Abraham era un descendiente de Sem, uno de los tres hijos de Noé.
Redacción (09/10/2024, Gaudium Press) Abraham era un descendiente de Sem -uno de los tres hijos de Noé-, y vivía con su padre Téraj y toda su familia en Ur de los Caldeos, una ciudad en la Baja Mesopotamia, actual Irak. El relato de su gradual descubrimiento del único Dios verdadero y su amistad con Él da inicio a la historia de los Patriarcas de Israel, que abarca el periodo entre los siglos XIX y XVII a.C., y que narra el libro del Génesis.
Un hombre de fe total
En efecto, en los capítulos 12-13 del Génesis se narra cómo, de modo imprevisto, un día Dios irrumpe en la vida de Abraham llamándolo a una misteriosa misión, a la que responderá inmediatamente con una fe inmensa. A la edad de 75 años, toma a su esposa y a su sobrino Lot con él y parten con su ganado y sus sirvientes, como los nómadas, cruzando Palestina aún sin saber el destino final de su viaje. En un cierto momento, Abraham y su sobrino se separan: mientras que este último se dirige al valle del Jordán, asentándose cerca de Sodoma, Abraham permanece en la tierra de Canaán, donde el Señor le habla de nuevo.
La amistad con Dios
En aquel tiempo, algunos reyes orientales realizan incursiones en Palestina, confiscan las propiedades de Lot y toman prisioneros a él y a su esposa. Abraham logra liberar a sus parientes y recuperar sus bienes (Gn. 14,1-24). Dios está siempre con él y le confirma la promesa de darle una gran descendencia (Gn. 15,1-20.) Entonces Sara, la esposa de Abraham, que era ya anciana, da su esclava Agar a su marido. Y así, de esta unión permitida por las costumbres de la época, nace Ismael (Gn. 16,1-16). Luego, Dios sella un pacto con Abraham y le cambia el nombre por Abraham, que significa «padre de multitudes».
Dios se revelará de nuevo a Abraham cerca del encinar de Mambré, y tres ángeles misteriosos le prometen que Sara concebirá un hijo en su ancianidad. El Señor también le confía a Abraham que las ciudades de Sodoma y Gomorra serán destruidas a causa de sus pecados. (Gn. 18,1-33.) Después de la intercesión de Abraham para evitar la inminente destrucción, sólo se salvará Lot. (Gn. 19,1-29.)
Al año siguiente, Sara finalmente da a luz a Isaac (Gn 21,1-8), y obliga a Abraham a expulsar de su casa a la esclava Agar y su hijo Ismael, mandándolos al desierto. Abraham se entristece mucho, pero el Señor le promete un gran descendencia también para su hijo Ismael. (Gn 21,9-14).
Un tiempo después llega el momento más dramático de la vida de Abraham: el Señor pone a prueba su fe cuando, incomprensiblemente, le pide que sacrifique a su amado hijo Isaac, al que había esperado tanto tiempo y que el mismo Dios le había donado. En el momento mismo en el que Abraham está a punto de ofrendarlo, un ángel enviado por el Señor detiene su mano, salvando la vida de Isaac precisamente por la inmensa fe y obediencia que ha demostrado su padre Abraham. El patriarca terminará sus días a los 175 años en la tierra de Canaán. De Isaac e Ismael descienden, respectivamente, las estirpes de los judíos y los árabes.
(Tomado de Vatican News)
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