martes, 16 de abril de 2024
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San Hilario de Poitiers combatió a los obispos arrianos, a un emperador arriano, y triunfó

Constancio lo exilio a Frigia. Pero los propios arrianos pidieron al emperador que lo hiciera regresar.

San Hilario de Poitiers

Redacción (13/01/2021 07:43, Gaudium Press) San Hilario de Poitiers, el santo de hoy, era hijo de una de las más ilustres familias de Aquitania, aunque eran paganos.

Nace en el S. IV, y es educado según los cánones de una alta familia pagana, en el aprecio del legado de Grecia y de Roma. Pero al Santo estos meros conocimientos naturales no le satisfacían:

Siendo la vida presente nada más que una cadena de miserias, me pareció que la habíamos recibido para ejercitar la paciencia, la moderación, la dulzura; y que Dios, todo bondad, no nos había dado la vida para hacernos más miserables quitándonosla. Mi alma se dirigía así con ardor a conocer ese Dios, autor de todo lo bueno, porque vi claramente lo absurdo de todo lo que enseñan los paganos sobre la divinidad, dividiéndola en muchas personas de uno y otro sexo, atribuyéndola a animales, estatuas y otros objetos insensibles. Reconocí que no podía haber sino un solo Dios, eterno, todopoderoso, inmutable”.

Y como Dios ayuda a los que están procurando la verdad, un día cayó en sus manos un ejemplar de las Sagradas Escrituras, en el que enseguida percibió se encontraban palabras de vida eterna. Particularmente lo conmovió el evangelio de San Juan, que habla de como el Verbo se encarnó, y pidió entonces el bautismo.

Sus estudios de filosofía pagana le sirvieron para adentrarse, ya con la visión cristiana, en los misterios de Dios.

Gladiador contra el arrianismo

Tal vez el mayor enemigo de la fe en esos tiempos fuera el arrianismo, doctrina que fundamentalmente negaba la divinidad de Jesucristo, atacando la divinidad de su naturaleza humana.

San Hilario fue consagrado obispo de Poitiers por aclamación por popular, y entre sus múltiples tareas, se entregó a la lucha contra la herejía arriana, pues consideraba que preservar el depósito de la fe del pueblo era una de sus más importantes tareas.

El arrianismo era moda mundana entre las clases altas de entonces; el propio hijo del emperador Constantino, Constancio, no solo fue arriano sino propagador del arrianismo.

San Hilario de Poitiers apoyó a San Atanasio, obispo de Alejandría, que era blanco de los ataques arrianos, y se dedicó a organizar la resistencia de los obispos de occidente a esa doctrina perniciosa.

Los obispos de occidente bajo el comando de San Hilario de Poitiers proclamaron la inocencia de San Atanasio, que había sido expulsado de su sede, y excomulgaron a los obispos arrianos y semi-arrianos.

Los obispos de Occidente también enviaron una delegación al Emperador, pidiendo que aquellos obispos que habían sido depuestos de sus sedes por luchar contra el arrianismo fueran restituidos en ellas, y exigiendo que el poder temporal no interviniese más en temas que eran estrictamente del orden espiritual. Constancio tuvo que autorizar el regreso a su sede de San Atanasio.

Los arrianos responden

Pero los arrianos no se iban a quedar con los brazos cruzados. Se coaligaron para mostrar al Emperador que en el fondo, San Hilario de Poitiers al luchar contra el arrianismo estaba luchando contra el Imperio, por lo que Constancio confirma el exilio de San Atanasio, y ahora ordena el exilio de San Hilario, que tiene que huir a Frigia.

Pero esto fue un tiro en la culata para el demonio, porque allá, en el centro de la herejía, San Hilario desencadenó una lucha frontal contra ella. Escribía obras contra el arrianismo, seguía escribiéndose con los obispos de la Galia, con su diócesis.

“Que mi exilio dure siempre, con tanto que la verdad sea al fin predicada”, decía San Hilario.

Al final, fueron los propios arrianos los que convencieron a Constancio de hacerlo regresar a Francia. Antes pasó por Roma, y su regreso fue un gigantesco cortejo triunfal, donde todo el mundo lo aclamó.

Después de afirmar la fe en Francia, fue a Italia a combatir los brotes de arrianismo, en lo que tuvo la colaboración de San Eusebio de Verceil.

Regresa luego a Poitiers, donde funda monasterios, y cumple eximiamente su misión de obispo.

Muere en el 367.

Pío IX lo declara doctor de la Iglesia.

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