miércoles, 27 de noviembre de 2024
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San Patricio, juventud y leyenda

Santo_gaudium_press.jpgRedacción (Martes, 17-03-2015, Gaudium Press) Trébol es trébol, y es de tres foliolos u hojitas. Es verde, de un verde propio y representa a la Santísima Trinidad y a las tres virtudes teologales: Fe, esperanza y caridad. Esa fue la simple catequesis de San Patricio en la fría Irlanda hoy de Dios cuando era un pueblo bárbaro untado y sucio de turba y sangre, que llegó a practicar sacrificios humanos.

Que por misteriosa mutación genética haya aparecido un trébol de cuatro hojas, no confunde la inocente y bella enseñanza que del trébol sacó el buen misionero al que le tocó enfrentar druidas diabólicos y heréticos pelagianos extraviados haciéndole la vida imposible. Hoy el verde y el trébol se relacionan con el apostolado de este hombre santo intrépido y manso al que no lo amedrentaron las persecuciones más inimaginables, todas con una carga de odio y hechicería que van más allá de la leyenda.

Lo cierto es que San Patricio iba por ahí convirtiendo sobre todo a jóvenes celtas que quedaban atrapados por la inocencia del predicador y bien pronto se congregaban en monasterios alrededor de los cuales nacieron decenas de poblados irlandeses.

En el siglo IV Europa todavía estaba húmeda, como recién salida de las manos del Creador. Roma había explorado las regiones del norte para verificar que estaban vírgenes y eran ricas en recursos pero habitadas por pueblos indomables aunque de hermosa presencia física. En ese irse ella hacia el norte, las Islas británicas también fueron objetivo militar de los romanos con la finalidad de incorporarlas a la cultura mediterránea, pero el norte de Europa y las frías islas del otro lado del Canal de la mancha fueron reacias a ese intento sobre todo si el proceso iba a ser hecho a filo de espada.

Es historia conocida el trabajo que les dio a los romanos luchar contra esos pueblos de un salvajismo nunca antes catado por las invencibles legiones: Pintarrajeados de negro y rojo, dolorosamente tatuados con cicatrices espantosas, de greñas trenzadas con grasa de animales, no conocían ni la rueda ni el caballo y sus operaciones guerreras se iniciaban con una orgía de sangre y embriaguez que algunos cronistas latinos atribuyen a estupefacientes.

Hordas sin tácticas se lanzaban como posesas y narcotizadas en medio de tremenda gritería y sonidos de cuernos y bombos, estruendo que producía un efecto psicológico en las disciplinadas legiones no pocas veces arrasadas por el pánico y la brutalidad de una masa humana compacta que se le venía encima, como una pesada ola de carne dura. Para contrarrestar ese efecto Adriano usó una maniobra de ‘psi-war’: Su famosa muralla en piedra apelmazada que los bárbaros anglos entendieron como misterioso conjuro de amedrentadora advertencia. Ese mismo esquema de conquista se intentó en Irlanda y fue imposible someterla. A cierta altura de la conquista romana sobre las islas británicas, ella misma decide detener el proceso pero deja el terreno listo para la mansa cristianización de misioneros católicos, pues fue evidente que Roma no habría conquistado a los irlandeses jamás a punta de espada.

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Estatua de San Patricio en la Catedral de Nueva York

¿Fue un ángel? San Patricio está tan rodeado de misterio como Melquisedec. No se sabe nada concreto de él a no ser de la fuerza imbatible de su apostolado que transformó la nación entera al cristianismo, atrayéndose la simpatía y admiración siempre de los más jóvenes. San Patricio también escribió unas «Confesiones» como las de San Agustín, pero no son suficientes para conocerle todo el perfil humano aunque sí el moral.

Se sabe sí que fue esclavo muy joven y pastor de ovejas. Que conocía ya algo del Cristianismo. Que huyó según él mismo cuenta porque tuvo un sueño maravilloso que lo hizo sentirse seguro y viajar al continente para robustecer su fe donde años después consigue el que el Papa de la época le apoye su gran proyecto de evangelizar e incorporar a la civilización lo que Roma Imperial no pudo. Desterró para siempre las serpientes de Irlanda, caminó sobre fuego ante druidas aterrados, hizo milagros portentosos que impresionaron sobre todo a la juventud de los clanes bárbaros, la cual terminó apartándose de las ceremonias celtas más próximas a un concierto de rock que a la dulzura de la predicación y el ejemplo de san Patricio. La conversión de los jóvenes fue indudablemente el fuerte de su apostolado. Y con la juventud transformada, conquistó las viejas castas de los clanes, hombres y mujeres tomados por la superstición y el miedo de esa misteriosa clase sacerdotal que intimidaba a su propio pueblo al que San Patricio liberó de aquel demonio que dominaba con el pavor y los rituales de sangre.

Por Antonio Borda

 

 

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