martes, 30 de abril de 2024
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Unción de los enfermos: Sacramento que nos prepara para la hora extrema

La carta de Santiago muestra cómo ya en aquellos primeros tiempos del cristianismo se practicaba la costumbre de ungir a los enfermos: “¿Está alguno enfermo? Llamad a los sacerdotes de la Iglesia, y orarán sobre él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor” (5,15).

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Redacción (14/11/2023 12:45, Gaudium Press) Son innumerables los sufrimientos y malestares que rodean nuestra existencia diaria. Para cada hombre, cada día se presentan nuevas complicaciones, ya sean físicas, como las enfermedades, o morales, como desacuerdos entre familiares.

Hay, sin embargo, un tipo de sufrimiento que, aunque le llega a cada persona de manera diferente, es esencialmente común a todo ser humano: la muerte.

Cada uno de nosotros, en efecto, nos presentaremos ante Dios para dar cuenta de nuestros pensamientos, palabras y acciones realizadas en nuestra vida terrena.

Y es para este momento grave y extremo, del que puede depender una eternidad, que Nuestro Señor Jesucristo nos proporcionó un excelente medio de preparación: el Sacramento de la Unción de los Enfermos.

“¿Alguien está enfermo? Llamad a los sacerdotes de la Iglesia”

“Enfermo” es cualquier persona que padece una enfermedad que puede o no provocar la muerte.

Sabemos que son varios los efectos físicos y psicológicos que resultan de una enfermedad: “la enfermedad […] puede llevar a la angustia, al encerramiento en sí mismo e incluso, a veces, a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Pero también puede hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que sí lo es. Muchas veces la enfermedad lleva a una búsqueda de Dios, a un retorno a Él”. (Catecismo n° 1501).

Es necesario tener presente que “el dolor y la enfermedad siempre han sido considerados los mayores problemas que afligen la conciencia de los hombres. Sin embargo, quien profesa la fe cristiana, incluso sufriendo y experimentando tal sufrimiento, es ayudado por la luz de la misma fe a comprender más profundamente el misterio del dolor y a soportarlo con mayor valentía”. [1]

Y el Señor no es insensible ante estos males. Él mismo, mientras estuvo en esta Tierra, curó a todos los enfermos que acudían a él. ¿Dejaría Jesús de aliviar el dolor de los hombres que vivirían después de su ascensión al Cielo? ¡No! Su inmenso amor no le permitiría actuar de esa manera. Por tanto, como atestigua la Iglesia, Cristo instituyó un Sacramento específico para quienes se encuentran en esta situación. [2]

La carta de Santiago muestra cómo ya en aquellos primeros tiempos del cristianismo se practicaba la costumbre de ungir a los enfermos: “¿Está alguno enfermo? Llame a los sacerdotes de la Iglesia, y oren sobre él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. La oración de fe salvará al enfermo y el Señor lo restaurará. Si ha cometido pecados, le serán perdonados” (St 5, 14-15).

En qué consiste este Sacramento y cómo recibirlo

En nuestra vida espiritual, suele suceder que ciertas “llagas espirituales” –defectos, egoísmos, imperfecciones diversas– requieren una curación completa, dada la negligencia y el descuido con que las afrontamos.

Esta curación completa se produce maravillosamente a través del Sacramento de la Unción de los Enfermos, que, bien recibido, nos libera también de las penas temporales y de todo aquello que pueda impedirnos alcanzar la gloria. [3]

Santo Tomás explica que de los pecados olvidados o ignorados e incluso “de los que cometemos diariamente, sin los cuales no podemos vivir en la tierra, el hombre será liberado por este Sacramento cuando deje este mundo”.[4] Siendo el último Sacramento que se recibe antes de cruzar el umbral de la muerte, y consumador de toda curación espiritual, se le llama también Extremaunción.[5]

Ya sabemos que, entre los siete Sacramentos, hay algunos que se llaman “de vivos” y otros “de muertos”. Ambas palabras no se refieren al estado físico de animación del cuerpo, sino al estado del alma. “Vivos” son aquellos que están en gracia de Dios, es decir, libres de pecado mortal. Por “muertos” entendemos a aquellos que no están en estado de gracia.

Este Sacramento es, por tanto, “de vivos”. Por ello, pueden recibirlo los creyentes bautizados que estén en gracia de Dios. Sin embargo, si el estado físico del enfermo no le permite confesarse, este Sacramento proporciona el perdón de los pecados —incluidos los mortales, en aquellas personas que tienen un deseo real y sincero de enmienda, aunque estén impedidos de expresarlo— haciendo realidad así las palabras del apóstol Santiago: “La oración de fe salvará al enfermo y el Señor lo restaurará. Si ha cometido pecados, le serán perdonados” (St 5,15).

Además, la Unción de los enfermos no sólo se administra a quienes se encuentran en la indiscutible inminencia de la muerte, sino también a quienes corren el riesgo de sufrirla, ya sea por enfermedad o por vejez. [6] La Iglesia recomienda incluso la administración de la Unción a quienes van a ser sometidos a una operación quirúrgica importante que podría entrañar graves riesgos. [7] Sin embargo, es necesario señalar que aquellos enfermos que perseveran obstinadamente en pecado grave manifiesto no pueden recibir la Unción. [8]

En un rito abreviado, en caso de muerte inminente, la unción se confiere ungiendo la frente y las manos del enfermo [9] con la siguiente fórmula:

“POR ESTA SANTA UNCIÓN Y POR SU INFINITA MISERICORDIA, EL SEÑOR VENGA EN TU AUXILIO CON LA GRACIA DEL ESPÍRITU SANTO, PARA QUE, LIBERADO DE TUS PECADOS, ÉL TE SALVE Y, EN SU BONDAD, ALIVIE TUS SUFRIMIENTOS”. [10]

Los efectos de este Sacramento

Al realizar la Unción de los Enfermos se producen los siguientes efectos:

1º – El enfermo se une a la pasión de Cristo;

2º- Se le concede un don particular del Espíritu Santo;

3º – Obtiene el perdón de los pecados;

4º – Alcanza el restablecimiento de la salud (si esto es conveniente para su beneficio espiritual);

5º – Le llega una gracia eclesial;

6º – Le es preparado su paso a la vida eterna. [11]

Expliquemos cada uno de estos puntos:

1º – La unión del enfermo con la pasión de Cristo contribuye al beneficio propio y de toda la Iglesia. En efecto, en este estado, el hombre “está, en cierto modo, consagrado a producir frutos configurándose con la pasión redentora del Salvador. El sufrimiento, consecuencia del pecado original, recibe un nuevo significado: se convierte en participación en la obra salvadora de Jesús”. [12]

2º- Es Dios mismo quien le concede “la gracia de consuelo, de paz y de valentía para superar las dificultades inherentes a un estado de enfermedad grave o a la fragilidad de la vejez”. Y éste es un don del Espíritu Santo, que renueva la confianza y la fe en Dios, y da fuerza contra las tentaciones del maligno, especialmente la tentación del desánimo y la angustia de la muerte (cf. Heb 2,15)”. [13]

3º – El perdón de los pecados mortales, ordinariamente concedido por la Confesión, pero si no hay condiciones físicas para darlo por la Penitencia, se opera por la Unción.

4º – La enfermedad, mal del cuerpo, puede tener su origen relacionado con alguna “enfermedad del alma”, un pecado cuyos efectos nocivos se extienden a veces, según un juicio divino, al cuerpo. [14] Así, curando el mal espiritual del pecado, el cuerpo, en consecuencia, restablece también su salud mediante este Sacramento. Por supuesto, siempre y cuando dicha curación sea voluntad divina. [15]

5º – La gracia eclesial consiste en lo siguiente: “al celebrar este Sacramento, la Iglesia, en la comunión de los santos, intercede por el bien del enfermo. Y el enfermo, por su parte, por la gracia de este Sacramento, contribuye a la santificación de la Iglesia y al bien de todos los hombres, por los cuales la Iglesia sufre y se ofrece, por Cristo, a Dios Padre”. [16]

6º – Finalmente, este Sacramento ayuda como preparación al paso supremo a la eternidad. Por eso se le llama “sacramentum exeuntium – sacramento de los que parten”, [17] ya que la Unción de los enfermos completa nuestra conformación con la muerte y resurrección de Cristo, tal como había comenzado el Bautismo”. [18]

Por Denis Sant’ana

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[1] CONFERÊNCIA NACIONAL DOS BISPOS DO BRASIL. Sacramentário. 3. ed. São Paulo: Paulus, 2005, p. 99.

[2] “Esta unción sagrada de los enfermos fue instituida por Cristo, nuestro Señor, como Sacramento del Nuevo Testamento, en el sentido verdadero y propio, indicado por Marcos (cf. Mc 6,13) y, además, recomendado a los fieles y promulgado. por Santiago, Apóstol y hermano del Señor”. (DH 1695).

[3] TOMÁS DE AQUINO. Suma contra os gentios. 4, c. 73, n. 2. Trad. Odilão Moura. Epicurs: Porto Alegre, 1996.

[4] Id., ibid.

[5] Id., n.3.

[6] Cf. CONCILIO VATICANO II. Sacrosanctum Concilium. n.73.

[7] CONFERÊNCIA NACIONAL DOS BISPOS DO BRASIL. Op. cit., p. 101.

[8] Cf. CIC 1007.

[9] El óleo de la unción debe aplicarse en las partes del cuerpo por donde entra al alma la enfermedad del pecado. La cabeza simboliza los cuatro sentidos (vista, oído, olfato y gusto) y las manos, el tacto. Cf. TOMÁS DE AQUINO. Op. cit., n.6.

[10] CONFERÊNCIA NACIONAL DOS BISPOS DO BRASIL. Op. cit., p. 103.

[11] Cf. CEC 1520, 1522, 1532.

[12] CEC 1521.

[13] CEC 1520.

[14] Cf. TOMÁS DE AQUINO. Op. cit., n.1.

[15] Id., ibid.

[16] CEC 1522.

[17] Cf. CONCÍLIO DE TRENTO, Sessão 14. (DH 1698).

[18]  CEC 1523.

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