Mística y ascética: qué es lo uno, qué es lo otro.
Redacción (29/06/2025, Gaudium Press) Afirma la teología —y lo recordaba Mons. Juan Clá, EP, en una de sus reuniones— que es imposible llegar a la santidad sin la acción mística.
Pues la santidad es la virtud en grado heroico, y ese grado perfecto solo se alcanza bajo la acción de los dones del Espíritu Santo, que da el modo divino al obrar humano. Pero justamente esa es la esencia de la mística, la acción donal, particularmente la del don de sabiduría. Al final, el Gran santificador, quien santifica, no somos nosotros, es el Espíritu Divino.
Por lo demás la acción donal o mística, no es algo solo reservado para una Santa Teresa con su magníficos éxtasis, que la llevaban a las alturas físicas de su claustro: “El Espíritu Santo es quien toma la iniciativa y quien, por medio de sus dones, dirige al alma directamente en el ejercicio de las virtudes para llegar a la contemplación… Los dones son los que dan a las virtudes una moción divina, haciéndolas aptas para la contemplación, que es el fin de la vida mística. Por eso, si el alma es fiel a la acción del Espíritu Santo, la vida mística no es más que el desenvolvimiento de la gracia”, dice el P. Arintero en La Evolución Mística.
Lo anterior no es una negación de la ascesis, es decir, del esfuerzo humano aupado por la gracia, para combatir el vicio y fomentar la virtud. Hay momentos en que hay que coger el cincel y el martillo, y empezar a golpear el pedazo de roca de la pereza, esa protuberancia inmunda de la sensualidad, siempre pidiendo la ayuda de la gracia de Dios. Pero lo cierto es que cuando actúan los dones del Espíritu Santo, lo que hay que hacer es más bien tomar una actitud pasiva, y no obstaculizar la acción divina: en esos momentos hay que “dejarse llevar”, que mucho mejor escultor u obrero que el hombre,es Dios.
Parecería algo fácil, pero frecuentemente no lo es.
Sí. Ese “dejarse llevar” es un ‘esfuerzo pasivo’ no menor, porque nos gusta ser nosotros y solo nosotros mismos, actuar por nosotros mismos, y para decirlo rápidamente, con mucha frecuencia no nos gusta que sea Dios quien haga en nosotros. Es una miseria pero una realidad: encontramos cierto gusto en disputarle el puesto a Dios al interior de nuestras almas.
Los ejemplos para ilustrar y diferenciar la acción de la ascesis movida por la gracia y la acción de la mística, abundan.
Ascesis es por ejemplo cuando el niño que está apenas caminando sus primeros pasos, es cogido de la mano por su madre que lo ayuda. Mística es cuando la madre lo toma en sus brazos y lo carga. Pero nosotros somos más bien de esos niños que cuando la madre los quiere cargar, empiezan a patalear.
—Ah, pero es que si la madre siempre lo carga, pues el crío no aprende a caminar…
Esa objeción, algo caricaturizada, está presente en muchos de los caminantes de las sendas de la espiritualidad. Objeción absurda por lo demás.
Primero, porque en materia de espiritualidad, siempre seremos niños, necesitados del auxilio de Dios: “Sin Mí nada podéis hacer” (Jn 15,15) . Además, porque el camino no es una autopista plana y llana, sino que está sembrado de obstáculos, es quebrado, y está lleno de enemigos, poderosos, internos como nuestras tendencias al pecado, y externos como los ángeles caídos, que conocen nuestra psicología mejor que nosotros mismos, tienen mucho poder y han orquestado un perfecto plan para hacernos caer. Por lo que sin duda lo mejor que podemos hacer es dejarnos cargar por ese poderosísimo Caballero que es el Espíritu Santo.
Pero ocurre que, normalmente, para que el Espíritu Santo ponga en funcionamiento sus dones, debemos pedir. Y al hombre débil pero orgulloso de nuestros días no le gusta pedir, no le gusta rezar. Se siente ‘humillado’, se siente ‘menos hombre’ cuando reza. Entonces: obstáculo duplo a la acción del Espíritu Santo: no lo invocamos y cuando llega, más bien le decimos que se quede lejitos… Definitivamente el orgullo humano es locura, es desastre; pero ahí está, muy presente.
Otro ejemplo de la diferencia entre la ascesis y la mística es el de la nave: la ascesis es la nave impulsada por los remos de nuestras facultades; la mística es cuando sopla un magnífico viento que hincha las velas y hace singlar el velero rumbo al horizonte. Pero es cierto que preferimos remar, aunque nos cansemos, aunque poco avancemos, aunque a veces fracasemos en llegar al puerto, que dejar que las velas del alma sean henchidas con el poderoso viento de los dones del Espíritu Santo. Así somos…
Entonces, casi que la primera oración que debemos elevar a la Virgen es que Ella interceda para cambiar esa mentalidad.
Que nos dé una conciencia clara, marcada con hierro candente en nuestras almas, que necesitamos a todo momento de la ayuda de Dios. Sea auxiliando nuestras virtudes, sea actuando directamente a través de los dones. Pues esa conciencia, nos hará devotos, nos tornará pedigüeños, no niñitos patetas. Y después, debemos pedirle a la Virgen que haga que no impidamos la acción del Espíritu Santo cuando esta comienza a ejercerse en nuestras almas. Que cuando cargados por el Paráclito, no comencemos las pataletas, que Ella nos amarre, nos anestesie, para dejemos de poner el problema de nuestra ‘forma de ser’.
Una ‘ciencia’ que también hay que desarrollar, y es saber sentir, percibir, cuando comienza el Espíritu Santo a actuar. Esto es importante, para ya buscar ponerse en ‘modo pasivo’. A veces la acción del Paráclito es muy patente, a veces no. Pero eso será tema de un próximo escrito, con la ayuda del Paráclito.
Por Saúl Castiblanco
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