Un día el prof. Plinio Corrêa de Oliveira buscó ampliar en sus discípulos el concepto de Vida Interior.
Redacción (06/02/2024, Gaudium Press) Cualquier católico con algo de preocupación por sí y por su suerte eterna, sabe que es necesario cultivar la Vida Interior, es decir la presencia de Cristo Resurrecto en nuestras almas, lo que se hace fundamentalmente con vida de piedad, de oración y el acceso a sacramentos, es decir comunión frecuente y confesión.
“Sin Mí nada podéis hacer” (Jn 15, 5) dijo un día Jesús, indicando para siempre que sin la fuerza que viene de su gracia, el hombre no puede ni soñar con una virtud estable. Esto por lo demás es dogmático: “Si alguno dijere que el justificado puede perseverar sin especial auxilio de Dios en la justicia recibida, o que con este auxilio no puede, sea anatema”, sentenció en su momento el Concilio de Trento (D 832).
Es decir, si el hombre no recurre constantemente a la Gracia o es auxiliado por la Gracia, tarde o temprano el vicio se irá adueñando de su espíritu. Por eso el hombre que no reza, no es otra cosa, es un loco.
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Entre tanto, en una de sus memorables reuniones con sus discípulos, a inicio de los años 90’s, el prof. Plinio Corrêa de Oliveira buscó ampliar el concepto de vida interior a un campo mucho más vasto, que cobija la vida entera y no solo los momentos en que particularmente nos entregamos a la religión.
Expliquemos como es esto.
Primero, el Dr. Plinio incluyó dentro de su concepto de Vida Interior la realización de un análisis constante que las personas deben hacer de todo lo que contemplan, para saber si esto está de acuerdo con la fe y la moral católica. Contemplación y análisis de todo lo existente, tanto lo que está afuera como lo que está adentro de cada uno.
Lo que está adentro:
El hombre tiene que cuestionarse sobre sus sentimientos, sus deseos, sus pensamientos, y compararlos con lo que ya sabe de doctrina católica, para ver si están de acuerdo. A veces él se siente bien con determinada persona, su compañía le resulta agradable, placentera, pero resulta que la amistad con ella es ocasión de mala influencia o directamente de pecado; pues entonces tiene que corregir ese sentimiento de placer, desecharlo. O resulta que se le ha venido a la mente varias veces un pensamiento de cómo realizar un negocio; pero este negocio comercia con cosas con las que no puede comerciar un católico, o se deben hacer operaciones que riñen con la ética: entonces, hay que desechar este pensamiento. Para poner de acuerdo sentimientos, deseos y pensamientos con la fe de Jesucristo, el hombre debe rezar, pedir la Gracia, la ayuda del Ángel de la Guarda, etc. El auxilio de la gracia debe inundar todas las operaciones del alma y el análisis de las operaciones del alma.
Lo que está afuera:
Pero resulta que también estamos sumergidos en un mundo que en buena medida no es cristiano, que rechazó a Cristo y hace de lo contrario del espíritu cristiano el orgullo de su ostentación. Sin embargo nos toca vivir en el mundo.
Por ello, para que el espíritu del mundo no nos contamine, constantemente debemos analizar el mensaje que nos va llegando vía-mundo: Ahí está esa valla publicitaria que promociona con sonrisas y relax un estilo de vida no católico. ¿Me estoy dejando contaminar por eso?
Pero el análisis no es solo de crítica, también de elogio cuando del caso: estoy en misa y justo en frente mío hay una niñita de tres años, muy bien vestidita, y su rostro es un mar de inocencia que observado encanta. ¿Por qué me encanta? ¿Qué simboliza esa candidez de quien acaba de salir de las manos de Dios? ¿Por qué la virtud es bella? ¿Cómo son los rostros de los bienaventurados? ¿Cómo serían los rostros de los ángeles si los tuvieran? ¿Qué rostros han asumido los ángeles en sus apariciones?
Se va viendo como el ejercicio de este análisis adentro y afuera es una especie de limpieza que todos tenemos que ir haciendo del alma, es como una ‘profilaxis constante del espíritu’.
Porque es preciso no solo sentir las realidades, sino analizarlas, pensarlas. Pero para ello, bien se ve, y como también decía el Dr. Plinio, es necesario desligar el motorcillo de la perpetua agitación: una agitación que impide contemplar, meditar, analizar, pensar. Quien corre como loco, pues como el loco ni piensa ni medita. La agitación nos hace títeres de la manipulación de sentimientos y pensamientos, porque agitados no podemos colocar el debido filtro del análisis católico a estas manipulaciones. Además la agitación nos impide coger el ‘jugo’ de la realidad, que más que en las exterioridades se encuentra en el interior de lo que las exterioridades revelan.
Quien hace este ejercicio –que, insistimos, es de limpieza necesaria– se va armando de toda una batería de análisis, de un conjunto de recursos que no solo le previenen cada vez mejor de las malas y sutiles influencias dañinas, sino que ese conjunto de piezas de artillería también le sirve para mejor percibir la realidad. El análisis que ya hizo por ejemplo del estilo de cierta persona, le va a servir para analizar otra y otras, con lo que sus análisis se van volviendo más finos, más sutiles, más abarcativos y más acertados. Su lente interior le va permitiendo llegar en sus análisis hasta las estrellas. Su microscopio interior le van permitiendo cada vez más llegar a las minucias pequeñísimas de las cosas. Su olfato interior se va volviendo cada vez más sensible, y la persona comienza a percibir realidades que antes le eran ocultas, como por ejemplo, la relación entre un movimiento y un estado de espíritu, la relación entre un gesto y un pensamiento que se quería hacer oculto. No importa que la persona se equivoque a veces en sus análisis (somos humanos, erramos) pero practice makes perfect, la práctica va haciendo al maestro.
Es el maravilloso ejercicio de contemplar y de pensar, que por lo demás, es gratis… pero siempre implorando el auxilio de Dios, de la Virgen, porque al final, nada hacemos de bueno en el orden sobrenatural sin el auxilio de la gracia.
Puede ser difícil al inicio desoxidar la maquinita de análisis que todos llevamos dentro, acostumbrados como estamos por nuestra inmersión en el mundo, a vivir de las meras sensaciones agitadas, en esta licuadora loca que es este mundo. Pero si hacemos el ejercicio, iremos descubriendo que teníamos un faro potentísimo que estaba en desuso allá en las cavernas profundas de nuestro interior. Este faro comenzará a iluminar, de forma cada vez más potente, y a guiarnos a los mejores puertos.
Entonces, por ejemplo, soy estudiante universitario y llego a una nueva clase, con nuevos compañeros, o estoy estrenando trabajo y llego por vez primera a mi nuevo sitio de labores. No hay salida: es un campo de batalla, por Dios o contra Dios, por Cristo o contra Cristo.
Pues enciendo mi ‘maquinita de análisis católico’: ¿cómo están los contendientes en este campo de batalla? ¿quién es este, cómo es aquel, aquel otro? ¿qué cosas de ruines tienen, qué cosas de buenas?
No hay salida, si busco ser bueno, seré el objeto del desprecio y hasta del odio gratuito de quienes no. Por ello, debo analizar: ¿cómo son sus tácticas de acción, como buscan ellos prestigiarse, y cómo buscan desprestigiar a los buenos? ¿qué debo hacer para dañarles el juego? ¿hay otros que buscan ser buenos en este campo de batalla? ¿cómo puedo unirme a ellos o unirlos? ‘Sí, son buenos pero medio tontos…’ ¿cómo hacer para despertarlos, para que desplieguen las potencialidades dormidas de su personalidad, para hacerles sentir que quienes tienen derecho de ciudadanía son ellos y no los ruines?
También debo analizar y preguntarme: ¿cómo es este ambiente? ¿cuál es el mensaje que trae este ambiente? ¿qué cosas buenas tiene este ambiente y qué cosas malas? Si no me hago esas preguntas, el ambiente comienza a influirme imperceptiblemente, tanto con sus elementos buenos pero sobre todo por medio de sus elementos malos. Analizar católicamente es colocar el filtro de la catolicidad a la realidad que me circunda, lo que realmente me da autonomía, y la posibilidad de desarrollarme como quiero ser, y no como los demás o el ambiente mundano lo desea. Como decía el Dr. Plinio: para no ser títeres bobos de la Revolución Tendencial.
Porque al final, todo trae un mensaje, todo el Universo, no solo el Evangelio de Jesucristo o el Manifiesto Comunista de Carlos Marx. Y si no desvendamos los muchos mensajes ocultos o discretos que nos trae el universo, los buenos y los malos, pues terminamos siendo influenciados imperceptiblemente por ellos, especialmente por los malos, que nos convierten en su títere.
Así, el Mont Blanc, por ejemplo, montaña arquetípica, símbolo de las alturas, de la mente que se eleva hasta el Creador, su blancura es símbolo también de la pureza de la criatura más pura, la Virgen Santísima, es símbolo de la pureza de todas las almas puras. Quien no busca la simbología de un monte de estos y ve solo el monte, no vio mucho, casi que no vio nada.
O en sentido contrario, entro a un centro comercial, me siento a tomar un café y al lado mío se encuentra un ejecutivo gritón, que más habla para las otras mesas que para sus acompañantes, que se vanagloria sin pudor de los negocios que realizó o que está por hacer, y que en todo su parlamento revela que vivir es vivir para hacer dinero: si no le hago un análisis tendencial católico, puedo resultar influenciado por la mentalidad de ateo práctico de ese pobre hombre.
Además, que así la vida se hace entretenida, haciendo esos análisis.
Porque nos vamos dando cuenta de que lo que veíamos era muy poco, y que detrás de lo que veíamos había muchas más otras cosas, que tocan en realidades más profundas, trascendentes, inferiores o superiores, pero mucho más amplias: Detrás de ese rostro feo, hay un guerrero admirable; detrás de esa dama de sonrisa postiza permanente, siempre atenta al último grito de la moda, hay una pobre alma vacía y frustrada, que empieza a sentir deseos de religión. La realidad es mucho más rica de lo que parece.
Finalmente, digamos que sirve como patrón de análisis lo que el Dr. Plinio llamaba de ‘sentido de las arquetipías’, es decir, imaginar la realidad como debe ser en su perfección y en su esplendor. Así, quien tiene como arquetipo y patrón a Cristo o a la Virgen, pues tendrá menos propensión a admirar a ese pobre hombre medio payasesco que exhala el mensaje de que la felicidad es estar riendo a toda hora; o tendré menos propensión a admirar a esa pobre señora que vive exclusivamente para su egoísmo, para las frivolidades mundanas de ciertas revistas, o para sus gustos simples o refinados pero meramente sensuales y superficiales.
Quien admira lo que debe admirar, no admira lo que no debe. Quien admira un Carlomagno o un Luis IX Rey de Francia, desprecia más al gobernante corrupto o egoísta. Quien admira los buenos modales, desprecia más la espontaneidad tipo americana igualitaria. Quien admira la contemplación y el análisis que lleva a las buenas conclusiones, desprecia más el corre corre animalesco. Quien admira la pulcritud de un bello traje recatado, desprecia más la vulgaridad de nuestros días.
Quien admira más el cielo, desprecia más el infierno. Quien va viviendo en el mundo de Dios, desprecia cada vez más el mundo del demonio.
Por Saúl Castiblanco
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