios dejó de darnos a nosotros. Porque con la medida con la que repartamos a los demás, con esa medida nos dará Dios a nosotros”. Se restauraron las limosnas en su abundancia original, y volvieron los donativos.

Un día tuvo que hacer un largo viaje con un compañero fraile y se perdieron en el bosque. Entonces, tras pedir la ayuda divina, apareció una bandada de aves que lentamente los fueron guiando a buen puerto.

De forma inopinada el superior comenzó a tratarlo con una rudeza extrema, al punto que el Santo sintió la tentación de darle un golpe, insultarlo. Ocurría que al superior del superior habían llegado unas cartas con críticas de este. Y como había visto a San Carlos escribiendo en las noches, enseguida imaginó que el autor de estas cartas era el Santo.

Pero no lo era.

Lo que escribía San Carlos era consejos para quienes querían orar mejor. Cuando le quedó claro al superior esto, pidió excusas a San Carlos. Todo había sido permitido por Dios para que creciera en virtud.

Fenómenos místicos

A alguien se le ocurrió publicar sus consejos para crecer en santidad, sin requerir las debidas licencias eclesiásticas. Cuando salió el libro, hubo escándalo y casi el Santo es expulsado de la comunidad. Y entonces, angustiado, se arrodilló delante de un crucifijo a pedir, cuando escuchó una voz que le decía: “Ánimo, que estas cosas no van a impedir que entres en el paraíso”.

Constantemente pedía crecer en el amor a Dios. Un día, en la misa, en el momento de la elevación, sintió que un rayo de luz era emitido de la Hostia, y que llegaba a su corazón, después de lo cual sintió que su amor había crecido inconmensurablemente.

Después de mucho “cocer contra el aguijón”, los superiores aceptaron que estaban ante un gran hombre de Dios, y permitieron que fuese publicada su autobiografía, y dos libros más, sobre la oración y la meditación.

Con información de Aciprensa

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