martes, 10 de diciembre de 2024
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Santa Catalina Labouré, la postulante que tocó a la Virgen

Era una simple postulante. Pero la Virgen le encomendó una alta misión.

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Redacción (28/11/2024, Gaudium Press) Un día después de la festividad de la Medalla Milagrosa, la Iglesia conmemora la vida de su vidente, Santa  Catalina Labouré.

Catalina nació el 2 de mayo de 1806 en el pequeño pueblo de Fain-lès-Bains Moutiers, al noroeste de Dijon, Francia. Era la novena de 11 hermanos. Tras el fallecimiento de su madre, cuando Catalina contaba con 9 años de edad, se trasladó a Saint-Rémy. Catalina se convirtió en la “cabeza de familia” y se ocupaba de la granja y la familia.

Era una persona muy intuitiva. Un día, durante su visita al hospital de las Hijas de la Caridad, le llamó la atención un cuadro colgado en la pared, y preguntó a una de las hijas sobre la persona retratada. La hermana le dijo que era su santo fundador, San Vicente de Paúl. Este era el mismo sacerdote que Catalina ya había visto en un sueño, mientras dormía. Catalina le preguntó a su padre si podía unirse a las Hijas de la Caridad. En enero de 1830 entró Catalina, como postulante, y en abril del mismo año entró en el noviciado de París.

1830: Aparece la Virgen

Fue durante 1830 que Catalina fue bendecida con la aparición que dio lugar a la devoción de la Medalla Milagrosa. Vivía en la Casa Madre de las Hijas de la Caridad, en la Rue du Bac de París. Su directora de formación había dado a cada una de las novicias un trozo de tela proveniente de la ropa de San Vicente. Catalina rezó para que ella pudiera ver a la Madre de Dios. La noche del 18 al 19 de julio, un ángel la despertó del sueño diciendo: “Sor Labouré ven a la capilla; la Virgen está esperando”.

Cuando Catalina fue a la capilla, la encontró muy iluminada. Catalina se arrodilló cerca del santuario, a donde entró nada más ver a la Virgen María, sentada en una silla. Cuando elevó su cabeza de la oración, la Virgen, en un resplandor de gloria, se sentó en una silla, poco más allá del alcance de Catalina.

Catalina se levantó, se acercó y se arrodilló, apoyando las manos en el regazo de la Virgen. María puso sus brazos alrededor de Catalina y dijo: “Dios quiere encargarte una misión. Serás signo de contradicción, pero no temas; la gracia te acompañará. Dile a tu director espiritual todo lo que pasa dentro de ti. Los tiempos son malos en Francia y en el mundo”.

La medalla milagrosa

La segunda aparición se produjo el 27 de noviembre de 1830. Esta es la forma en Catalina describió lo sucedido: “… mientras hacía mi meditación, en profundo silencio… me pareció oír, en el lado derecho del santuario, algo así como el roce de un vestido de seda. Al mirar en esa dirección, me percibí de la bienaventurada Virgen situada cerca de la imagen de San José.

“Su altura era de tamaño medio, y su rostro de una belleza indescriptible. Estaba vestida con una túnica del color de la aurora, de cuello alto, con mangas llanas. Su cabeza estaba cubierta con un velo blanco, que flotaba desde sus hombros hasta los pies. Sus pies descansaban sobre un globo, o más bien la mitad de un globo, pues eso era todo lo que se podía ver. Sus manos, que estaban a la altura de la cintura, asían de una manera fácil otro globo, una figura del mundo. Sus ojos se elevaban al cielo, y su semblante refulgía de luz mientras le ofrecía el mundo a Nuestro Señor. Mientras yo estaba ocupada contemplándola, la Virgen fijó sus ojos en mí, y una voz habló a lo más profundo de mi corazón: Este globo que ves representa a todo el mundo, sobre todo a Francia, y a cada persona en particular”.

Se formó entonces en torno a la Virgen un marco oval, en el que se veían escritas en letras de oro estas palabras: “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti”.

Entonces, una voz me dijo: “Manda acuñar una medalla con este modelo. Todos aquellos que la usen, una vez bendecida, recibirán grandes gracias, sobre todo si la llevan alrededor del cuello. Los que repitan esta oración con devoción estarán de manera especial bajo la protección de la Madre de Dios. Gracias serán abundantemente otorgadas a aquellos que la lleven con confianza”.

Catalina, a continuación, describió la parte posterior de la medalla: “Vi, en la parte posterior de la misma, la letra ‘M’ rodeada por una cruz, con una barra transversal debajo de ella, y bajo el monograma del nombre de María, los Corazones de Jesús y de su Madre; el primero rodeado por una corona de espinas y el segundo traspasado por una espada”.

El Arzobispo autoriza

Catalina no habló con nadie sobre sus visiones, salvo con su director espiritual, el Padre John Aladel. Después de dos años de discernimiento, le comentó estas visiones al arzobispo de París. El Arzobispo finalmente dio su permiso para que se fabricasen las medallas.

El 30 de junio de 1832 se entregaron las primeras 2.000 medallas. Su uso se extendió muy rápidamente. El Papa Gregorio XVI puso una de ellas al pie del crucifijo, sobre su escritorio. En los 46 años entre el momento de las apariciones hasta la muerte de Catalina, sólo ella y su confesor sabían quién era la persona a quien fue revelada la famosa Medalla Milagrosa. Catalina vivió toda su vida en sencilla humildad, sirviendo a los hombres de edad avanzada como Hija de la Caridad.

Los restos de Catalina se pueden venerar hoy en la Casa Madre de las Hijas de la Caridad, en la misma capilla donde la Virgen se le apareció, hace más de 185 años.

Con información de la Congregación de la Misión

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