lunes, 09 de junio de 2025
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El don del Espíritu Santo supera la ruptura de Babel, recordó León XIV

En la homilía de Pentecostés, el Papa mostró como el Espíritu Santo es la vacuna del individualismo de hoy.

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Foto: Screenshot Youtube Vatican Media

Redacción (09/06/2025, Gaudium Press) Soleada mañana se vivió ayer domingo en la Plaza de San Pedro, una plaza otra vez atiborrada de gente, en la misa de Pentecostés oficiada por León XIV, en la que el Pontífice, en su homilía, comentó un texto de los Hechos de los Apóstoles que fue el objeto de la primera lectura de la misa.

En todo caso, el inicio de la homilía le correspondió a su padre fundador San Agustín, quien en un sermón afirmó: “Brilla para nosotros, hermanos, el día grato en que […] Jesucristo, el Señor, después de resucitado y glorificado por su ascensión, envió al Espíritu Santo” (S. Agustín, Sermo 271, 1).

El texto de los Hechos de los Apóstoles nos dice que, en Jerusalén, en ese momento, había una multitud de las más variadas procedencias, y, aun así, «cada uno los oía hablar en su propia lengua» (v. 6). Y entonces, es así que en Pentecostés las puertas del cenáculo se abren porque el Espíritu abre las fronteras. Como afirma Benedicto XVI: «El Espíritu Santo da el don de comprender. Supera la ruptura iniciada en Babel —la confusión de los corazones, que nos enfrenta unos a otros», y abre las fronteras. […] La Iglesia debe llegar a ser siempre nuevamente lo que ya es: debe abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre las clases y las razas. En ella no puede haber ni olvidados ni despreciados. En la Iglesia hay sólo hermanos y hermanas de Jesucristo libres (Homilía de Pentecostés, 15 mayo 2005)”, expresó el Pontífice.

En ese sentido, el Espíritu Santo “abre las fronteros, ante todo, dentro de nosotros”, abriendo nuestra vida al amor de Cristo, una presencia que “disuelve nuestras durezas, nuestras cerrazones, los egoísmos, los miedos que nos paralizan, los narcisismos que nos hacen girar sólo en torno a nosotros mismos. El Espíritu Santo viene a desafiar, en nuestro interior, el riesgo de una vida que se atrofia, absorbida por el individualismo. Es triste observar como en un mundo donde se multiplican las ocasiones para socializar, corremos el riesgo de estar paradójicamente más solos, siempre conectados y sin embargo incapaces de ‘establecer vínculos’, siempre inmersos en la multitud, pero restando viajeros desorientados y solitarios”.

Por el contrario, “El Espíritu de Dios, en cambio, nos hace descubrir un nuevo modo de ver y de vivir la vida”, ayudandonos a encontrar con nosotros mismos; “El Espíritu abre también las fronteras en nuestras relaciones. En efecto, Jesús dice que este Don es el amor entre Él y el Padre que viene a habitar en nosotros”; “El Espíritu Santo, en cambio, hace madurar en nosotros los frutos que ayudan a vivir relaciones auténticas y sanas: «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza» (Gal 5,22)”; “El Espíritu abre las fronteras también entre los pueblos. En Pentecostés los Apóstoles hablan las leguas de aquellos que encuentran y el caos de Babel es finalmente apaciguado por la armonía generada por el Espíritu”.

El Pontifice concluyó su homilía pidiendo que “el viento vigoroso del Espíritu venga sobre nosotros y dentro de nosotros, abra las fronteras del corazón, nos dé la gracia del encuentro con Dios, amplíe los horizontes del amor y sostenga nuestros esfuerzos para la construcción de un mundo donde reine la paz”.

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