martes, 12 de noviembre de 2024
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San Francisco de Borja, virrey, ve a su emperatriz putrefacta y se entrega al Reino que no muere

Fue virrey de Cataluña. Carlos V lo tenía para más altos cargos. Pero él se hizo jesuita.

San Francisco de Borja.Jesuitas de Santander 2

Redacción (03/10/2024, Gaudium Press) Nace Don Francisco de Borja de una de las más ilustres familias de España, en 1510, siendo el primogénito de los Duques de Gandía. Su madre, nieta de Fernando de Aragón lo introdujo temprano en la piedad y escogió para él dos preceptores reconocidos por su virtud y piedad.

Pronto la madre lo deja, muriendo cuando Don Francisco sólo tenía 10 años, y por ello el futuro general de la Compañía de Jesús sería llevado para su formación con su tío, el Arzobispo de Zaragoza.

Como hijo de Grandes de España asiste como paje a la Corte de Carlos V, a los 16 años. Terreno donde se empezaban a conocer los asuntos de Estado, pero terreno peligroso en cuanto a la virtud. Sin embargo Francisco ya tenía el camino hacia la virtud bien asentado.

La esposa de Carlos V, la emperatriz Isabel, le quería mucho, y le dio por esposa a su mejor dama de compañía, Leonor de Castro. Esa pareja dio ejemplo de virtud a toda la corte; iban a misa cotidianamente, rezaban.

Dios les dio cinco hijos y tres hijas, una de las cuáles sería monja clarisa. Después del nacimiento del octavo hijo, ellos decidieron vivir en continencia, aunque no hubiesen sobrepasado los 30 años de edad.

Momento decisivo, la muerte de la emperatriz

En 1529, muere la emperatriz Isabel, lo que conmocionó el reino, pues ella era aún muy joven y estaba en el auge de su poder y de su notada belleza. Por sus cargos en la corte, solo la esposa de Don Francisco pudo amortajar a la emperatriz, y el propio Don Francisco, por orden directa del Emperador, acompañó los restos mortales hasta el Panteón Real, en Granada. Con este triste designio, Carlos V le hizo un favor muy singular, veremos como.

Después de 15 días de duro camino, bajo un sol abrasador, Don Francisco tuvo que reconocer ante los notarios el cuerpo, ya en avanzado estado de putrefacción. El ver a ese antiguo esplendor hecho horror, lo movió a la promesa de que si sobreviviese a su esposa, entraría a una orden religiosa a servir a ese Señor que no muere y no se pudre.

Regresando de Granada, Carlos V lo hace virrey de Cataluña, a ese fiel vasallo de sólo 30 años. El gobierno de San Francisco no pudo ser mejor: acabo con el bandidismo, implementó la marina, fortaleció la frontera, etc.

Pero los designios que le reservaba Carlos V iban más allá: lo hizo Mayordomo Mayor de su hijo, el futuro Felipe II, indicando que en el fondo lo quería de primer ministro del próximo rey. Pero una cosa son los designios de los hombres y otra los planes de Dios.

En 1546 muere su esposa, cuando él tenía solo 36 años, y se ve libre de cumplir su promesa, de entrar a una comunidad religiosa. Escribe a San Ignacio en este sentido, lo que llegó al padre fundador de los jesuitas como un consuelo, pues él había perdido por esos días a uno de sus mejores auxiliares, Pedro Fabro, hoy San Pedro Fabro. Entretanto, por revelación, San Ignacio ya sabía del ingreso del Virrey de Cataluña en la Compañía, y además una nueva intuición mística le dijo que sería excelente sustituto del Fabro.

Durante tres años, por dispensa del Papa, San Francisco hizo los votos en la compañía pero los mantuvo en secreto mientras colocaba y encarrilaba en la vida a sus hijos.

Cuando terminados esos tres años, el Duque de Gandía va a Roma, al encuentro con San Ignacio, se arrodilla ante el santo fundador, pero para su sorpresa San Ignacio hizo lo mismo. Julio III, Papa, conociendo quien era el nuevo profeso de la compañía quiso cumularlo de honras, hacerlo cardenal, por lo que San Ignacio lo hizo regresar a España.

Recibe la ordenación sacerdotal a los 40 años de edad.

Conoció a Santa Teresa, que era muy calumniada, y fue su protector.

Cuando fallece San Ignacio, el nuevo general, el P. Laínez, teniendo que ir al Concilio de Trento, hace que San Francisco regrese a Roma y lo nombra nuevo Vicario General de la Compañía de Jesús. Muerto el P. Laínez, fue elegido como tercer general jesuíta, por unanimidad, el gran San Francisco de Borja.

Su gobierno en la compañía fue el de un santo. Nada más que decir.

Muere en 1572. Es canonizado en 1671.

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